AURELIO CONTRERAS | Tarifa / Valladolid | Extraído del cnt nº 420
Del 25 de abril al 4 de mayo tuvo lugar la edición dieciséis del Festival de Cine Africano de Tarifa-Tánger, FCAT. Este festival transcontinental se consolida como cita para la cinefilia exigente, y también para compartir y ampliar perspectivas. Como declaró la directora del festival, Mane Cisneros, la exhibición de cine africano —en el sentido amplio que incluye a la diáspora— «es apostar decididamente por el conocimiento».
Según la gran realizadora panafricana Sarah Maldoror, «en occidente África se conoce mal y sin simpatía». Las actividades del FCAT en Andalucía son una ocasión para invertir esta tendencia. Los foros con los equipos de las películas dan lugar a intercambiar y crear sensibilidades e intereses. A esto se suman la música, las actividades en centros de enseñanza —con la proyección de Un día más con vida, sobre Richard Kapuscinski— y aclamadas sesiones de cuentacuentos.
La expresión de las realidades ignoradas de África no se opone a un uso creativo del cine, sino que lo potencia y justifica.
Camisetas con la frase «Cine Sí, CIES No» dieron ambiente al festival, viéndose por las calles de Tarifa y en los reportajes televisivos. Por su parte, el propio festival dedicó un acto a denunciar el maltrato que sufren las personas que emigran desde África, con la proyección de documentales como El naufragio: su director hizo votos en el coloquio por poder hacer algún día la película que cuente el final de estos estragos.
Pero si este festival trata sobre derechos humanos, no es un mero foro sobre ellos. El FCAT siempre ha hecho bandera de la defensa de la calidad de las películas africanas, de su vocación artística y de su búsqueda de una voz propia, independiente de las ópticas paternalistas de un occidente desorientado. Una insumisión al paternalismo que sorprende a quienes creen que países acuciados por diversas escaseces no deben permitirse el aparente lujo de experimentos visuales sobre la identidad personal —como el que este año vino de Leshoto, Madre, me ahogo. Está es mi última película acerca de ti, de Lemohang Jeremiah Mosese—.
En la personalidad del FCAT está ser un frente activo a favor de la autonomía del cine africano. Durante años, ha programado películas complejas que se justifican por sí mismas y no por objetivos externos, humanitarios o no. De ahí uno de los leitmotiv del festival, debido al pionero de Senegal Djibril Diop Mambéty; «Es bueno para el cine que África exista». La expresión de las realidades ignoradas de África no se opone a un uso creativo del cine, sino que lo potencia y justifica.
Un ejemplo está en las posibilidades abiertas por los equipos ligeros de rodaje digital, que dan tiempo y aliento para hacer películas con la gente, para acompañar a la gente a la hora de mostrar sus circunstancias. Lo mucho que tienen los africanos (y las africanas) que contar convierte a estos aparatos fast food de la industria en llaves de artesanía cinematográfica, bajo la forma de docudramas hechos con la gente de la que se trata.
Así son películas de este año, como la egipcia Al Gami-Ya, de Reem Saleh: tremenda confesión, libre de hipocresía, de cómo circunstancias sobrevenidas durante el rodaje destruyen el proyecto de relato cómplice del apoyo mutuo en barrios populares. Los testimonios sobre el fútbol femenino tras primaveras políticas dan ser a la premiada película sudanesa Fuera de juego, de Marwa Zein, o a la libia Campos de libertad, de Naziha Arebi. En ésta, la historia de las jugadoras acaba desmitificando el derrocamiento de Gadafi: una «revolución» que, según la directora, no merece ese nombre «porque no tenía ninguna idea detrás».
Otra película para las personas —y no sobre ellas— que se pudo ver en el festival es El lobo de oro de Balolé, de la burkinabe Aicha Boro, cuyo marco es una inmensa cantera-poblado en el centro de la capital de Burkina Faso, oculta por los edificios oficiales que la rodean. En principio la cantera iba a ser la protagonista de la película, habitada por miles de existencias ignoradas y explotadas que viven, trabajan y mueren en ella. El contacto con estas personas llevó a un cambio de óptica, a la reivindicación de su profunda experiencia desde un lenguaje alternativo a los estereotipos miserabilistas. «La tarea de los cineastas es que deje de existir el fuera de campo social», afirma Boro, y esto requiere de la participación y los interrogantes de quienes lo habitan.
El resultado es una película veraz y rigurosa sobre un sindicato y, por cierto, sobre su éxito —con matices, pero éxito—; una experiencia que parece un tabú en nuestras pantallas de cualquier tamaño. El debate al respecto que en un foro del festival sostuvieron Aicha Boro y Mohamed el Khatib —responsable del premio del público, Renault 12— alcanzó un nivel ausente en los atrasados encuentros culturales y sindicales made in spain.
Naturalmente, no es cosa sólo de tecnología, sino de talento y de realidad que testimoniar. Algo que mostraron, a la hora de destacar la dignidad de los excluidos por el infierno industrial las producciones de la californiana L.A. School of Black Filmmakers —dentro de la retrospectiva sobre cine negro USA— o los testimonios de la afrodescendencia suramericana y su resistencia cultural en el ciclo «La tercera raíz».
El premio del jurado oficial a la película etíope-israelí (¿por este orden?) La higuera, de Aäläm-Wärqe Davidian muestra que es imposible hacer un panorama de todo el ámbito africano sin incurrir en tensiones políticas. RTVE patrocinó y emitirá el premio a la interculturalidad «Griot del viento», concedido a El guerrero perdido de Nasib Farab; una ventana al infierno que enfrentan los solicitantes de asilo.
Hablando de emisiones, una de las nuevas de este FCAT ha sido la puesta en marcha en Vimeo del Canal de Cine Africano, que permitirá conocer el archivo del festival más allá de sus fechas y lugares de celebración. Sin duda su más reciente edición muestra que este festival que apuesta por el conocimiento se ha consolidado, y eso es muy importante en unos tiempos en que la ignorancia satisfecha se anima a ganar posiciones.