CULTURA | Villaverde (Madrid) | Extraído del cnt nº 429.
El pasado 30 y 31 de julio tuvo lugar el Encuentro de Poetas en Moguer, Voces del Extremo, este año bajo el subtítulo Poesía y Economía y, además, dedicado a Antonio Mirabent. Desde que se celebrara su primera edición, allá por 1999, han sido más de veinte ediciones en las que se han juntado un nutrido número de poetas —de muy diversos territorios del estado español e iberoamericano—, que indagan, a través de lo poético y la conciencia social, sobre lo que nos rodea: utopía, conflicto, capitalismo, vida, control, empatía, resistencia…
Un lenguaje que nos interpela
Escribe Antonio Orihuela —organizador del encuentro— en el prólogo a la antología recopilada este año:
«Como románticos incurables hemos insertado nuestras obra en estas lógicas [de compromiso social], de ahí que nuestros poemas apelen a la responsabilidad individual y colectiva que tenemos, en un sistema mundo instaurado por el capitalismo, para reconocer que todo está interconectado con todo dentro de los límites biofísicos de un planeta hoy por hoy agotado, contaminado y al borde del colapso».
Es la poesía la herramienta que nos permite diseccionar la realidad por medio del lenguaje. Nos permite hurgar y manosear las palabras, construirlas, descomponerlas; nos da la posibilidad de experimentar, preguntar o simplemente mirar con el verbo. También nos interpela.
En los días que transcurre el Encuentro nos topamos con un lenguaje que nos señala. Nos señala para mirar el mundo y sus dolencias y nos da palabras que nos cambian la mirada, que nos atraviesan, y de golpe… ¡PUM! Te topas con un poema que te ensarta por completo, que te rompe:
«El capital asfixia con ganancias,/ crecimiento sostenido e insostenible,/ No puedo respirar/ y 2014 es 2020./ Todo está en tu interior,/ me dices,/ mientras la bota me oprime/ la cara contra el suelo, contra el sueño,/ No puedo respirar/ once veces antes de morir».
Quizá son estos versos de Amelia García Fuentes recitando su poema «En color salmón», o estos otros de Mª Ángeles López Pérez declamando su poema «[el acento]»:
«La piedra soñolienta, soñadora,/ repleta de sí misma, de quebranto/ y arenisca, belleza, más quebranto,/ se queda sin aliento, estremece/ porque no hay forma humana de entender la pobreza,/ el crecimiento vegetal de manos como ramas,/ como brazos creciendo/ como troncos,/ atados de raíz/ a la carencia,/ extraños y desnudos,/ doloridos».
Hablaba de los poemas que te rompen, sin embargo también que conectan, que invitan a la creación de común, que te hacen sentir que no estás sola, que antes otras ya. Y algún que otro «Aviso para poetas», como el que nos espeta Ángel Calle:
«Poetas, poetas, poetas, muchas de ustedes…/ es difícil que entréis en la aguja de la palabra/ es más fácil pertenecer al ojo de los camellos/ Aviso para otras y otros poetas:/ huir de los tuertos avispados, de los aguijones escayolados con leche de crédito/ mejor escribir siempre ciegos/mejor sumergirse en el tacto/ mejor compartir esta noche una cama/ mejor reventar una cárcel».
Moguer, un pueblo de poesía
Al principio del artículo lo he mencionado de pasada, sin embargo es importante hablar del entorno, del paisaje, de un pueblo cargado de historia(s) literaria(s). Los encuentros de Voces del Extremo se celebran en Moguer, una pequeña localidad de Huelva. Bien es cierto que a lo largo de su historia se han celebrado algunas ediciones en otras localizaciones como Sevilla, Madrid, el Valle del Jerte o Bilbao. Sin embargo es en este pueblo onubense donde todos los años se encuentran las y los poetas; quizá algunas ya lo «conocen» por Platero y yo.
Desde luego, es el pueblo donde nació Juan Ramón Jiménez. También Antonio Orihuela. Dos poetas, que lejos de parecer muy distantes guardan algunas coordenadas en común (más allá del municipio que les vio nacer). Me contaba Orihuela una de las noches, en una de las plazas del pueblo, a los pies de la estatua de Zenobia, que Juan Ramón Jiménez se opuso a la industrialización en algunos de sus textos y, frente a una voz común en su época que creía en los avances de la Industria, Jiménez supo vislumbrar —a principios del siglo XX— el daño que ésta causaría. Me contó muchas más cosas sobre Juan Ramón que desconocía, sobre su relación con el pueblo, sobre la guerra y su exilio, sobre su humanismo…
Es precisamente en la Fundación Zenobia y Juan Ramón Jiménez y en la Casa Natal de Juan Ramón Jiménez donde se desarrollan la mayoría de recitales poéticos. Por unos días Moguer da cobijo a un puñado de poetas venidos de todas partes, que recorren sus calles y se topan con bustos, estatuas y nombres que referencian al matrimonio.
Una comunidad de poetas para conquistar el aire
Hay algo que no se ve pero se siente cuando vas a Voces, hay una intencionalidad tras la organización, una praxis y un quehacer buscado. Sorprende que algo con tal dimensión solo lo organice una persona, sin embargo luego te das cuenta: han crecido, como ramas, formas de autogestionar el encuentro, redes de afectos y sostén que empiezan a hacer pequeñas cosas que posibilitan que todo marche.
Me parece que hay una radicalidad en la propia propuesta. Es Orihuela una especie de coordinador que posibilita que la red se haga más extensa, sin embargo todas son las que construyen y, lejos de otros eventos en las que se ve claramente el carácter jerarquizado de quien hay detrás/(delante), aquí se diluye en el todos, en el todas, al menos esa es mi sensación.
Pienso que se podría extender la propuesta a otros perfiles poéticos que guardan mucha conexión con el fondo y la forma. Pienso que hay gente más joven y precaria que puede conectar con Voces si esa red se quiere aún más extensa. Yo desde luego creo que podría ser un buen horizonte y como meta conquistar el aire —que falta nos hace—.
Cantares de Revolución
Este año, el cierre poético de las Jornadas fue a cargo del Colectivo flamencónomo con su espectáculo de agitación Flamenconomía: nociones de economía y otros cantes que pretende «acercarse a lo económico desde la cultura flamenca». Toda una declaración de intenciones para revolucionar(nos) a través de soleás, cantes y letrillas: «Capital es que te mueras/que dejemos ya de verte./ Queremos producir Vida/ y tú reproduces muerte», reza su «Soleá del capital».
En el escenario de la Plaza de las Monjas, con algún que otro señorito sentado en el bar de al lado, nos alumbraron y cargaron de fuerza, recitando sobre los pesares y angustias que nos atraviesan; también sobre las resistencias que portamos y la herencia de lucha de las nuestras: «Tenemos los espárragos, tenemos las tagarninas/ Tenemos las piernas con las que caminas/ Habitaciones con kellys explotá/ Somos La Piriñaca recordándonos que nos sabemos cantá/ Invernaderos con jornaleras levantá/ Somos la Niña de los Peines cantándonos por soleá», entonaba Óscar García Jurado en una letrilla inspirada en la canción «Latinoamérica» de Calle13.
Junto a Óscar, recitando, Ana Ruiz y Antonio Orihuela, al cante Laura Madero y a la guitarra José Alcántara, los integrantes del colectivo que ojalá podáis tener la oportunidad de escuchar. Desde el conocimiento situado hasta el universalismo, pasando por la voz desgarrada y la rabia que empuja a la acción. Acción. Esa es la palabra.
La fiesta de la crecida
Este año ha sido un encuentro atípico debido al COVID, con muchas menos personas de las que suelen acudir y participar en Voces del Extremo. Me cuenta el poeta Juan Cruz López, que ha participado en varias ediciones, que todos los años el broche final es La fiesta de la crecida.
Se celebra en Isla Canela (Ayamonte), un lugar hiperturistificado. Sin embargo en pleno corazón de la bestia está la casa del poeta Eladio Orta, su familia no se vendió a grandes compañías hoteleras y de restauración. Y como una gran carcajada del destino, allí en mitad de la Isla del Capitalismo, los poetas Anticapitalistas recitan sus últimos poemas del encuentro, beben, comen, cantan, charlan y auspician cada uno de los golpes que seguirán escribiendo, que seguirán propagando, que seguirán dando…