Viviendo mi vida Kelly

Era el 20 de junio de 2004, el día de mi llegada a la ciudad de Pamplona. Tenía dieciséis años y supe lo que era limpiar mierda. Empezaba mi vida como Kelly, aunque no era consciente de lo que significaba ser “sudaka”, “proletaria” o “cenetista”. Limpiaba un bar en “negro” durante los fines de semana por 100 € al mes. Fue mi primer trabajo. Al que se sumó el cuidado de niños, limpieza de casas y portales.

Supe lo que era un contrato de trabajo seis años después, con lo cual, regalé mi tiempo y mi fuerza laboral a muchos patrones sin escrúpulos. Ni siquiera sabía que estaba siendo explotada. Cuando eres mujer migrante y todo tu entorno lo es, te acostumbras a estos trabajos basura, a agachar el moño, a ser agradecida con tus “conquistadores” y a verte a ti misma como una ciudadana de tercera clase.

Contra todo pronóstico, entré a la universidad sin becas ni ayudas de ningún tipo. A base de esfuerzo infinito y lejía logré acceder a los espacios que gente como yo contemplaba desde la calle. Cualquiera podría imaginar que con una licenciatura y un máster tendría mayores oportunidades de trabajo. Pero no. Sigo siendo Kelly. Puede que estudiar Filosofía y Literatura Castellana no sean las opciones más rentables del mercado, soy consciente.

Tampoco tengo un cuerpo hegemónico ni que cumpla con los parámetros occidentales de belleza, con lo cual, en el mundo de la hostelería nunca me han puesto a atender a los clientes, sino que a limpiarles sus habitaciones o a cocinarles como chacha sudaka a la carta.

Veinte años después empiezan los problemas de la vida Kelly. No conozco a nadie de mi colectivo que sea feliz limpiando o haciendo cuarenta camas diarias. No hay niños que digan “yo de mayor quiero ser Kelly, joderme la espalda y cobrar por debajo del salario mínimo”. Si nadie desea una rizartrosis y un síndrome cervicobraquial que te va paralizando los brazos con treinta y siete años, ¿por qué permitimos que este tipo de trabajos siga existiendo? Nos llaman esenciales, aunque nadie se ha puesto en nuestro lugar ni ha intentado mejorar nuestras condiciones. Ya me gustaría que los políticos y los empresarios limpiasen dieciocho habitaciones en seis horas y media tal como te lo exigen las ETT, sobretodo cuando se marchan todos los huéspedes y te toca cambiar las sábanas y los edredones cagados por otros.

No es sólo el hecho de ser mujer, sino que además ser inmigrante. Doble prejuicio. La sociedad te seguirá asignando los trabajos que nadie quiere, da igual lo que estudies. Si quieres ser independiente y no cuentas con la ayuda económica de tus papitos, terminas pactando con la caca y te prometes que algún día dejarás de ser Kelly.

En la lucha del amo y el esclavo, el siervo no desea convertirse en patrón y lucrarse de su trabajo, sólo desea eliminar la dialéctica que determina su vida. Por eso milito en CNT, para que algún día todas las kellys del planeta hagamos la revolución.

Salud y Anarquía.

Mariela Díaz, afiliada CNT Iruñea.

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