Sólo será un minuto. El tiempo necesario para mostrar
desnuda la locura, desprovista ya de sus cenicientas máscaras.
Toma asiento, acomódate en esta ventana de la memoria,
aférrate a su marco astillado, lleno de fantasmas.
Asómate sin miedo, no podrán divisarte hallándote como
te hallas en una posición privilegiada.
Contémplalos. Miles de millones de hormigas descabezadas,
huyendo de sí mismas, destrozándose a dentelladas.
Se aplastan con fruición, se sonríen con desgana,
destilan cierto amor que apuñalan por la espalda.
Miradas hipócritas temblando ante el espejo, crueles garras
que afilan mientras duermen, ambicionan sin pudor
la riqueza que los mata. Surtidores de cianuro que exterminan
sin pesar aquello que sus manos tocan, como caballos
furiosos desplazando el viento, como lobos hambrientos
ávidos de carnaza.
Ante la inminencia del terror, corren como alimañas
tras su pálida condena, prisioneros como son
de las celdas más inhóspitas, sabedores del infierno
que anida en sus cabezas.
Macabra danza de lo absurdo, bailando a duelo con la nada.
Una mitad sucumbe de inanición, la otra engulle hasta el hartazgo
con esos colmillos desgastados por la vertiginosa cadencia.
No cabe salvación posible partiendo de estas espantosas premisas.
No imaginan el futuro que les acecha bajo el suelo enmoquetado,
no perciben el hedor que desprenden ya sus células,
no sospechan la tragedia que les aguarda agazapada.
Ya ha pasado tu largo minuto.
Ahora te toca ponerte a salvo.
No demores más tu última esperanza.
Date prisa, pues yo, soy uno de ellos.