En el número de este mes de la publicación anarquista Tierra y Libertad podemos encontrar de la mano del Grupo Tierra este breve pero completo repaso del conflicto urbano que azota Madrid, como paradigma del desarrollo de la ciudad del capital. En el se recogen las contradicciones principales del modelo de desarrollo que la Modernidad industrial ha provocado en la ciudad.
Urbanismo moderno y crisis
En estos últimos años, vemos cómo la ciudad de Madrid sufre cambios drásticos de manera continuada. Hemos sido testigos de diversos cambios en numerosas plazas, tanto del centro de Madrid como de los barrios que rodean la denominada actualmente «calle 30» (ex M-30). Diversos planes de remodelación viaria se han llevado a cabo en plazas como Puerta del Sol, Callao, Chueca, Vázquez de Mella, Lavapiés, Cabestreros (actual Nelson Mandela), Tirso de Molina o la Plaza Vieja de Vallecas, entre otras tantas. Este es el resultado de la quiebra del modelo funcional de ciudad que adoptaron las ciudades postindustriales. Este modelo que ya todos conocemos, está diseñado para resolver las necesidades de sus habitantes mediante criterios de eficiencia según diversas pautas de la producción industrial, con el objetivo, claro está, de dar la máxima rentabilidad posible al flujo de personas, bienes y mercancías. Y esto es así porque el capitalismo ve en los usos del suelo una forma de apropiación del territorio y su aprovechamiento como valor de uso y cambio.
Así pues, vemos cómo el suelo se ha segregado en zonas especializadas según su uso:
- Zonas residenciales: donde tienen cabida los habitantes de una población y diversas empresas del sector servicios.
- Zonas industriales: polígonos industriales en los que se encuentran diversas naves y fábricas.
- Zonas de servicios: donde se encuentran los complejos comerciales y diversas oficinas.
Un claro ejemplo de este tipo de ciudad lo tenemos en varios municipios que rodean la ciudad de Madrid, como el municipio de Rivas Vaciamadrid. Si miramos un plano de la ciudad de Rivas, podemos observar claramente la zona residencial, que ocupa la mayor parte, la zona industrial, concentrada en el polígono de Santa Ana, y la zona de servicios, donde se concentran diversas naves de distribución y centros comerciales entre Rivas Futura y la carretera A3.
En otras zonas dentro de la ciudad de Madrid hemos podido comprobar cómo a lo largo de los años las zonas industriales han ido desapareciendo y formándose modelos de barrios en forma de áreas residenciales densas, materializadas en edificaciones que recuperan la tradicional «manzana» de las ciudades estadounidenses. Un claro ejemplo de este modelo lo vemos en los nuevos barrios formados en torno a Méndez Álvaro y la antigua estación de Delicias, donde proliferaban antiguamente enormes fábricas junto a las vías del tren, que han ido desapareciendo dando lugar al parque de Tierno Galván y al nuevo barrio. Un último vestigio del modelo industrial de Madrid lo tenemos en las altas chimeneas, antiguas vías de tren y enormes depósitos de agua que se encuentran en el Tierno Galván, más concretamente en la calle Párroco Eusebio Cuenca. O en las enormes mansiones y naves que todavía quedan alrededor de las vías del tren que desembocan en la estación de Atocha, las cuales se han transformado dándoles uso como oficinas y como instalaciones eléctricas, deportivas municipales o de asistencia social. Esto último se denomina modelo de ciudad orgánico, que se complementa con el modelo de ciudad funcional.
El Plan Castro, de inspiración Haussmann, es el germen principal en Madrid del modelo de ciudad funcional, que derivó en lo que en su día se denominó el Ensanche de Madrid y hoy conocemos como Argüelles, Barrio de Salamanca, Chamberí, etc., con edificaciones regulares orientadas de norte a sur, con tres tipos de calles (principales, secundarias y estrechas), diversas plazas y jardines cuyos destinatarios son las clases más adineradas.
Otra característica propia del modelo de ciudad funcional lo tenemos en la separación peatonal. En las ciudades preindustriales no existió ninguna separación entre los peatones y los carruajes. Hoy en día vemos cómo en las ciudades existe una clara separación entre las carreteras, donde circulan toda clase de vehículos, y las aceras, donde circulan los peatones. Aun así, hay diversos barrios de la ciudad de Madrid en los que quedan vestigios de carreteras sin acera alguna.
Hemos sido testigos de los modelos de edificación en este tipo de urbanismo. Estos barrios formaban parte del urbanismo industrial, donde los trabajadores inmigrantes, en su mayor parte andaluces o extremeños, fabricaban sus casas directamente alrededor de la zona industrial, dando como resultados barrios de «infraviviendas».
En los años 60, 70 y 80 se han ido desmantelando los diversos poblados chabolistas existentes en Madrid, en los barrios de Carabanchel, Vallecas, San Blas, Hortaleza, Villaverde, etc. A finales de la dictadura franquista, se planificaron y construyeron Unidades Vecinales de Absorción (UVA) en forma de colonias con grandes manzanas y diverso equipamiento. Con una inversión económica mínima, el régimen se felicitaba del «éxito» de este tipo de construcciones y de la integración y asimilación de inmigrantes en Madrid. Dos de los ejemplos más conocidos son la UVA de Hortaleza y la UVA de Vallecas. Edificaciones que, aun con un carácter provisional, a día de hoy siguen existiendo y en las que malviven centenares de personas. Más tarde, en otros barrios se construyeron bloques de edificios de forma rectangular y largas plantas o torres aisladas o en pequeño número, con el uso de las nuevas tecnologías de la época en la construcción, materiales como el hierro y el hormigón, y un diseño arquitectónico sobrio y homogeneidad estilística. Algunos ejemplos los tenemos en los barrios de Entrevías, El Pozo u Orcasitas, con la amplia participación vecinal a través de diversas luchas durante finales de los 70 y principios de los 80. Uno de los últimos atentados a la dignidad humana en la integración social dentro en la democracia, lo tenemos en «el ruedo» de Moratalaz, edificio con cierta similitud a una muralla, con forma de espiral y características muy similares a una cárcel (hay a quien le parece una plaza de toros, según la ideología) por su tipología, tamaño y aberturas.
También durante estos años y principios de los 90, se usó la construcción modular para erradicar el denominado «chabolismo marginal», ejemplos claros están en los antiguos poblados de La Celsa o La Rosilla, también conocido como «Los Pitufos», por los diversos colores de las fachadas.
En los nuevos enclaves financieros, en el caso de Madrid, los más conocidos se sitúan en el eje del Paseo de la Castellana, destacando las construcciones en forma de rascacielos con unos objetivos claramente definidos: Sacar la mayor rentabilidad posible del uso del suelo con el máximo espacio, principio básico del capitalismo. Fórmula arquitectónica idónea con una fuerte carga simbólica y de propaganda ideológica, dando una imagen a la población de solidez y eficacia.
La quiebra del modelo de ciudad funcional
A partir de finales de los 90, y durante los inicios del siglo XXI, la sociedad se ha ido desarrollando, introduciéndose el uso de la nueva tecnología informática tanto en la producción, en la distribución, en el servicio, como en nuestras casas, modificando nuestras relaciones sociales, así como nuestra forma de vida. El capitalismo se encuentra en una nueva fase de reestructuración a raíz de la nueva «crisis» de los mercados que ha afectado en gran medida a EE UU y la UE, sobre todo a los países del sur de Europa.
Todos somos parte del engranaje que hace girar la maquinaria de la economía y, por tanto, de la sociedad. El urbanismo no está exento de cambios: al contrario, se manifiestan, puesto que en su desarrollo intervienen tanto ideologías políticas como religiosas y, dentro de una sociedad marcada por el engranaje del capitalismo, el beneficio del mercado. Es así que el modelo de urbanismo que conocemos de las décadas de los 70, 80 y 90, regulado por un proceso capitalista que ha terminado en quiebra, ha sido consecuencia, por ejemplo, del despilfarro energético creado por la cultura del automóvil: uso del coche constantemente en desplazamientos entre el lugar de trabajo, residencia y ocio; la prioridad del coche frente al transporte público, tanto dentro de la ciudad como en zonas residenciales de alto poder adquisitivo en las afueras. Otra cuestión importante que hay que resaltar es el urbanismo desmedido dentro de España, resultado de la especulación con los precios del suelo, la vivienda y la hipoteca por parte de los bancos, y que tiene también como consecuencia la deuda, que ha llevado al desastre económico en el estamos inmersos actualmente.
Para parchear esta situación, el denominado urbanismo postmoderno tiene entre sus objetivos prioritarios la corrección de las disfunciones territoriales heredadas, con la finalidad siempre de servir e impulsar el mercado capitalista:
- Reestructuración de las áreas periféricas: a pesar de la propaganda con la que nos bombardean acerca de todo lo relacionado con la exclusión social, la realidad es que no combaten la miseria, sino que la van apartando. Lo que hoy en día se conoce como el núcleo chabolista de La Cañada Real, y que tanto se ha mencionado en los medios de comunicación como zona conflictiva y peligrosa, no es más que el resultado del desmantelamiento de los poblados chabolistas de La Celsa, La Rosilla, Pitis y el gradual desmantelamiento de Las Barranquillas, etc., la creciente exclusión social que viven los trabajadores y la permisividad con los clanes de venta de droga y mafias de la prostitución. No existe un interés real de trabajar contra la exclusión para erradicarla, sino que lo que se pretende es perpetuarla y controlarla (dado que el capitalismo es la principal causa de la exclusión social), y usarla como arma de confrontación entre vecinos de las diferentes poblaciones, en este caso Rivas, Coslada y Madrid, como ha pasado en la colonia de Nuestra Señora de los Ángeles de Vallecas, o para exterminar a todas aquellas personas que no son capaces de integrarse dentro del mercado laboral y caen en la drogodependencia y la exclusión social, además de legitimar la existencia de las cárceles o los centros de menores, y ser un negocio lucrativo para las ONG. Así pues, con el desmantelamiento de los poblados chabolistas, nacen los denominados Programas de Actuación Urbanística (PAU) del Plan General de Ordenación Urbana aprobado por el Ayuntamiento en 1997. Anchas avenidas, manzanas amplias, equipamiento comercial, gestión más «sostenible» (usando centrales térmicas), uso intensivo del suelo, etc. El crecimiento basado en la especulación de los promotores inmobiliarios ha llevado a la explosión de la burbuja inmobiliaria y a que la oferta supere a la demanda, llevando este disparate constructivo a la paralización de las obras, y a que todos los barrios proyectados estén paralizados de manera indefinida (Valdebebas, Valdecarros, etc.), o a que en los existentes no haya instalaciones públicas suficientes para la demanda, o el transporte público sea totalmente deficiente.
- Recuperación y rehabilitación del paisaje de los centros históricos y reorganización y gentrificación de áreas centrales: un ejemplo claro para este asunto lo tenemos en el distrito Centro, considerado como el casco histórico de Madrid, y muy concretamente los barrios de Los Austrias, Universidad, Chueca, Centro y Lavapiés. Las construcciones históricas de viviendas de pisos en estos barrios suelen ser irregulares, con pisos pequeños, y otros tantos edificios con plantas enormes que usaba la burguesía de la época. Sin embargo, a finales del siglo XX, el envejecimiento de la población y la búsqueda por parte de la gente joven de lugares con pisos más grandes y barrios con mejores equipamientos, o el ascenso de la categoría profesional y social, ha conllevado que los pisos de la zona centro de Madrid queden abandonados o se instalen en ellos población con escasos recursos económicos, en proceso de exclusión social, o población inmigrante.
Aquí surge un conflicto en el que intervienen tres agentes principalmente:
- Por un lado los vecinos con más concienciación social, asociados, que reivindican la defensa de sus intereses sociales, equipamientos y servicios al menor coste, mayor calidad ambiental y viviendas más baratas.
- Los empresarios, propietarios y promotores inmobiliarios que anteponen sus intereses como dueños de la propiedad y del suelo con la premisa capitalista de rentabilidad máxima.
- El Estado, quien dice servir de mediador en los conflictos, pero que, como tantas veces se ha demostrado y como vamos a argumentar después, beneficia a los que poseen la propiedad privada.
Tanto la administración como las asociaciones de empresarios y asociaciones de vecinos oficiales, por lo general vinculadas a partidos políticos mayoritarios como PSOE e IU principalmente, buscan modelos de promoción y restauración de los barrios, y todos trabajan desde su posición en el desarrollo de los acuerdos tomados.
Es así que se ha potenciado en barrios como Malasaña la llamada gentrificación, convirtiendo un barrio en degradación en un escaparate comercial y una zona de ocio dirigida, mezclando tiendas de moda y complementos de las principales empresas europeas y estadounidenses, bingos y establecimientos de apuestas, establecimientos comerciales más pequeños orientados a diversas tribus urbanas, numerosos bares de moda y diversas franquicias, etc. Así, muchas viviendas se han revalorizado y reformado para su uso por un nuevo tipo de habitante con un perfil más joven, que busca tanto intimidad en sus relaciones como diversión. La peatonalización de la calle Fuencarral hace que el flujo de personas aumente, por lo que aumentan las oportunidades de las empresas y el flujo de capitales.
En el barrio de Chueca la opción ha sido convertirlo en un gueto de la homosexualidad. La sexualidad en este caso se mercantiliza, haciendo diversos comercios y bares ligados al «gueto», convirtiendo la sexualidad en un producto o servicio. Así, tanto la plaza Vázquez de Mella como la plaza de Chueca se han convertido en plazas duras donde se mercantiliza el suelo a favor de empresas y locales de ocio, en forma de grandes terrazas y en escenarios de fiestas y conciertos en la celebración de las fiestas de Chueca o en jornadas orientadas al consumo, convirtiendo la reivindicación de la libertad sexual en un mero espectáculo asimilado a escala internacional, y que tantas consecuencias desastrosas tiene para toda aquella persona que busca un referente por su orientación sexual.
Al igual que en estos barrios, en el eje Chamberí-Sol, todas las plazas que hemos nombrado al principio han sido asfaltadas para darles un uso comercial tanto en los meses de menos calor, como en los meses de más calor, en los cuales el efecto «horno» de la plaza hace que nos tengamos que acercar a los bordes donde está la sombra y los locales comerciales. No queda, por tanto, sitio ni para la reunión, ni para la conversación, si no es en un establecimiento comercial, por lo que solo hay espacio para el consumo. Y este modelo de urbanismo postmoderno es el que se quiere empezar a implantar en el barrio de Lavapiés. Fiestas como el Tapapiés, organizadas por la patronal del comercio, la transformación de las plazas de Tirso de Molina, Lavapiés, Agustín Lara y Cabestreros para beneficio de los bares y locales de ocio, la instalación de cámaras de seguridad y el hostigamiento policial contra la población inmigrante y los movimientos sociales, es solo el inicio para atraer inversores a Lavapiés que puedan transformar el barrio en otro escaparate de consumo y ocio dirigido.
Así como se mercantilizan las calles, se hace lo mismo con los edificios históricos, cargados de contenido simbólico que da y afianza la identidad. Esta identidad la venden para que los edificios se identifiquen con la ciudad, con el país o con la religión católica. Un ejemplo de ello es la facultad de la UNED de las Escuelas Pías de San Fernando. Este edificio fue dejado en ruinas por el Estado como método de propaganda del franquismo contra lo que denominó «el terror rojo» -al igual que el pueblo de Belchite-, y hoy en día se ha convertido en un centro de estudios universitarios -uso que podemos preferir al adoctrinamiento moral religioso, pero que no deja de ser un lugar en el que se mercantiliza tanto la educación como el ocio en otras partes del centro a través del consumo-. Este edificio conserva la carga simbólica como reafirmación identitaria, religiosa y política contra los que denominan «saqueadores» en sus tablones.
El urbanismo contra la persona
El desarrollo de la nueva ideología política nacida con la revolución burguesa en Francia en el siglo XVIII, el fortalecimiento de la burguesía como clase dominante, el desarrollo del nuevo modelo de producción capitalista, la plasmación física en el urbanismo de la ciudad, la emigración del campo a la ciudad y el relevo generacional han ocasionado que el ser humano deje de desenvolverse en la naturaleza. Hemos cambiado los bosques verdes, la flora y la fauna, y toda la forma de vida directa de la tierra por la jungla de asfalto, el hormigón y el alquitrán. La densidad y la amplitud de la ciudad nos fragmentan socialmente (familiares, amigos, trabajo) y nos deshumanizan. Las relaciones de amistad giran en torno al consumo y se vuelven vacías. La dureza del entorno físico hace que las relaciones sentimentales se vean afectadas. La reducción del tamaño de la vivienda, las concentraciones residenciales, la contaminación acústica, la precariedad y la presión derivada del miedo tanto del trabajador en el entorno laboral como del parado ante la exclusión social, desencadenan en nuestro organismo reacciones de agobio y estrés que nos dañan, causando patologías tanto físicas como psicológicas, que actualmente también son mercantilizadas por la industria farmacéutica.