Ya se percibe el rumor sordo de las gaviotas,
su frágil vuelo en la tarde distante.
Celebran juntas, en la penumbra creciente y
sobre la arena tibia, la luz que en el mar
se desangra. Abren sus picos dejando escapar
un graznido desesperado, el hálito de la libertad en retirada.
Cada noche el ritual se repite, el fin se materializa
en una oscuridad que las inmoviliza.
Hermanadas en el desastre cotidiano,
esperan ansiosas un nuevo día, una luz
recién lavada que desentumezca sus alas.
Bajo un roble arrasado por el tiempo
suelo mirarlas cada tarde, con los ojos
del niño fascinado ante una belleza desconocida.
Ellas son la esperanza del mundo,
el deseo inaprensible de lo vivo,
la fuerza irreductible del vínculo.
Vuelvo sobre mis huellas, echando la
vista atrás a cada paso.
Me gusta ver sus siluetas impertérritas
a medida que me alejo. Su espera paciente
con la mirada fija en el horizonte.
No rindiéndose jamás.