Hay que remontarse varios años atrás para comprender la movilización y la lucha que está llevando a cabo el pueblo egipcio. Artículo realizado con motivo del nuevo libro de Virus Editorial, Egipto tras la barricada. Revolución y contrarrevolución más allá de Tahrir.
Marc Almodóvar | Periódico CNT
El 14 de noviembre de
1152 a.c. decenas de obreros y artesanos pararon la construcción de
la necrópolis real en Deir el-Medina al grito de «tenemos
hambre». Eso sucedía al fin de la 20ª dinastía, bajo reinado
de Ramses III, en lo que aunque no sea seguramente la primera
insurrección popular si representa la primera huelga documentada de
la historia. Según los relatos los huelguistas fueron escalando en
su nivel de confrontación con los gobernantes, que prometían mucho
pero no cumplían con su palabra. Los obreros, que ya por entonces se
quejaban de que sacerdotes y intermediarios acaparaban todos los
víveres, fueron escalando en su confrontación. De simples quejas
verbales llegaron a invadir el recinto de obras, acampar en él,
repetir parones hasta tres veces y llegando finalmente, y según se
cree, a saquear las tumbas que ellos mismos habían construido con su
sudor no recompensado.
Egipto, pese a un
imaginario colectivo que nos ha hecho creer en la sumisión constante
del pueblo egipcio, y por extensión también del llamado pueblo
árabe, ha vivido mucho tiempo detrás de la barricada. La historia
nos rememora ese hecho. Egipto vivió en el siglo XX más procesos
insurreccionales que no lo hiciera, por ejemplo, el estado español.
Pero el racismo y el neocolonialismo nos han tendido a dibujar un
pueblo egipcio y árabe sumiso ante el poder (inevitable, claro está)
de unos gobernantes autoritarios y déspotas.
Documentar la revolución
El 22 de febrero de 2009
un servidor inauguraba un blog en la red bajo este nombre. Egipto
tras la barricada. Lo hacía a petición de los activistas egipcios
que veían importante dar a conocer lo que allí estaba sucediendo
ante un práctico vacío mediático internacional. Pocos meses antes,
en abril de 2008, una insurrección popular estalló en la ciudad
obrera de Mahala el-Kobra, en el delta del Nilo. Miles obreros,
ahogados por la creciente inflación, las medidas de liberalización
económica y el incumplimiento repetido de las promesas de los
gobernantes, tomaban las calles de la ciudad reclamando la caída del
presidente Mubarak, cuyos retratos eran destrozados por la masa
irada. 3 personas perdían la vida, cientos resultaban heridos y
otros tantos eran detenidos y transferidos a la justicia militar.
Mientras eso sucedía, las instituciones financieras internacionales, así como los gobiernos occidentales, alababan sin rodeos las políticas económicas del régimen Mubarak. Un régimen que selló a principios de los noventa una alianza política con el FMI y el Banco Mundial que convertirían al país en un banco de pruebas del liberalismo en los países en desarrollo, el llamado Consenso de Washington. En 2007 el Banco Mundial premiaba a Egipto con el título de «mayor reformista» del planeta, mientras el continuo crecimiento de su PIB era alabado internacionalmente pese a no querer darse cuenta que en 2011 más de 15 millones de egipcios vivían con menos de 2 dólares por día, mientras sólo ocho hombres de negocios controlaban un patrimonio superior a los 18 mil millones de dólares. El régimen alimentaba el miedo occidental al fantasma de la alternativa islamista manipulando elecciones, como en 2005, y presentándose como el único aliado posible a los intereses de Washington en la región. De hecho la primera ocupación de Tahrir del último cuarto de siglo no fue en 2011, fue en 1998 contra la operación Zorro del desierto, la enésima intervención de Estados Unidos en Iraq. Luego se repetirían nuevas ocupaciones contra el imperialismo estadounidense en la región o en solidaridad con Palestina.
Pero para controlar ese país Mubarak robó, manipuló, asesinó y adulteró elección tras elección ante la mirada cómplice de la Unión Europea, con España como tercer socio comercial del país, y Estados Unidos. Durante meses el
blog recopiló casos de brutalidad policial, corrupción política,
protestas obreras y en general todo resquicio de insurrección
popular contra el régimen Mubarak, cómodamente instalado en el
poder gracias al respaldo de una comunidad internacional amedrentada
ante el pretendido fantasma islamista alimentado por el régimen.
Casi dos años después de ese febrero de 2009 las masas tomaban las
calles de Egipto ante la estupefacción de una comunidad
internacional que no acababa de entender lo que allí sucedía. Y no
lo entendía porque había, deliberadamente, obviado prestarle
atención.
Pese a que para muchos lo
sucedido en Tahrir fue casi una combustión instantánea de una clase
media acomodada y cibernética exigiendo reformas simplemente
política (es decir, elecciones cada 4 años), las entrañas de la
revolución egipcia van mucho más allá de los pocos quilómetros
cuadrados de la plaza Tahrir o los muros de Facebook y twitter de los
ciberactivistas. Por consiguiente también va mucho más allá del
júbilo por la caída del dictador, del que los poderes facticos
quisieron encarnar en exclusiva en la dictadura para así aplacar de
golpe el ímpetu popular y volver todo a la normalidad
pre-revolucionaria. Egipto tras la barricada, el libro que
presentamos con la editorial Virus, es la crónica de esta historia.
De esta revolución y su consiguiente contrarrevolución. Este viaje
silenciado, es la historia de una revolución que ni comenzó en Tahrir ni ha acabado con la marcha de Mubarak o la caída de Mursi.
La revuelta de 2011
En 2011, ante el estallido popular, la baraja se rompe. El pueblo sale a la calle gritando «pan, libertad y justicia social». Nada de simples reformas políticas. El pueblo pide mucho más. El régimen, aquél militar nacido en 1952 en el golpe de los oficiales libres de Gamaal Abd el-Nasser, decide sacrificar su cabeza visible, Mubarak, para calmar las calles y devolver las aguas a su cauce. Los militares, padres de un poderoso imperio político y económico, deciden retomar el poder. Apadrinado por un Washington ansioso por devolver el país a la estabilidad pre-revolucionaria,a cuerda un pacto, El pacto de transición con la que por entonces es vista como la fuerza social y política más fuerte del escenario, los islamistas Hermanos Musulmanes. El fantasma convertido en aliado y que rompe todo acuerdo con las fuerzas populares y revolucionarias, que se ven traicionadas y vendidas por primera pero no por última vez. Y unos y otros lanzan entonces la imperiosa campaña de la contra-revolución contra los que aún se quejan en las calles. Se prohiben las huelgas, se juzga ante la justicia castrense a más de 12 mil civiles y se acusa a toda manifestación de ser agentes extranjeros y sicarios a sueldo, cuando no putas si son mujeres, mientras se empuja el proceso a las urnas, vistas como la principal válvula de salida del proceso. Nada más lejos de la realidad, las urnas solo abocaron al país a un nuevo ring de batalla.
Los militares se sacaron de encima sus aliados islamistas cuando vieron que ya no los necesitaban, desgastados por un año de gobierno continuista, pero sin solventar las demandas de un pueblo sumido en el límite social y humano de la extrema pobreza, la barricada seguirá instalada en las calles de Egipto.
Militares e islamistas sellaron un pacto por silenciar las demandas sociales de la plaza Tahrir. Y cuando los militares vieron que podían prescindir de los Hermanos Musulmanes, quienes aplicaron en el gobierno una agenda claramente continuista en materia social y repersiva, apostaron por acabar con ellos y hacerse con el control del pastel entero retomando el control del país. Pero, tres años después y mientras los gobernantes sigan sin escuchar las demandas de una sociedad sumida en el límite de la subsistencia, el control de la barricada seguirá.
La primera entrada del
blog Egipto tras la barricada empezaba así «18 personas murieron a manos de la Policía el año 2008 en Egipto y 1500 agentes habrían sido denunciados por tortura en los últimos 3 años». Solo destacar que en el Estado español, en 2010, se reportaron 44 muertes bajo custodia policial y carcelaria.