DOSIER Anarcofeminismo | Córdoba | Ilustración de Lorena Rivera | Extraído del cnt nº 426
Recuerdo una de las primeras veces que se propuso un taller sobre masculinidades y deconstrucción patriarcal, en uno de los espacios en el que militaba. Una compañera bromeó con el hecho de que los hombres que íbamos a participar en el taller terminaríamos llorando y teniendo relaciones sexuales unos con otros. Esta broma nos hizo reír a la mayoría de personas que estábamos allí. Pero, con el tiempo, me he preguntado: ¿cuántas personas, y en especial hombres, han aprendido a asociar con la homosexualidad una masculinidad que cuida, que es más más sensible, igualitaria y tierna?
También hay voces que señalan que no se trata tanto del temor de los hombres a ser homosexuales, a que los consideren como una mujer. Desde esta otra perspectiva, lo que, de verdad, explica que los hombres no cambiemos es que estamos muy a gusto con nuestros privilegios. No nos engañemos, los hombres podemos proferir todos los discursos feministas que queramos y acudir a todas las manifestaciones feministas. Pero, cuando toque el turno de arremangarse y asumir la parte de cuidados que nos toca, muchos de nosotros sentiremos ganas de escaquearnos y volver a la comodidad de nuestros privilegios.
Hemos de abandonar nuestras conductas machistas pensando, también, en nosotros mismos, en nuestra salud, bienestar y dignidad. Estar probando lo «hombres» que somos es agotador.
No cabe duda de que habrá hombres en la CNT que afirmen que ya se conocen la cantinela de la igualdad entre hombres y mujeres. De hecho, la gran mayoría de hombres en el ámbito sindical, en el laboral y en los movimientos sociales se declararán a favor de la igualdad (si bien, a menudo, será una visión superficial y equivocada de lo que supone la igualdad).
Aunque se hayan logrado cambios en las conductas masculinas, y pese a que no todos los hombres somos iguales, la gran mayoría de nosotros seguimos participando en circuitos de acciones patriarcales.
Hemos de abandonar nuestras conductas machistas pensando, también, en nosotros mismos, en nuestra salud, bienestar y dignidad. Estar probando lo «hombres» que somos es agotador. Todos los hombres hemos oído alguna vez la frase de «no tienes huevos de …». Para que nuestros iguales no nos menosprecien, emprendemos todo tipo de conductas de riesgo, de violencia y competitividad que nos ponen en peligro y empobrecen nuestra vida. Los hombres nos vemos privados de la riqueza personal y social que supone cuidar y cuidarnos.
A este respecto, Nancy Fraser ha comentado cómo, con la crisis de 2008, muchísimos hombres que perdieron su empleo, se hundieron en una depresión porque ya no podían cumplir con aquello que se les había enseñado que era un «hombre», el que trae el dinero a casa, el principal o único sustentador de la familia.
Por todo esto es por lo que hemos de orientarnos hacia posiciones menos violentas y competitivas, liberándonos del machismo que hemos aprendido. Debemos poner la vida y los cuidados en el centro de nuestra militancia.
A continuación, se plantean algunas sugerencias sobre cuál puede ser el camino a seguir si los hombres queremos conseguir una masculinidad más saludable:
- a) Pararnos a pensar cuáles son nuestros privilegios en la calle, en el ámbito laboral, en nuestro ocio y militancia… Ser los primeros en encargarnos de los servicios de guarderías y la limpieza del local (especialmente los baños) cuando se planteen en el sindicato o en otros espacios de militancia.
- b) Promover horarios, para las asambleas y reuniones, que permitan conciliar la vida personal y la militancia. Que no sean reuniones interminables que obliguen a irse, antes de tiempo, a nuestras compañeras, que son las que suelen tener que asumir las tareas que las esperan en casa.
- c) Observar si estamos contribuyendo a que los espacios que habitamos sean también seguros para nuestras compañeras, amigas, parejas, familiares… En las reuniones o asambleas del sindicato, o de otros espacios de lucha en los que participemos, observar cuántos hombres y cuántas mujeres hay y si el nivel de participación es paritario. Si vemos que estamos hablando casi siempre los hombres podemos hablar menos nosotros y hablar con otros compañeros para que ellos también limiten su tiempo de palabra.
- d) Sería recomendable revisar de qué forma nos expresamos. Adoptar una actitud empática, asertiva, tierna y cariñosa (cuando se pueda). Los hombres solemos entrar en discusiones donde el tono se vuelve agresivo, se pegan voces, se corta a las otras personas y no se les escucha y eso dificulta el trabajo y la calidad de nuestras relaciones. A menudo, ocupamos la mayoría del espacio público y forzamos que las demás personas nos escuchen, levantando la voz e interrumpiendo. Sin embargo, ahora se nos abre una oportunidad para trabajar la escucha activa y la empatía.
- e) Si, en los espacios en los que nos movemos o militamos, se producen actitudes machistas, intentemos no ser cómplices. Hablemos con el compañero que ha tenido esa actitud, claramente, aunque sin agresividad, para decirle que no estamos de acuerdo con ese tipo de actitudes. Si la compañera está de acuerdo, es recomendable explicar el conflicto en nuestro espacio de militancia. No se trata de crucificar al hombre que haya tenido la actitud machista sino en dar respuestas grupales a problemas colectivos.
Las masculinidades no sólo son formas individuales de expresar el género. Es mucho más. Perder de vista lo colectivo, lo social, del género es pensar que un cuerpo individualmente puede romper con el orden de género cuando no es así. No debemos caer en la misma trampa que las «nuevas masculinidades» neoliberales, que ponen el cambio en un puñado de hombres blancos y con dinero.
En relación a esto, y para terminar, me gustaría dejar una frase de Lionel Delgado:
«Centralizar los debates sobre la masculinidad en la ultracoherencia individualista en pos de una deconstrucción plena es una labor abocada al fracaso. No se trata de perfeccionismos individualistas sino de procesos emancipatorios.»