Martí Sans dirigió junto a Pere Marcilla la pionera librería Cosa Nostra, especializada en anarquismo y antiautoritarismo. Desde entonces es un incesante librero, libertario, videocreador y psiconauta.
Antonio Orihuela | Periódico CNT
Pregunta.- Martí, abrir una librería como Cosa Nostra en la Barcelona de 1977 ¿qué significó para un joven de 23 años?
Respuesta.- La Cosa Nostra comenzó a gestarse en la cárcel Modelo, allí coincidí, a principios de 1975, con Pere Marcilla, al que conocía apenas de vista, y con un célula de anarquistas “históricos” aglutinada en torno a Luis Andrés Edo, que fue el maestro indiscutible de todos nosotros. La cárcel franquista era un mundo de blancos y negros, con los bandos muy bien definidos, todavía no existía la complejidad de matices que surgieron después de la muerte del dictador. O estabas conmigo o estabas contra mí. Toda disidencia a la dictadura, incluso la de los presos comunes como Pere y yo, que estábamos por drogas, tenía una dimensión ética que después se fue difuminando. Allí absorbí, de la mano de Edo y su grupo, un ideario anarquista, que como tu bien sabes, entra tanto por la cabeza como por el corazón.
Al salir de prisión, David Urbano, un militante histórico del grupo de Edo, Pere Marcilla y yo montamos la librería, a la que se unió Marta García, la compañera de Pere, para asumir la paternidad legal del proyecto al ser la única que no tenía antecedentes penales. Nos impusimos la misión, casi apostólica, de difundir “La Idea” y colaborar a crear una alternativa libertaria a unas izquierdas y unas derechas que nos parecía que nacían muertas; y claro para un chaval criado en la inhóspita Barcelona franquista aquello era vivir una aventura de dimensiones épicas.
Finalmente solo quedamos Pere y yo, y el tiempo, implacable, lo erosionó todo. Muchas cosas cayeron, otras permanecieron. Pero el que ha albergado la simiente de un mundo nuevo en su corazón, difícilmente vuelve a ser el mismo.
P.- ¿Qué fue El Rollo?
R.- El Rollo fue la versión local de la cultura alternativa que empezó en EEUU a principios de los 60 y que se conoce como Contracultura, una traducción poco afortunada, pues no iba en contra de la cultura oficial sino que se situaba al margen de ella. Lo más esencial de este movimiento transversal de regeneración espiritual, fue el intento de transformar, no las estructuras sociales, sino la conciencia del individuo, y el detonante de esta transformación interior fueron las drogas psicodélicas, convertidas en el rito mistérico de un nuevo culto iniciático. En este sentido fue lo que Jung llamaba un proceso de individuación, un canto a la singularidad, lo importante no era parecerse a los demás, sino a uno mismo. Hermann Hesse, uno de los referentes teóricos del movimiento, había escrito “Debéis desaprender a ser otros, no ser nada, imitar voces ajenas y creer vuestras las caras de otros”.
P.- ¿Puede fracasar la contracultura?
R.- En la medida en que, como te he dicho, fue un proceso de autorrealización, solo podemos hablar de verdadero éxito o fracaso en el plano individual. Ahora bien, la onda expansiva de esta toma de conciencia provocó una especie de renacimiento humanista donde florecieron muchas de las cosas que la revolución industrial había ido arrinconando, mezcladas con otras de nuevo cuño, como las filosofías y los misticismos orientales, el yoga, las drogas, la música rock, el esoterismo y las tradiciones herméticas, el chamanismo, la astrología, el tarot, la revolución sexual, el feminismo, la ecología, la obsesión por el presente (el aquí y ahora o la preocupación por el más acá en detrimento del mas allá), las medicinas alternativas, el nudismo, el culto al cuerpo, la libertad en el vestir, y tantas otras, tan extendidas e integradas hoy en día que cuesta creer que hace 60 años o no existían o estaban restringidas a pequeños grupos. Aquí, ni siquiera podemos decir lo que decía Buñuel del Surrealismo, que había triunfado en lo superficial y fracasado en lo esencial. Aquí lo esencial también ha calado hondo y aunque desde entonces hemos cambiado, no seriamos como somos sin aquellos años.
P.- ¿Qué papel tuvieron las drogas en la contracultura?
R.- Como te he dicho, un papel central. Las drogas sicodélicas (hoy diríamos enteogénicas), fueron el catalizador y los sacramentos de la nueva conciencia y esto es el principal inconveniente que encuentra el relato del Rollo, porque no se puede hablar de drogas y adjudicarles un papel positivo. Aunque hay muchos tipos de droga y su uso no siempre liberaba, al contrario, muchas veces esclavizaba, pero esto no es tanto culpa de la droga como de una ilegalización y un sistema perversos.
P.- ¿Parasitó la gauche divine todo este movimiento?
R.- La gauche divine fue un movimiento espurio, frívolo y geográficamente muy limitado, no tuvo importancia ni porvenir y no merece la pena perder tiempo hablando de ella.
P.- ¿Qué importancia crees que tuvieron revistas como Star o Ajoblanco en la revolución cultural de los setenta?
R.- En el páramo cultural de aquellos años tuvieron su importancia, especialmente Star, que salió primero y era netamente marginal, pero las revistas iban a remolque de lo que pasaba en la calle y no al revés, como ha pretendido a veces el director de una de ellas. Sin las revistas hubiese habido Rollo, pero sin Rollo no hubiese habido revistas.
P.- ¿Qué es para ti hoy el anarquismo y qué posibilidades ves para él?
R.- Yo creo que el núcleo duro de las ideas libertarias: la organización horizontal no jerárquica, la acción directa frente a la vía política y el apoyo mutuo o solidaridad, son el tipo de ideas que hacen avanzar las sociedades en la medida en que las integran, como pasa con el núcleo duro del ideario de personajes como Cristo, Buda o Lao Tse. Pero, a mi modo de ver, hay que distinguir tres niveles en todo ideal o creencia. El primero es la aspiración legítima, y siempre loable, del individuo hacia la libertad, la trascendencia, etc. El segundo, los textos que teorizan esta aspiración, desde la Biblia a La conquista del pan, que suelen ser muy deudores de su tiempo y por tanto hay que tomar cierta distancia respecto a ellos, aunque muchas veces nos iluminen. Y el tercer nivel son las organizaciones que se erigen en custodias de esas teorías, los “aparatos”, que generan una dinámica propia, la cultura del aparato, que suele ser nefasta. Personalmente, siempre he desconfiado de las organizaciones muy instaladas y anquilosadas y nunca he pertenecido a ninguna de ellas.
Aunque, obviamente, en la CNT, por su propia estructura, habrá menos malos rollos que en la cúpula de un partido mayoritario o de la curia vaticana, pongamos por caso. Cuando inauguramos, la Cosa Nostra junto a las Ramblas (su segunda ubicación) todos los escaparates que daban a la calle mostraban un único libro por fila, repetido para crear un efecto impactante y un poco “Pop”, el primero era: Ni dios, ni amo, ni CNT, de Carlos Semprún Maura, uno de nuestros libros de cabecera. El problema es complejo, lo sé, porque sin organización no vamos a ninguna parte, pero me interesan más las organizaciones espontaneas, de usar y tirar, que surgen de las necesidades de hoy y mañana desaparecen. Actualmente, en Catalunya, tenemos dos buenos ejemplos de este tipo de organización (lideradas ambas por mujeres): la Asamblea Nacional Catalana, que vehicula las reivindicaciones independentistas y Stop desahucios, que lucha por el derecho a una vivienda digna. Porque, no nos engañemos, la ola soberanista no surge de la astuta manipulación de perversos políticos nacionalistas, como muchos nos hacen creer, al contrario, los políticos se apuntan a ella para no quedar fuera de juego y tratan de surfear sobre ella, con mayor o menor fortuna.
P.- ¿Qué diferencias y similitudes encuentras entre los Canet Rock y los Boom Festival que se celebran ahora?
R.- En los primeros Canet Rock, éramos todos más ingenuos e ignorantes, salíamos de una dictadura y las tribus “enrolladas” contaban apenas unos pocos años, convergían en ellas muchas tendencias: los hippies, los freaks urbanos, los musiqueros, los contestatarios, los anarcos, los seguidores del gurú de turno, los protoyonquis, etc. Algunos tomaban ácido, otros fumaban y otros simplemente consumían alcohol, pero el Rollo explotó y se atomizó en mil tendencias especializadas. El publico del Boom Festival, mucho más masificado que el de los Canet Rock, está básicamente centrado en la cultura sicodélica y tienen una información considerable sobre drogas, aparte de que la farmacopea, con la aparición de las drogas de diseño, es mucho más amplia. Sin embargo el germen del las rave trance o sicodélicas, ya estaba en los Acid Tests de Ken Kesey. Llevamos 40 años desarrollando las potencialidades del primer hipismo.
P.- ¿Nuestras caritas siguen siendo nuestros pasaportes?
R.- Dicen que a partir de los cuarenta todos somos responsables de nuestra cara, el espejo del alma. A mis 59 años supongo que la mía reflejara más de medio siglo de lucha por la supervivencia. Pero lo que está claro es que en la Barcelona de principios de los setenta nuestras caritas y miradas adolescentes, lo decían todo, pero solo a quien estaba en el ajo, claro. Como reza la canción de Smash “nuestras caritas eran nuestros pasaportes”.
P.- ¿Dónde está la magia, Martí?
R.- En la mirada. Nuestra mirada ilumina el mundo. El exterior es una proyección de lo que llevamos dentro. El cielo y el infierno somos nosotros, como nos muestra el hinduismo. Nuestro mundo puede ser tanto mágico como prosaico, depende de cada uno.
P.- ¿Qué ves cuando miras a un perro?
R.- En su libro de filosofía para niños, El mundo de Sofia, Jostein Gaarder nos dice que la mirada del filosofo debe ser como la del niño, que ve el mundo por primera vez y por tanto puede percibir lo extraordinariamente maravilloso que es. Al psiconauta le sucede lo mismo, la experiencia enteogénica le proporciona una mirada tan virgen, que enmudece ante el extasiante espectáculo de todo lo que nos rodea. Por eso, para el niño, un perro es un ser extraordinario y misterioso, cuando lo ve tira de la manga de su padre gritando: ¡guau! ¡guau!, pero el padre no puede seguirle porque su mirada es rutinaria.
P.- ¿Tintín era de derechas?
R.- Me encanta Tintín, es parte de mi mismo, de mi imaginario y mi educación. Parte de esta infancia en la que vivimos intensamente. “En la infancia vivimos y luego sobrevivimos”, como dice Leopoldo María Panero.
George Rémi –Hergé-, el creador de Tintín, era un joven boy scout inmerso de lleno en el nacional catolicismo belga, que empieza a publicar su serie en un rotativo de la derecha más conservadora. Sus primeras historietas son producto de esta educación, pero pronto empezará a cambiar, en gran parte gracias a su amigo Tchang, escultor chino, que le introduce en las filosofías orientales y al que Herge homenajeará en Tintín en el Tíbet, la cumbre de su carrera. A partir de El Loto azul, la cuarta entrega de la serie, sus historias se vuelven menos maniqueas y los “malvados” suelen ser las grandes corporaciones, los policías corruptos o los arbitrarios poderes coloniales. La influencia de Tintín en el área francófona, y Cataluña es muy afrancesada, es inmensa, incluso De Gaulle llegó a decir “mi único rival internacional es Tintín”. Pero el mejor ejemplo de la transversalidad del personaje es el ejemplar del diario Libération (que guardo como oro en paño): un Tintín abatido a balazos y el titular “Tintín ha muerto” ocupa toda la portada, mientras que el resto del diario está ilustrado únicamente con viñetas de Tintín: la política internacional, los sucesos, los espectáculos, etc. Lo que demuestra que Las aventuras de Tintín son un mundo en sí mismo.
P.- ¿Qué se te ocurre para reencantar el mundo?
R.- El mundo es ya un lugar encantado, pero como te he dicho antes, depende de nosotros el poderlo percibir. Los enteógenos, las endorfinas que generamos en determinadas situaciones, los episodios de amor intenso, los estados místicos, ciertos goces artísticos y en general cualquier experiencia catártica, nos permiten verlo desde este prisma. Son estados que no podemos experimentar a diario, pero nadie debería vivir sin haberlos experimentado al menos una vez.
P.- ¿Qué has descubierto en estos últimos treinta y cinco años en tus investigaciones sobre la vida?
R.- Ja, ja. Esto hace referencia a una anécdota autobiográfica que cuento en mi artículo ¿De qué hablamos cuando hablamos de contracultura?: Un día mi padre, que nunca entendió mi modo de vida, me pregunto seriamente a que pensaba dedicarme, a lo que yo, eufórico, contesté “¡a investigar la vida!”. Estaba bajo el influjo de los primeros viajes lisérgicos y todo su mundo me parecía jurásico. El no lo entendió, y murió antes de que yo tuviese las herramientas necesarias para explicárselo debidamente, y me apena porque le quería. Respecto a mis descubrimientos no tengo respuestas, todavía estoy en el camino buscándolas. Pero una cosa que crece con la edad, por poco que uno sepa envejecer, es la compasión y la empatía con el mundo (a la que los enteógenos ayudan notablemente). Como le dijo un chaman a un amigo que rodaba un documental en los andes peruanos: “Quien no vive para servir, no sirve para vivir”.