«Si se puede ganar una huelga, también se puede tumbar a un presidente»

Durante más de un año, dos integrantes del periódico Diagonal, Martín Cúneo y Emma Gascó, recorrieron América Latina con el objetivo de documentar aquellas luchas que, de una forma u otra, ganaron. El resultado: Crónicas del Estallido, un libro sobre las victorias de los movimientos sociales en Latinoamérica.

E. Pérez | Periódico CNT

Desempleados, indígenas, trabajadoras precarias… de entre los sectores más afectados por las políticas neoliberales también surgieron los movimientos que con más fuerza se enfrentaron a un sistema que los había etiquetado como prescindibles. 

Pregunta.- Uno de los mensajes
del libro es bastante optimista: la organización popular da sus frutos.
¿Podríais resumir esas victorias?

Martín Cúneo.-  El principal objetivo del libro es echar por
tierra aquello de que `todo sigue igual´ o que `movilizarse no vale para nada´.
Los grandes medios, los gobiernos, por nada del mundo permiten que cualquier
logro conseguido por la movilización popular trascienda o sea percibido como
una victoria. Son perfectamente conscientes del efecto contagioso de este tipo
de experiencias. Si se puede ganar una huelga o tumbar una ley, también se
puede tumbar a un presidente. Éste es precisamente el objetivo de este libro:
mostrar lo que se ha conseguido desde las luchas desde abajo, desde la gente
corriente que se une contra las políticas neoliberales, contra el saqueo,
contra el genocidio.

América Latina es un escenario ideal para esto, un
continente que se convirtió en los ‘90 en un laboratorio de las políticas
neoliberales, las mismas políticas que se aplican hoy en los países del sur de
Europa. Fue precisamente en esta región del mundo donde se han dado las
reacciones más espectaculares frente al saqueo y dónde más se ha logrado. Para
empezar: la destitución de dos presidentes neoliberales en Bolivia, tres
presidentes neoliberales en Ecuador y otros cuatro en Argentina gracias a la
movilización. Además, los movimientos sociales han conseguido expulsar a
decenas y decenas de multinacionales mineras y petroleras, frenar la
construcción de gigantescas represas que desplazarían a miles y miles de
personas y detener privatizaciones, no sólo de empresas públicas, sino de
elementos tan básicos para la vida como el agua.

P.- ¿Cuáles
son las claves que habéis observado para conseguir esas victorias?

Emma Gascó.- El
principal factor es la unión entre las distintas personas y los distintos
sectores afectados por las políticas neoliberales. Un ejemplo de esto ha sido
la lucha de los pueblos indígenas, mayoritarios en muchos países
latinoamericanos, pero invisibilizados tras cinco siglos de colonialismo. En
Bolivia, Ecuador, Colombia, Guatemala o México, el movimiento indígena se
convirtió en la vanguardia de la resistencia contra el neoliberalismo, pero
desde el principio dejaron muy claro que no sólo estaban luchando por sus
derechos. “Nada sólo para los indios”, fue uno de los lemas del movimiento
indígena ecuatoriano. “Para nosotros nada, para todos todo”, es una de las
máximas del neozapatismo mexicano. Las alianzas de los pueblos indígenas con el
movimiento campesino, con los sectores urbanos y marginales, con el movimiento
ecologista y estudiantil, hicieron posibles gigantescas coaliciones con
suficiente fuerza como para quebrar los consensos sociales que permitían la
pervivencia de regímenes supuestamente democráticos que excluían de forma
sistemática a la mayoría de la población. Cuando la clase media se sumó a estas
coaliciones, como ocurrió en Ecuador, el estallido del sistema fue inevitable.

P.- ¿Qué
pautas creéis que se podrían adoptar por los movimientos sociales de aquí para
empezar a `cambiar la marea´, como en América Latina?

M.C.- La mayoría
de los cambios que hemos observado se han concretado cuando la población
organizada empieza a poner en entredicho por la vía de la desobediencia cosas
que antes se creían inamovibles.

Cuando en Argentina los trabajadores se lanzan masivamente a
ocupar y a producir las fábricas cerradas por la crisis de 2001, los sindicatos
fueron sobrepasados y los partido también, el mismo Estado fue sobrepasado y no
tuvo más remedio que permitir la recuperación de fábricas. Ahora mismo en
Argentina hay 300 empresas recuperadas que dan trabajo a 10.000 personas.

Un fenómeno muy parecido está empezando a ocurrir en España,
por ejemplo, con la Plataforma de Afectados por la Hipoteca o con el movimiento
de las corralas en Andalucía: el movimiento por la vivienda ha conseguido que
la mayoría de la población apoye acciones de desobediencia civil para impedir
los desahucios, aunque suponga vulnerar la legalidad vigente. Pero estos
movimientos están consiguiendo algo mucho más importante, que se ponga en
cuestión la base misma de la sociedad capitalista: el derecho a la propiedad
privada por encima de todos los demás derechos, incluido el derecho a la vida.

P.- Hay quien
que hace hincapié en el peso de los `nuevos gobiernos progresistas´, y habla de
la necesidad de plantearse la conquista del aparato del Estado para cambiar las
cosas, pero vuestro libro se centra en los cambios producidos desde abajo, que
al final se han reflejado `arriba´. ¿Cuál veis que es la relación entre lo
primero y lo segundo?

E.G.- Si no fuera
por los ciclos de movilizaciones que sacudieron toda América Latina entre los
años 2000 y 2006 sería impensable que hoy en día la enorme mayoría de los
gobiernos latinoamericanos se definan como `progresistas´ o del `socialismo del
siglo XXI´. No era esto lo que la gente pedía cuando salía a las calles o daba
su vida enfrentándose a la Policía o al Ejército. Las aspiraciones de los
movimientos iban muchísimo más allá de una recuperación del papel del Estado en
la economía o de una mayor distribución de la renta petrolera o
agroexportadora.

En muchos países, los movimientos sociales consiguieron
poner en crisis la aplicación de la versión más cruda del neoliberalismo. Pero
esto no quiere decir que los nuevos gobiernos surgidos tras estos ciclos de
movilizaciones hayan dejado atrás el neoliberalismo. Frente a la renovada
entrega de los recursos naturales a las multinacionales o la criminalización de
la protesta, los movimientos han vuelto a las calles, enfrentándose incluso a
gobiernos que dicen defender sus intereses. 

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