Llevamos tres semanas de vuelta al cole y la situación está siendo dantesca. Los protocolos impuestos por Gobierno Vasco Escolares para coexistir con esta pandemia mundial, son tan rígidos y uniformes que no respetan la realidad de cada uno de los Centros Escolares. Por eso, desde aquí reivindico que las pócimas mágicas universales e intransferibles, son un bodrio. Las pseudoautoridades deberían permitir a los Centros Escolares autogestionarse de manera que puedan atender a las necesidades reales, concretas e inmediatas de su alumnado y comunidad educativa.
La única manera de que cambie radicalmente la increíble situación en lo que a la gestión de los efectos del coronavirus se refiere, pasa por una modificación de mentalidad total y absoluta por parte de Gobierno Vasco. Sin una modificación de las prioridades y reestructuración de los fondos destinados a Sanidad, Vivienda y Educación, cualquier cosa que se haga son parches. Desgraciadamente, como suponemos que esto no va a suceder, principalmente porque no salimos todas a las calles a demostrar quién manda aquí, a continuación propondremos una serie de mediocres parches para salir del paso y que la comunidad educativa, el alumnado y las familias lo pasen lo menos mal posible:
Como no tiene pinta de que los de arriba vayan a destinar más dinero a Educación, proponemos que el dinero destinado vaya única y exclusivamente a la escuela pública. Fin. Así de sencillo. Las personas que pueden costearse pagar cuotas mensuales y rodearse de la élite, no deberían ser receptoras de fondos públicos (salvo en lo que corresponde a alumnado no pudiente que entra dentro de las cuotas obligatorias de las concertadas). Las familias que deciden no juntar a sus hijxs con la clase trabajadora, seguro que podrán costearse lo que necesiten si este verano no van a su segunda o tercera residencia.
Una vez establecido lo anterior, es vital que el dinero que se invierta en Educación pública se use sin excusas, para contratar a más personal: de limpieza, de comedor, de transporte, de apoyo educativo y docente. Del mismo modo, los Centros Educativos, además de dinero para mascarillas, gel y termómetros, deberían recibir facilidades para poder habilitar nuevas instalaciones que son necesarias a la hora de respetar las recomendables distancia de seguridad: carpas para cubrir los patios en los días de lluvia, barracones, baños móviles o lo que cada escuela o instituto considere menester.
Asimismo, los Ayuntamientos de cada localidad, deberían ceder espacios públicos de las inmediaciones (sobre todo si están VACÍOS Y SIN USO) a los Centros Escolares que los necesiten. ¿Por qué? Porque por mucho que hagamos esfuerzos inhumanos, la realidad es que a no ser que suceda un milagro, no conozco ningún centro donde la distancia entre pupitres sea de un metro cincuenta, como aconsejan las autoridades. A lo sumo, la distancia entre las mesas es de 40 centímetros y démonos con un canto en los dientes si llega.
El profesorado también tendrá que cambiar su modus operandi en los tiempos que corren: si no reducimos el uso de libros y cuadernos, crearemos una generación de harrijasotzailes (levantadorxs de piedras) sin precedente. Las mochilas de las criaturas no pueden llevar y traer tanto peso a diario: prescindamos de lo que no sea necesario.
Trabajemos desde la oralidad. Con mascarillas no será fácil, pero será menos soporífero que pasar escribiendo y pintando siete horas seguidas. Creemos clases participativas en la medida de las posibilidades de cada cual (respetando las necesidades, por supuesto del alumnado tímido e introvertido) siempre dentro de un espacio seguro donde el objetivo sea sumar, construir, aprender y errar sin miedo al ridículo. Sumo, que teniendo en cuenta la tediosa jornada de siete horas enjaulados…digo…enaulados (y enmascarillados), seamos moderados con los deberes.
Si hace bueno, salgamos a dar clase fuera, al aire libre, en la medida de nuestras posibilidades. Y por todo el mundo es conocido y aceptado, porque lo dicen en Suecia, que no hay mal tiempo, sólo ropa y calzado no adecuado. Hagamos memoria y recordemos que el aire fresco es un bien muy preciado ahora que no estamos confinadas. Las ideas y los aprendizajes funcionan mejor con corriente que en lugares que huelen a cerrado.
Aprovechemos este momento para, junto con lo académico, trabajar por supuesto el sacrosanto temario en la medida que se pueda, pero a la hora de enseñar y evaluar, centrémonos en las competencias: aprender a aprender, aprender a convivir, comunicación efectiva todo lo trilingüe que se pueda, la responsabilidad social, el civismo y básicamente en enseñarles y que aprendan a ser todo lo libres que puedan siempre, pero sobre todo, que aprendan a buscar sus propias libertades dentro de una situación de excepción como esta.
Pero sobre todo recordemos que hay niñxs y adolescentes que como primer contacto con el cole, se han encontrado esta institución pseudomilitarizada y casi-carcelaria que nos están imponiendo. Démosles la oportunidad de quejarse, de ser todo lo propositivas que sepan, tengamos en cuenta sus sugerencias y sobre todo validemos sus emociones con comprensión y sin condescendencia. Para muchas, psicológicamente es un momento delicado.
Para terminar, no tiene que venir una pandemia mundial para que reivindiquemos ahora y SIEMPRE: una necsaria bajada de ratio en el aula con no más de 15 personas por clase. Esto no es discutible. Esto debería ser decreto real y no utopía irreal.
Facilitemos materiales y medios a quien no los tenga. Pase lo que pase. Si una menor escolarizada no tiene ordenador o acceso a internet, que tenga que venir el covid 19 para que se le ofrezca, es vergonzoso.
Aseguremos comida caliente nutritiva y equilibrada a todxs lxs menores que lo necesiten. El cierre de los comedores ha evidenciado la labor que se estaba haciendo desde los centros para cubrir muchas carencias de las instituciones. No se puede cerrar el comedor, porque como su excelentísimo Gobierno Vasco entenderá, las menores de edad tienen la mala costumbre de seguir necesitando comer TAMBIÉN en tiempos de pandemia.
Y creemos jornadas continuas compatibles con la vida, en los centros educativos y en los lugares de trabajo de las familias, para que dentro de lo surrealista que está siendo esta pandemia mundial para todas, la infancia no tenga que verse relegada a la lista de temas no prioritarios.
Estoy harta, muy harta, de escuchar que la juventud es el futuro. La juventud no es el futuro. La juventud también es el presente, al igual que las pensionistas no son el pasado. La vida no cuenta sólo cuando eres población activa en edad de currar para levantar la economía. El resto de las personas también existen, cuentan e importan.
Ojalá esta situación kafkiana se metamorfoseara a un escenario mejor en un chasquido de dedos. Pero como no va a suceder tal cosa, habrá que exigir a las pseudoautoridades que nos escuchen, porque ¡que no se nos olvide! son ellos quienes están trabajando para nosotras, la ciudadanía. Así que si por torpeza, pasotismo o por sinvergüenzas están haciendo las cosas mal, obliguémosles a que las hagan bien.
El 12 de julio justamente los colegios fueron el lugar donde se vio quién queremos que gobierne: la abstención fue reina y señora. Aún así, haciendo oídos sordos, se formó Gobierno Vasco. Es evidente que su gestión está siendo mala en lo que a la vuelta a las aulas respecta y sólo beneficiosa para las clases pudientes que tienen a las familias del alumnado trabajando en sus empresas sin rechistar una vez aparcadxs lxs niñxs. ¡Basta ya! Pongámosles los puntos sobre las íes y mostrémosles quién manda aquí. Aquí manda la clase trabajadora. Y la clase trabajadora quiere que la infancia tenga una vuelta a clase, presencial, claro que sí, pero también segura y responsable.