COLUMNISTAS | MONCHO ALPUENTE
En esta España paradójica y esperpéntica, todo empieza a parecer lo que es, caen los velos y se deshacen las coartadas y hasta los ciudadanos más cortos de vista (no hay peor ciego que el que no quiere ver) ven la desnudez de su monarca, la despelotada desfachatez de los políticos y la infame catadura de banqueros y financieros, la liviandad de sus jueces y la brutalidad de sus fuerzas del orden. Lo ven, lo sufren, se indignan y no se rasgan las vestiduras porque no tienen casi nada que ponerse.
Enriquecer más a los ricos y empobrecer más a los pobres se revela como lema y consigna pero empieza a ser patente que ni los más ricos saben gestionar sus enormes beneficios para seguir beneficiándose y continuamente tienen que recurrir a robarles sus ahorros, sus viviendas, sus puestos de trabajo, su educación y su sanidad a los más pobres. Se socializan pérdidas y se privatizan ganancias pero no hay ganancias suficientes. La paradoja se dispara, el neocapitalismo, esa mezcla desquiciada de liberalismo y fascismo que abomina del Estado y recurre a su fuerza y a su crédito cuando vienen mal dadas, se ha convertido en el peor enemigo de la propiedad privada: el “corralito” de Chipre es un globo sonda que planea sobre los países del Sur de Europa y su sombra amenaza con incautarse los depósitos bancarios para seguir financiando a los bancos. No se garantiza nada por encima de los 100.000 euros, de momento, pero la cifra puede bajar y los bancos rescatados (nosotros pagamos su rescate) pueden cerrar sus puertas y blindar sus arcas y dejar literalmente con lo puesto a sus impositores, despojados y desahuciados.
Querían un mundo de esclavos, pero ni siquiera saben como alimentarlos y mantenerles atados a la cadena de producción. Su devastadora avaricia les volvió ciegos y torpes y su desmedida soberbia les está hundiendo en el caos. A ellos, los defensores del orden por encima de la justicia, a ellos que se lo llevaron todo y no supieron que hacer con ello, a los que robaron por encima de sus posibilidades con la bendición y la complicidad de esa clase política de correveidiles y cantamañanas que mienten más que hablan y hablan mucho para explicarnos la Nada.