El polifacético dibujante Miguel Brieva, autor de viñetas de cuño clásico y humor corrosivo, contesta desde su óptica onírica y surrealista a nuestras preguntas sobre el humor, el amor, el arte y todo lo demás.
A. Orihuela | Periódico CNT
Pregunta.- ¿Qué es lo que ve Miguel Brieva cuando abre los ojos?
Respuesta.- Una pared -al principio borrosa y a los pocos segundos algo más nítida- de un delicado gotelé color rosáceo. Otras veces, cuando por ejemplo entro en estado de profunda meditación contemplativa, veo exactamente lo mismo.
P.- ¿El Dios de Miguel Brieva lleva pijama?
R.- Obviamente, y siempre suele acompañarlo de un fular moteado y unas viejas babuchas algo grisáceas que, por algún motivo indiscernible, parecen conferirle cierto tipo de seguridad emocional. Sin embargo, cuando se pone creativo, más o menos hacia el séptimo día de trabajo, gusta lucir en su lugar un batín de seda deshilachado que le regaló su prima la de la dimensión Gorx%, y calzonas del Recreativo de Huelva. En cualquier caso, un dios sin pijama, teológicamente hablando, no puede ser creíble.
P.- ¿Cuál ha sido el último objeto maravilloso que has descubierto?
R.- El otro día mi hijo de siete meses pasó más de media hora completamente abstraído con un peculiar sonajero africano. Sin duda ha sido ése el objeto maravilloso, y mi media hora más plácida y maravillosa en mucho tiempo.
P.- ¿En qué pensaste cuando terminaste de leer Alicia en el País de las Maravillas?
R.- No lo he leído. Pero bien podría haber sido: no existe fuerza más poderosa que la de la imaginación. A veces alumbra seres suprahumanos, sórdidos amigos invisibles en pijama que nos atenazan y someten durante milenios, y otras veces nos eleva a nosotros al rango de dioses que sueñan y construyen el universo. Alicia, claro está, pertenece a la segunda categoría.
P.- ¿Qué queda del niño que fue Miguel Brieva?
R.- Espero que algún rescoldo candente perdido por ahí, en lo más recóndito de mi lamentable adultez. Posiblemente cierta propensión a la risa y al ensimismamiento.
P.- ¿Nos podrías decir cuál es tu plato favorito?
R.- Me veo incapaz de reducir mis múltiples y glotonas apetencias al maximalismo de una jerarquía. En todo caso, jamás le diría que no a un buen salmorejo, una loncha de jamón o una palmera de chocolate.
P.- ¿Cuándo Miguel Brieva restriega un calcetín en qué piensa?
R.- Lo mejor, precisamente, es no pensar en nada en concreto. Posteriormente, cuando veo la colada tendida, a menudo siento un estado de frenesí y autosatisfacción, tan sólo comparable al de recibir de la imprenta el primer ejemplar de un nuevo libro o al de ejercer de primera dama de EEUU siendo un muslo de pollo.
P.- ¿Cuánto vale el trabajo?
R.- La sola idea de valor debería ponernos en alerta. El trabajo es, como dice un famoso best-seller, un castigo divino, y como tal debemos tomarlo, más aún desde el infausto momento en que se instauró el trabajo asalariado. El trabajo, en física, no es más que un tránsito de energía. Considerando que el universo entero tiende al equilibrio, y por tanto a la inacción, lo único valioso de ese costoso tránsito es que al menos su consecuencia sea algo bello o de provecho.
P.- ¿Qué lees cuando dejas los lápices a un lado?
R.- Fundamentalmente libros que indaguen en el por qué hemos llegado hasta aquí y en el cómo narices podríamos salir. Esas dudas me corroen de continuo, y cualquier atisbo de respuesta, aunque sea vago, merece toda mi atención. En estos momentos me sucede con Ivan Illich y Lewis Mumford. También, por deformación profesional, leo mucho cómic.
P.- ¿Cómo crees que se debería organizar la sociedad?
R.- Creo que sólo es posible -si lo que se persigue es el bien común- hacerlo en algún modo de sociedad socialista. Socialista y no sociatonta, como ya ha ocurrido en anteriores ocasiones. Tal vez una equilibrada combinación de pequeños propietarios y comerciantes con una infraestructura pública de los servicios esenciales podría funcionar. Por sencillo que pueda sonar, apenas se ha probado verdaderamente esta fórmula.
P.- ¿Quién es el otro, Miguel?
R.- Los árboles, las piedras, una nube, el mundo… aunque a esto más bien habría que llamarlo lo otro. Se trata de lo que está afuera. El otro, en cambio, siempre está adentro, es la antípoda del yo, y como tal está alojado en cada uno de nosotros. Cualquier agresión, del rango que sea, a otro ser humano es una agresión directa al yo, que es lo que decimos todos cuando queremos nombrarnos, y por tanto es una autoagresión. Otra cosa es que estemos tan escindidos de nuestro ser que no apreciemos ni lo que somos.
P.- ¿Qué es el absurdo para ti?
R.- Nuestro día a día es de un sinsentido casi insuperable. Hombre, si los diputados tuvieran cabeza de calamar y los antidisturbios fueran en tanga de leopardo todo sería un poco más surrealista y divertido, y Dalí hubiera tenido que afeitarse y hacerse registrador de la propiedad para hacerse un nombre, pero todo lo demás sería más o menos igual de absurdo, ¿no?
P.- ¿Cuál es tu relación con el aparato de televisión?
R.- Lo estamos dejando… es triste, ¡una relación de tantos años! Hasta hace poco era un soporte perfecto para pequeñas figurillas de dudoso gusto estético posadas sobre un pañito de croché, pero ahora, con las pantallas megaplanas, ya ni eso.
P.- ¿Consideras que tu obra es un testigo moral y estético de estos tiempos?
R.- Toda obra lo es. Otra cosa es el acierto o la trascendencia con la que atestigüe su momento, y yo ahí ya no me meto.
P.- ¿Cómo se bandea un dibujante de cómics con el mercado?
R.- Bastante de refilón, dado que el cómic, como género de masas en clara decadencia, no representa precisamente un gran negocio a estas alturas. Ese es quizás parte de su encanto: carece de la presión de la industria, pero aún conserva todo su potencial comunicativo. Y además es barato y lo haces sin salir de casa.
P.- ¿Qué piensas de ferias como ARCO? ¿y del MNCARS?
R.- Representan plenamente el fracaso de esa aspiración fundamental que animó a las vanguardias y al gran arte occidental, y que lo dotó durante décadas de toda su energía y su razón de ser: fusionar el arte y la vida. Una vez malograda esa promesa, no quedan más que residuos y objetos con los que apuntalar una idolatría vacía, o bien, simple y llanamente, mercadear.
P.- ¿Crees que tendremos alguna oportunidad de salir con vida del capitalismo?
R.- Alguien seguro que saldrá de ésta, lo que es difícil de anticipar es en qué condiciones. Pero yo soy un pesimista cargado de esperanza, y veo perfectamente imaginable una salida airosa para casi todos, y eso es lo importante, porque sólo lo que es imaginable puede hacerse posible.
P.- ¿Has tropezado dos veces con la misma piedra?
R.- No sé, tengo mala memoria para los minerales en general. Una vez fui desplumado al póquer tres veces seguidas por un rodaballo, pero eso creo que pertenece más al reino animal.
P.- ¿La próxima revolución no será televisada?
R.- Revolución y televisión, sospecho, son términos antagónicos, y la existencia de uno imposibilita en gran medida la del otro. Aunque nunca se sabe, a lo mejor coinciden unas horas en el tiempo y da lugar para que metan algunos anuncios entre barricada y barricada.
P.- ¿Con qué sueña Miguel Brieva?
R.- Con volver a dormir ocho horas seguidas, y poder seguir soñando a pierna suelta.