No queremos las migajas del Estado

DOSIER: Autodefensa | Ilustración de María Gil | Extraído del cnt nº 435

Tengo clavada la frase que en una ocasión dijo una compañera de CNT Villaverde: «Nos importan una mierda los techos de cristal, las mujeres en el IBEX, el porcentaje de directivas. Nosotras estamos con y por las de abajo del todo». Es una declaración que me viene a la cabeza de forma insistente cada vez que llega el Día de la Conciliación, de la Igualdad Salarial, de la Paridad en cargos de decisión. Cada vez que los cantos de sirena de los informes españoles o europeos intentan decirnos que la cosa ha mejorado. Pero, ¿para quién ha mejorado?

Ojo, que no quiero decir que estos mecanismo como los permisos maternales/parentales, los Planes de igualdad o los Registros Salariales no sean necesarios. Digo que son insuficientes. Cuando escuchamos que la brecha salarial se ha reducido del 30% al 28% parece que olvidamos que, a este ritmo, ni en 130 años tendríamos una igualdad real en los salarios. Si desde nuestras luchas sindicales nos dijeran que con la misma categoría profesional, un compañero va a cobrar un 30% más que otro con las mismas funciones y horarios, ¿qué haríamos? Estar callados y seguir con el tajo seguro que no.
Lo mismo ocurre con la doble jornada laboral de las mujeres. Se habla de medidas de conciliación y de corresponsabilidad -palabra muy de moda entre los departamentos de Responsabilidad Social Corporativa- pero rara vez estas tienen efecto en la vida de María, cajera de un supermercado o de Marcela, auxiliar en una residencia de ancianos. Estas bonitas palabras quedan en las altas esferas, en grandes empresas y en puestos muy concretos. Tampoco parece que la estrategia de hacer ‘atractivas’ las tareas del hogar o los cuidados esté teniendo mucho efecto entre los compañeros. Son muy pocos los que pasan de entender que no se necesita ‘ayuda’ con las tareas, si no que son sus responsabilidades también.

En este momento también recuerdo la frase de una compañera de CNT Miranda del Ebro: “Todo eso que nos venden cada 8 de marzo son migajas del Estado”. Desde luego, si cuando escuchamos que ha aumentado de 31 a 37 las horas que dedican de media los hombres en España a las labores domésticas nos felicitamos, estamos acomodándonos a las migajas del Estado. Y es que mientras las mujeres dedican dos y hasta tres veces más su tiempo de media, no estamos ante la sociedad de justicia social que tanto predicamos y aspiramos a lograr.

Se habla de medidas de conciliación y de corresponsabilidad, pero rara vez estas tienen efecto en la vida de María, cajera de un supermercado o de Marcela, auxiliar en una residencia de ancianos. Estas bonitas palabras quedan en las altas esferas, en grandes empresas y en puestos muy concretos.

Nos estamos quedando con los pequeños avances, con el riesgo de que pensemos que no es posible una sociedad donde hombres y mujeres tengan las mismas libertades, el mismo peso en la sociedad. También nos ocurre cuando nos enfrentamos a conflictos laborales. Parece que logrando un despido improcedente hemos logrado nuestro objetivo cuando este ni si quiera debería ser lograr el nulo, si no hacernos con los medios productivos y vivir en una sociedad horizontal, libre de jerarquías.

Rabia y miedo

Cuando piensas en las miserias del día a día, en la injusticia de ser leída como mujer en esta sociedad patriarcal y en su vertiente laboral, llega el dedo señalador de una compañera de CNT Córdoba. Ese dedo señala en otra dirección, hacía otras compañeras mujeres que no siempre salen en el foco de la precariedad laboral. Las temporeras. Mujeres que no solo se enfrentan a la inestabilidad y los atropellos patronales, si no también a la violencia sexual, el racismo y la xenofobia. A la pobreza más extrema, a la que no llegan ni las migajas del Estado ya que este es otro enemigo más. Que a toda las injusticias patriarcales haya que añadirle la Ley de Extranjería solo demuestra que no podemos dejar de mirar el horizonte porque nos resistimos a creer que este sea el mundo en el que debemos vivir.
En el caso de estas mujeres, las que recogen las fresas que en estas fechas comemos, es el ejemplo de que lo personal y lo laboral no pueden estar separadas. La violencia estructural, sexual o de clase que recibimos en el trabajo no se acaba cuando fichamos. La violencia económica, emocional o machista que recibimos en casa nos acompaña como una pesada mochila cuando salimos a buscar empleo. Y ahí surge la rabia y el miedo.

Miedo a no encontrar trabajo y no poder pagar las facturas. Rabia por haber hecho ‘todo’ lo que la sociedad pedía: estudiar, formarse, aceptar peores trabajo, confiar en la meritocracia. Miedo por no saber si veremos un nuevo día. Porque no debemos olvidar que la mayoría de las violaciones y asesinatos no los comete un desconocido en un callejón, si no un tío, un marido o un amigo de la familia. Rabia porque cada vez que denunciamos que nos matan la única reacción que se recibe son adjetivos descalificativos o negacionistas. ‘Exageradas’, ‘la violencia no tiene género’, ‘denuncias falsas’.

Y mientras las morgues se llenan.

Esta emergencia no debe hacer que minimicemos otras violencias. Desde los llamados micromachismos que descalifican a las nuevas profesionales, como la carencia de valor que obtienen labores tan vitales como los cuidados, como que los sectores más precarios sean mayormente femeninos, como que cada vez que aumente el paro o los contratos temporales afecten más a las mujeres que a los hombres. Esto me lo recordó otra compañera de CNT Compostela. La necesidad de no perder el foco de nuestro objetivo, pero tampoco dejar batallas del día a día en manos de nadie que no seamos nosotras.

Violencia universal

Ni las denuncias que hacemos son nuevas ni propias de nuestra sociedad. Así me lo recuerdan las Mujeres Libres que presiden la sede de la Fundación Anselmo Lorenzo (FAL) o las compañeras del sector textil en Myanmar. Nuestra voz siempre ha intentado ser silenciada y solo se han logrado dar pasos cuando nos hemos organizado. Juntas. Primero para reconocer las violencias que nos atraviesan. Porque sí, al igual que la violencia de género más común puede pasar que normalices la situación y cueste darse cuenta de que ni es tu culpa ni tiene porqué ser así.

El sufrimiento ha sido y es mucho como para quedarnos tranquilas con que haya igualdad. ¿Igualdad de qué? De precariedad, de pobreza, de falta de libertad para tomar decisiones.

No, no es normal que en el sector de limpieza cobren más los hombres que las mujeres. No, no es normal que en sectores donde el activismo es mayormente femenino sean los hombres los portavoces. No, no es normal que la participación de las mujeres en las asambleas sea menor que la de los compañeros hombres. Y sí, es normal que estas mujeres reclamen espacios seguros, incluso no mixtos, en la larga marcha por conquistar los derechos. Acompañamiento, es la palabra que nos debemos tatuar siempre en cuando nos preguntemos qué podemos hacer para ayudar a las compañeras racializadas -y tú no lo eres-, a las compañeras supervivientes de la violencia machista -y tú no lo eres- o a las compañeras el 8M -y tú no eres una mujer-.

La represión siempre ha estado también en la lucha feminista. Desde rapar las cabezas a las mujeres que lucharon, el aceite de ricino o el paredón, hasta el ostracismo o el paternalismo hoy día. Nos jugamos la vida. En unos casos, como las compañeras de Ciudad Juárez o Afganistán, literalmente les quitan la vida. En otros, nos quitan la vida que queremos llevar. Al arremeter contra el derecho al aborto, al derecho a nuestra salud sexual, al disfrute femenino, a nuestra identidad de género. También la dependencia económica, la pobreza o la capacidad de disfrutar de la maternidad con los derechos básicos cubiertos. El miedo y la rabia, de nuevo.

Unos sentimientos tan universales que han sido el leitmotiv del feminismo en todas las olas que hoy día podemos contar. Las discrepancias, que pueden estar en las soluciones, a veces empañan una verdad: el objetivo es siempre un mundo justo y libre de violencias para todas, todos y todes. No solo de igualdad. Eso se nos queda corto. El sufrimiento ha sido y es mucho como para quedarnos tranquilas con que haya igualdad. ¿Igualdad de qué? De precariedad, de pobreza, de falta de libertad para tomar decisiones. No. No queremos las migajas del Estado ni del sistema. Lo queremos todo.

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