Mirar a Marta… (empleada de hogar)

Barcelona | (Todos los nombres que aparecen son ficticios) | Imagen: Concentración en Salamanca.

Cada miércoles Marta saca la escalera de tijera al balcón porque debe limpiar bien los cristales. Hace escasos años otra chica cayó al vacío perdiendo la vida a esa misma hora, estaba realizando ese mismo trabajo en esa misma escalera. Marta trabaja delante de la tintorería en la que yo trabajo.

Adela viene cada lunes, nos dijo que ya dejaba de trabajar, que se vuelve a su país, que no le salen los números para poder quedarse aquí, sin jubilación. Hace cinco años nos contaba que el señor le había comprado un uniforme de criada con cofia y solía llamarla con una campanita.

De ellas y de sus condiciones de trabajo y de vida poco sabemos, son invisibles porque no las miramos, las damos quizás por supuesto como pasa con el trabajo de cuidados que nos proporcionan las mujeres que hemos tenido y tenemos cerca.

Elena cuenta que está harta de tener que hacer las reparaciones de la casa a la que va a limpiar. Isabel ha llegado al punto de hacerles las comidas, pasear al perro, ir a limpiar a las casas de los hijos, a la de la Costa Brava y hacer de canguro, además de limpiar. Elisa nos pide siempre el tiquet de caja con un ‘pagado’ bien claro porque la acusan de robar dinero y la amenazan con el despido. Najat cuida de dos personas mayores cuando no debería, pero ya que va a limpiar. Iliana le tiene que limpiar a mano las tangas a la hija de la señora, “y que queden bien eh”.

De ellas y de sus condiciones de trabajo y de vida poco sabemos, son invisibles porque no las miramos, las damos quizás por supuesto como pasa con el trabajo de cuidados que nos proporcionan las mujeres que hemos tenido y tenemos cerca. Sí, es así, o si no hagamos el ejercicio de apuntar todos los menús, las tareas de limpieza y orden o de los momentos de cuidado emocional que hemos recibido diariamente. Luego pensemos si los hemos visto y valorado o si por el contrario no los hemos mirado y los hemos dado por supuesto. Pues con ellas pasa lo mismo. ¿Quién ve a Marta en la escalera? ¿Quién ve que a Najat la despidieron sin explicación cuando se quedó embarazada simplemente porque pudieron hacerlo? ¿Quién las ve esquivando esas manos largas del señor caprichoso cada día?

Las trabajadoras del hogar, porque la gran mayoría son mujeres y muchas migrantes, son uno de los sectores más precarios, empobrecidos y sobreexplotados que existen. Hasta el Real Decreto del 2011 no había obligación ninguna de contratarlas o de afiliarlas a la Seguridad Social, y aun así era una medida provisional que no se acabó de desarrollar. Actualmente el trabajo en negro sigue siendo un grueso importante y no están bajo el mismo régimen de Seguridad Social que el resto de trabajadores y trabajadoras. Para resumir, su alta en la SS fue con recortes en derechos y cotizaciones, que van desde no tener derecho al paro, ni a pensión contributiva ni a los subsidios correspondientes al agotarse el paro, a cotizar por tramos o no contar con valoración de la pernocta en el caso de las internas. Por no hablar del concepto del despido por desistimiento patronal, que vendría a ser sinónimo de que pueden ser despedidas sin justificación y sin protección ninguna, que habitualmente es el despido que se les aplica, también en casos de embarazo. O el concepto de las horas de permanencia con el cual pueden acabar trabajando muchas horas más de las 40 que marca el contrato.

Se debería hablar de las redes de tráfico de mujeres con fines de explotación en el servicio doméstico y de la total complicidad de las Agencias de Colocación.

Este trabajo es el que más parcialidad acumula en los contratos y tiene uno de los sueldos más bajos (771€). Con lo cual estas mujeres acusarán muchísimo la brecha en sus pensiones. Las mujeres que ni siquiera tienen contrato también notan las repercusiones en su vida cotidiana: sin un contrato ¿cómo vas a poder alquilar, o comprar a plazos, o pedir reagrupación familiar si no puedes demostrar que trabajas?

A la discriminación respecto a la normativa laboral hay que sumarle una Ley de Extranjería que facilita la elevada precariedad de las mujeres migrantes. Son muchas las migrantes que trabajan en negro y aguantando todo tipo de vejaciones y condiciones para poder obtener el Arraigo o no perder los papeles, cobrando sueldos mucho menores que el SMI, internas con solamente dos horas de descanso diarias que ni siquiera se cumplen y siendo despedidas sin justificación alguna. En este punto se debería hablar de las redes de tráfico de mujeres con fines de explotación en el servicio doméstico y de la total complicidad de las Agencias de Colocación en este asunto, que solo de leerlo ya da más que vergüenza.

Esta situación tiene muchos y muchas responsables, tantas como empleadores, además de las instituciones y papá Estado que parece sigue ignorando el valor de los cuidados básicos como buen patriarca que es. Y cómo no, de la forma de vida, o no vida, en la que estamos inmersas: sin tiempo, sin cuidados, sin fuerzas, sin vidas….

El mismo sistema de pensamiento y vida que desprecia a las tareas de cuidados que hemos desempeñado las mujeres nace y se sostiene precisamente de nuestros cuerpos y tareas.

Estas trabajadoras del hogar no son pocas. Los recortes en medidas para los cuidados de las personas dependientes, el aumento del paro y la precariedad, las políticas sociales y laborales de espanto u omisión y un largo etcétera nos conducen al mismo punto siempre: el mismo sistema de pensamiento y vida que desprecia a las tareas de cuidados que hemos desempeñado las mujeres nace y se sostiene precisamente de nuestros cuerpos y tareas. La situación de alta precariedad y pobreza de las mujeres trabajadoras del hogar no es nueva históricamente y tiene como causa ese no mirar y no valorizar que comentaba al principio, combinado con la plusvalía que supone que los cuidados sean gratuitos o en condiciones de sobreexplotación. Comer, atender a dependientes, limpiar, criar, el cuidado emocional, son básicos para las personas, con lo cual vivimos la terrible paradoja que lo más importante y esencial es lo más castigado y subalterno. Poner la vida en el centro es mirar a Marta, a Adela, a nuetras vecinas, madres, abuelas, compañeras y ponerlas en valor. Es pensar qué papel podemos desempeñar como anarcosindicalistas y también como anarcofeministas, no solo en la lucha por la dignidad y la autoorganización de todas las trabajadoras, sino también en el mundo nuevo que llevamos dentro, que sin la vida no podrá ser.

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