A raíz de los últimos sucesos ocurridos en el Estrecho y en Canarias, la dimensión más trágica de la inmigración se ha convertido de nuevo en noticia de primera plana. Las fotografías de cadáveres en el fondo de un cayuco, así como los escalofriantes relatos de los supervivientes sobre las terribles experiencias vividas en las travesías, durante las cuales hubieron de arrojar al mar los cadáveres de los fallecidos, entre los que se encontraban bebés y niños de corta edad, han traído a las portadas de periódicos e informativos el lado humano y social de la inmigración, lo cual ha hecho que pasara desapercibida la vergüenza del hecho político protagonizado por España y Marruecos.
Al mismo tiempo que morían decenas de personas, el gobierno español felicitaba a Marruecos por cumplir tan bien en materia de control de la inmigración «ilegal». Un gobierno que se dice democrático daba su aprobación, con el beneplácito del resto de gobiernos europeos, a la dictadura alauita sobre cómo había logrado el «control» de las rutas de paso de quienes quieren llegar a la opulenta Europa desde la explotada África. Y por todos es sabido que los métodos de control marroquíes se basan en la violencia policial y represiva. Los golpes, las vejaciones, el transporte y abandono de migrantes en zonas desérticas, el encarcelamiento, la extorsión, son las formas que Marruecos tiene de cumplir sus compromisos con Europa endureciendo aún más la ya de por sí difícil situación de quienes quieren cruzar el territorio marroquí hacia los puntos de partida de pateras y cayucos.
La opacidad informativa de los regímenes dictatoriales norteafricanos, léase Libia, Argelia y Marruecos, suponen que se desconozca la realidad exacta de las cifras de muertos y encarcelados en la travesía terrestre previa a la marítima, de la cual si tenemos una mayor información por el trabajo de diversas organizaciones de ayuda humanitaria, así como de medios periodísticos, los cuales hablan de miles de personas muertas cada año, e igualmente de otros miles, sobre todo subsaharianos, ocultos en zonas próximas a la costa para intentar dar el salto a las penínsulas ibérica e italiana, a las islas mediterráneas o a las Islas Canarias, todos ellos subsistiendo en condiciones infrahumanas que merman sus posibilidades de resistir físicamente una navegación que los controles militares y policiales no han eliminado, sino que las han hecho más penosas por más arriesgadas y más largas.
Apoyar a gobiernos que no respetan lo más mínimo los derechos humanos, encarcelar a los migrantes por el simple hecho de serlo, expulsarlos a la nada, perseguirlos, acosarlos, blindar las fronteras con vallas, radares, aviones, barcos y armas, no son soluciones válidas ni desde luego humanas. El comercio justo, el reparto de la riqueza, la devolución de lo robado a los africanos tras siglos de colonialismo europeo mediante inversiones reales en desarrollo y no en caridad o sobornos, el cese del saqueo de las materias primas de África por parte de las empresas europeas y norteamericanas, así como la retirada del apoyo a gobiernos como el de Marruecos que no respetan los derechos humanos básicos no son soluciones «políticamente correctas», por lo que no cabe duda que su aplicación tendría efectos mucho más beneficiosos para el conjunto de la Humanidad que las puestas en marcha por países «políticamente correctos» como Marruecos, Italia o España.