Tú no lo sabes, pero la chica que limpia la escalera y que te cae tan mal porque se come a escondidas las galletas del aparador cuando va a limpiar al 6ºB, o por quejarse siempre de que está perdiendo pelo cuando tiene mil veces más que tú, grita no porque sea una maleducada, es que lleva un aparato en el oído y la mayoría de las veces no le funciona. Esa chica se casó enamorada con un hombre que nunca la quiso y que le pegó hasta dejarla sorda. Un hombre que se metía consoladores de medio metro delante de ella, porque con doce años su madre lo echó de casa y un tipo lo recogió, un tipo que le enseñó a chupar pollas a los doce años. Esa chica tuvo un hijo después de pasar nueve meses sola mientras su marido se acostaba con otros hombres. Cuando esa chica pidió explicaciones a la familia, la familia no dijo nada porque ya conocían esa historia.
Y qué sola debe sentirse esa chica para contarme en el descansillo, con la escoba en la mano, que su hijo no es hijo de su actual marido. Su hijo es hijo de aquellos nueve meses de consoladores de medio metro. Su hijo dice que no quiere volver a casa de Manolo, a quien nunca ha llamado papá. Esa chica, con menos pelo que nunca, dice que ese hombre le pone películas porno a su hijo. Películas de niños que ya saben chupar pollas a los seis años. Su hijo dice que prefiere los dibujos animados, pero que Manolo lo obliga a ver esas películas.
La chica que limpia los viernes la escalera, el miércoles no fue a limpiar al 6ºB porque estaba en el psicólogo con su hijo mientras la policía registraba la casa de Manolo. Manolo no tiene antecedentes, tampoco le pasa ninguna pensión a pesar de ganarse bien la vida.
Tú no lo sabes, pero mientras esta historia me ronde la cabeza no volveré a quejarme de que pierdo pelo y, si alguna vez viniera a limpiar a casa, dejaré la caja de galletas más a mano que nunca.