El poeta Enrique Falcón propone desatar el amor y la ira legítima contra la violencia del sistema. Lo hace en su última obra Las prácticas literarias del conflicto.
A. Orihuela | Periódico CNT
Enrique Falcón (Valencia, 1968) es profesor, activista cultural vinculado con los movimientos de base, anti-militarista y activista pro-presos. Entre su extensa obra destaca Amonal (Idea, 2005), Taberna roja (Baile del Sol, 2008), La marcha de 150.000.000 (Eclipsados, 2009) y, como antólogo, la imprescindible antología Once poetas críticos en la literatura española reciente (Baile del Sol, 2007). La escritura de Enrique Falcón se debate entre la protesta y el compromiso, la denuncia y la resistencia de quien no quiere doblar las rodillas ni se resigna a la injusticia. Hablamos con él sobre su último libro Las prácticas literarias del conflicto (La oveja roja, 2010) y sobre la encrucijada actual en la que nos debatimos los trabajadores.
Pregunta. Cómo anarquistas, Enrique, ¿cuál es nuestra responsabilidad?
Respuesta. La de mantener en nuestras vidas un poco más intacto aquel principio del que hablaba nuestro maestro Barrett: curarnos del miedo a hacer la realidad más amplia.
P. Con la que está cayendo, ¿cómo entiendes que la respuesta de los trabajadores sea el escepticismo sobre su propia fuerza, la huida hacia lo privado, el consumismo, la banalidad y el “ande yo caliente”?
R. Bueno, quince años me ha costado responder a esa pregunta: los que he tardado en escribir los tres libros de poemas que componen la Trilogía de las Sombras. En los dos primeros la respuesta a tu pregunta apuntaba a la increíble capacidad que mucha gente tiene de justificar la violencia de este sistema y de conseguir, luego, naturalizar en sus mismas conciencias los “tics” de su propia narcotización. El tercer libro (que se titula significativamente Porción del enemigo) añade ahora una tercera explicación: en mucha gente ha vencido la poderosa fuerza del miedo.
P. Enrique, ¿qué hemos aprendido colectivamente en estos últimos cuarenta años?
R. ¿Cuarenta años para lograr aprender colectivamente alguna lección? No creo que se necesite tanto. Al poco de “inaugurarse” nuestra democracia, algunos compañeros nuestros ya supieron lo que a algunas personas hoy tanto les cuesta aceptar: que cuarenta años después, y a pesar de los espejismos con que puedan deslumbrarnos sus jueguecitos de espejo, los amos en este país siguen siendo básicamente lo mismos; y que se ríen de nosotros los ecos de aquellas familias que acumularon capital con los beneficios de la represión franquista, las que con insignias de modernización “despegaron” en los años sesenta, las que se reconvirtieron en “demócratas de toda la vida” hace ahora más o menos cuarenta años.
P. Ante la propaganda mediática al servicio del capitalismo, ¿dónde puede uno situarse?
R. Sinceramente lo pienso: uno puede situarse en un montón de lugares donde no puede ser bienvenida toda esa propaganda inútil. Nuestra experiencia colectiva nos enseña que los espacios de la resistencia son innumerables. Últimamente, sin embargo, soy muy sensible a uno en particular: el de quien sabe (y logra hacer saber) que uno no es un héroe por negarles a los perros del amo entrar en su vida, sino simplemente un hombre más feliz.
P. En tu libro Las prácticas literarias del conflicto hablas del actual proceso de militarización de la economía y la sociedad, al hilo de los últimos acontecimientos, por ejemplo, donde el Estado se permite el lujo de declarar el Estado de alarma ante una huelga, qué reflexiones se te ocurren. ¿En qué otros espacios ves que se consolida este proceso?
R. Lo primero que se me ocurre es que dicho proceso es tan violento como previsible y que, no obstante, mucha gente (incluso mucha gente de buen corazón) lo encuentra justificado, disculpable o continuamente improvisado. A mí particularmente me resulta sobrecogedora la situación que se está viviendo en las cárceles españolas, por ejemplo: mirar ahora, desde ellas, cómo se desenvuelve nuestra “libre” sociedad, en tiempos de crisis y estafa, resulta algo muy aleccionador.
P. ¿Hay otra escritura posible para el mundo más allá de la que se publicita en las listas de los más vendidos?
R. Sí, claro que la hay, y además está bien viva. No se requiere tampoco excesivo esfuerzo para encontrarla: esa literatura lleva tiempo entre nosotros rebelándose contra tanta claudicación, le pese a quien le pese. Es cierto que ahora no es raro ver cómo nuestros poemas se leen y se recitan en manifestaciones o en asambleas de calle, pero son poemas (esos, u otros semejantes) cuyo latido venía escuchándose, de largo, entre las grietas que también existen en el sistema literario de este país.
P. ¿Enrique, dónde irías para escuchar un buen poema?
R. A cualquiera de las plantas de un hospital público. A una cooperativa. A la casa de mi amigo. A una jornada de huelga general. A la demora que siempre rodea la cocción del pan. A la cafetería previa de cualquier prisión. A Moguer, a la Primado, a la Sala Youkali, a La Casa con Libros, a la Marabunta. Al lugar de la oración y de los amantes. Al estante de una biblioteca que aún tenga libros de Dalton o Vallejo. Y allí donde reciten públicamente Jorge Riechmann, Antonio Orihuela, Laura Giordani o Miguel Ángel García Argüez.
P. ¿Cuál es la utilidad de la poesía crítica?
R. Entre otras muchas, la de recordarnos que la poesía “no-crítica” (la que dicen escribir los mercenarios de la resignación) es una poesía muy, pero que muy útil al poder.
P. ¿Qué podemos hacer con la rabia, el amor y la ira?
R. En una manifestación vi que alguien había escrito: “No nos toquéis los huevos por encima de vuestras posibilidades”. Bien: esa rabia es legítima y puede que no sea muy distinta de aquella otra ira que vinculé con el amor en ciertos pasajes de Las prácticas literarias del conflicto. Pero siempre que no sea la rabieta de quien ha visto lastimados sus privilegios de clase. Bendita, sin embargo, la cólera de quien haya podido amar la dignidad de quienes sistemáticamente son vapuleados. Cuando ese amor y esa ira se dan así la mano, todo lo que podemos hacer es permitir que se desaten.
P. ¿Y con la piedra que tienes en la mano?
R. Lo primero de todo, limpiarla de sangre. Y después (y solo quizás por el momento), convertirla en arenisca, en simple y moliente arenisca… Con introducirla un poco en aquellos engranajes de este sistema que tengamos más cerca, podremos poco a poco conseguir desorganizarlo entre todos.