DOSIER: Vivir sin penas | Ilustración de Rubén Uceda | Extraído del cnt nº 437
Las condenas no son sólo las que imponen los jueces o juezas. No son solo se constituyen con multas, años de prisión o inhabilitaciones.
Las penas son también las que nos obligan a no ser, a no hacer, a responder a un patrón que exige la sociedad. Son aquellas impuestas por un tribunal invisible que nos impide ser nosotras mismas. Y curiosamente son penas que son impuestas a las mismas personas siempre. ‘No te vistas así’, ‘no camines así’, ‘no hables así’. Desde el ‘una señorita no se comporta así’ que le decían a mi abuela cuando quería correr por las montañas que se veían desde su casa, al ‘con esa foto no vas a ser profesional en tu currículum’ que le pueden decir a cualquiera. O a cualquiera no.
Para ser ‘la buena víctima’ debes seguir llorando por los rincones, renunciar a recuperarte o mejor, suicídate para que te crean.
Y es que para ser ‘la buena víctima’ debes seguir llorando por los rincones, renunciar a recuperarte o mejor, suicídate para que te crean. Seguramente eso es lo que querrían muchos, para zanjar el asunto. Pero no. Una víctima es víctima por lo que le ha pasado, lo que le han hecho, no por lo que hizo justo antes o después de la agresión. Porque podríamos seguir hablando de sentencias e interrogatorios a mujeres agredidas donde les preguntaban cuánto bebió, cómo iba vestida o qué gestos hizo al agresor.
Otras penas que siempre vemos son las de la apariencia de pobreza. ‘Mucho migrar porque tienen hambre o guerra, pero bien que traen con ellos un móvil’. No sé vosotras/os, pero esto lo he escuchado muchas veces. No solo con la migración del Sahel cuando se juegan la vida en pateras, si no con la migración de refugiados sirios, afganos, etc. De Ucrania no. Nunca. Se supone que ellos pueden llevarlo porque son más parecidos a nosotros (nunca entendí en qué) y los demás no. Porque entender que es el bien más preciado para quién emigra para poder comunicarse, poder seguir la ruta y poder decir a sus familiares que esperan en casa aterrorizados ‘estoy bien’ no es suficiente para el jurado popular. Poder decirle a tu madre ‘no he muerto’ no es suficiente para Manolo, que critica en Facebook a las personas que llegan a Ceuta o a Gran Canaria.
Te penalizarán por parecer lo que no eres y por no parecer lo que eres. Te penalizarán por exigir más, por no quedarte con las migajas de un sistema miserable. Es importante Reivindicar que queremos pan, pero también queremos rosas.
Cuando pensamos en penas sociales casi siempre la mente va en un sentido. ¿Quién no ha oído aquello de ‘la víctima no se comporta como una víctima’? Desde la defensa de los violadores de San Fermín hasta el caso Rubiales. Los primeros, que contrataron a un detective para seguir a la víctima y usar como evidencia que se reía (como si una víctima de violación no pudiera hacerlo para superar la agresión). Hasta la defensa del ex presidente de la Federación de Fútbol Española, que tuvo a este organismo en bloque defendiéndole junto a la prensa de extrema derecha y buscando acabar con la credibilidad de la víctima, Jenni Hermoso, porque celebraba junto a sus compañeras haber ganado un mundial.
Tampoco es suficiente para Jose Antonio que una persona demuestre que se ha comprado una casa con su salario, que otra lleve ropa moderna que le gusta y que se ha comprado con su salario o que otra disfrute teniendo muchos libros, películas o bien otras aficiones en su casa porque ahorra para comprárselo. Esos, si militan en la izquierda, defienden ideas de izquierdas o representan a la izquierda, también serán condenados. Sorpresa se llevará también Ramón o Pepe cuando descubran que los que se acercan a las ‘colas del hambre’ (sí, siguen existiendo aunque no llenen titulares) no van vestidos como esperan. Muchos no podrían ser reconocidos por la calle como personas ‘en riesgo de vulnerabilidad’.
Y es que no hace falta cumplir con el prototipo de ‘pobre de solemnidad’ tan cacareado por la Iglesia católica para ser víctimas de este sistema capitalista despiadado. Incluso, muchos no querrán creerse la idea del ‘trabajador pobre’. Pero solo hace falta estar en un reparto de comida para ver la realidad. No será anecdótico ver a un repartidor de Glovo o una conductora de Uber hacer cola para lograr algo de ayuda.
Te penalizarán por parecer lo que no eres y por no parecer lo que ere. Te penalizarán por exigir más, por no quedarte con las migajas de un sistema miserable. Y es que parece más importante que nunca reivindicar que queremos pan, pero también queremos rosas. Queremos todo lo bello porque nos corresponde. Porque bastante nos han quitado, material e inmaterial. Porque bastante nos han prohibido y vetado. Tanto que en muchas ocasiones ni nos acordamos que vivir bien debe ser nuestro objetivo. ‘Vivir bien’ en en el buen sentido, no en el de la opulencia estúpida de cierta clase social. ‘Vivir bien’, sin angustias y menos por el dinero o las violencias impuestas. Queremos pan, rosas y todo lo que siempre debió ser nuestro: vivir sin penas.
Una respuesta a “Libre de penas”
Los comentarios están cerrados.