L’Esquive, de Abdellatif Kechiche (2003)

Abdellatif Kechiche expone sus cartas claramente desde la primera secuencia, desde el primer diálogo, de L’Esquive [La escurridiza, o cómo esquivar el amor, 2003]. “Esto no es el Bronx”, dice uno de los chicos del grupo que Kechiche sigue en este filme. En efecto, Kechiche muestra, desde el punto de vista de varios adolescentes de diferentes etnias, la realidad compleja de un suburbio de viviendas de protección oficial de París y busca, fundamentalmente, dignificar este espacio como un espacio relacional completo, como un espacio en el que el establecimiento de una rica afectividad colectiva es posible y en el que la diversidad étnica es tan grande y poco problemática en la vivencia diaria cómo homogénea es su composición de clase. Kechiche parece, entonces, partir directamente de la denuncia efectuada por Loïc Wacquant sobre la identificación de los suburbios europeos y americanos, identificación que obedece a la estrategia de favorecer una auténtica globalización del pensamiento, primero por la vía de la extensión de las problemáticas americanas y en un segundo momento por la adopción de sus puntos de vista sobre estas problemáticas.

Sin embargo, el deseo de Kechiche de elaborar una representación positiva de este barrio no lo hace caer en ninguna forma de bonhomía fácil y es capaz de llevar a cabo una crítica acertada del espacio de dominación que no deja de ser este barrio, en cuanto que, en cuanto no sea sometido a una reapropiación colectiva fuera de la sociedad de clases, no puede dejar de reproducir el sistema de dominación que impera en la sociedad. También Kechiche prefiere elaborar un discurso no directamente político, sino que se mantendrá en todo momento a nivel de lo cotidiano y lo personal, de manera que pueda elaborar el sentido en que estas dominaciones pueden ser superadas desde la actuación ética en lo cotidiano.

Lo primero que se percibe en L’Esquive es la pluralidad racial que domina el suburbio, así como el hecho de que ésta no significa en sí misma una fuente de problemas. Por el contrario, vemos como chicos beurs, latinos o blancos franceses se relacionan sin más dificultad, más allá de un pequeño grupo de jóvenes árabes que Kechiche señalará en parte como detentadores de la dominación que aludimos. Con todo, Kechiche no deja de señalar que la Francia actual padece una disimetría racial fundamental, que se revela nombradamente en el papel de las instituciones y en la conformación de su personal. Así, es muy significativo que la profesora del instituto al que acuden estos adolescentes sea una francesa blanca en un espacio dominado mayoritariamente por la diversidad racial y en el que los franceses autóctonos, entre el alumnado, significan una clara minoría. También los policías pertenecen a la misma etnia, de manera que se expresa de forma muy directa a quien se le niega la admisión en la institución y, por el contrario, quien es privilegiado, ya desde la misma conformación de la carrera escolar.

Al lado de esta componente racial, se percibe también de manera inmediata la homogeneidad de clase del suburbio. Es evidente que todos los adolescentes del filme pertenecen a familias de la clase trabajadora en sus estratos más bajos, pero sin llegar al límite de la exclusión. Kechiche no ahondará más en este tema, le sobra con dejar asentada esta cuestión antes de dar el giro hacia lo personal. También es cierto que a Kechiche no le interesa la lucha de clases y que valora la movilidad social como opción válida para superar la situación de precariedad que se vive en estas zonas suburbiales, como deja claro en su siguiente film La graine et le mulet [Cuscús, 2007]. Con todo, consigue evitar la falsificación de la representación de este espacio a pesar de su propia posición, lo que debe ser valorado como un acierto significativo a la hora de extraer el sentido social de esta forma de configuración periurbana.

Este giro a lo personal se centra en las relaciones amorosas y de amistad entre los adolescentes y, en algún caso, entre estos y sus padres. De esta manera Kechiche significa la capacidad de este espacio marginalizado para el establecimiento de relaciones significativas sin obviar las dificultades que se dan para este hecho. Sin idealizar ni el espacio ni el comportamiento de sus personajes, Kechiche consigue significar cómo, incluso en una fase tan compleja de conformación de la personalidad y de una posición ética, es posible a construcción de un marco de relaciones afectivamente enriquecedoras. Para esto, Kechiche representa la importancia que la conformación de grupos reviste para estos adolescentes, evitando tanto la espectacularización del pandillismo como la falsificación de la tribu urbana.

En el primero de los casos, Kechiche entiende que hay posibilidades para la creación de estos grupos de adolescentes por la simple afinidad y afectividad, sin necesidad de incluir la violencia o las drogas en su representación. Aun así, Kechiche no es tan inocente, no puede negar que estos son hechos reales y habituales, y no deja de incluir estos comportamientos, nombradamente en el grupo de jóvenes árabes, del que nos ocuparemos a continuación. En cuanto al segundo de los casos, Kechiche entiende perfectamente que en una situación vital mucho más precaria que la que se da en las familias burguesas, lo estético cobra una importancia mucho menor. De ahí que la conformación de grupos aportadores de identidad en torno a lo estético, y consecuentemente al consumo, es una realidad más infrecuente en este tipo de zonas suburbiales.

El film coloca a dos de estos grupos en el tedioso espacio que constituyen estos barrios de protección oficial. Veremos repetidamente como los adolescentes se encuentran continuamente sin nada que hacer, en un espacio que quedó restringido a la simple funcionalidad de la vivienda y de ciertos servicios básicos, un espacio en el que ni existen lugares para el ocio o para la reunión, en el que sólo se puede, con suerte, trabajar y acogerse en la vivienda propia hasta la próxima jornada laboral. Kechiche muestra cómo estos grupos de adolescentes deben pasar las tardes vagando por este espacio desolado, pero también cómo uno de ellos, el grupo de jóvenes significativamente interracial, sí que es capaz de hacer un uso más activo de este espacio, convirtiendo las, por otra parte hostiles y escasas, plazas, en lugares de desarrollo propio. No obstante, el grupo de jóvenes árabes se encuentra bien más dominado por la hostilidad de este espacio, y no consiguen ni por asomo revertir su sentido homogeneizador.

En este sentido juega un papel importante a obra de teatro que los jóvenes están representando en el instituto, en cuanto que sirve para delinear claramente los posicionamientos personales de estos adolescentes. No vamos a entrar en el demasiado evidente valor metafórico que juega en la narrativa la representación de tal obra, sino que interesa más la forma en que se reflejan estos posicionamientos diferenciados. Si bien para uno de estos grupos significa una actividad importante, también en lo que tiene de desarrollo y afirmación personal, para el otro es plenamente rechazable, rechazo que se hace desde la afirmación identitaria del machismo dominante. Esta valoración de una identidad machista y dominante está presente en todo el comportamiento de los miembros de este grupo, desde su sexualización en torno a la pornografía, mientras son evidentes sus dificultades de relación sexual con las jóvenes del barrio, y su violenta relación entre ellos mismos, como el despectivo tratamiento de las chicas, hasta la violencia como única forma de resolución que conocen para los problemas de orden afectiva y sexual.

En cuanto a la obra de teatro aludida, es significativo de qué manera se reproducen las tensiones de competencia que dominan la sociedad en la que se han criado estos adolescentes, competencia que también reproducen, y no todos resuelven, en sus iniciales experiencias de sexualización. Significativo es también la relación de dominación y violencia verbal que se establece entre la profesora y los niños actores. Si por un lado se está aludiendo a la forma en que estas relaciones son las formas habituales en las escuelas e institutos franceses de esta categoría, en los que se da una confrontación esencial entre un profesorado blanco y un alumnado racialmente heterogéneo que apenas cuenta con más perspectiva que la precariedad laboral permanente y la marginación que de ella se deriva, también se está aludiendo ambiguamente, metarreflexión mediante, a cómo estas relaciones entre directores y actores son habituales.

Finalmente, después de haber extraído del marco social la relación entre los dos protagonistas, Kechiche vuelve a reintegrarla en este marco en el momento en el que está a punto de conseguir una solución, y lo hace mediante la inclusión de la policía. La actuación de la policía es completamente desproporcionada y, sin embargo, absolutamente realista. A partir de los años ochenta, la creación de un clima de miedo, terror, por parte de los cuerpos policiales entre los jóvenes salidos de las familias inmigrantes constituyó una práctica sistemática, si bien banalizada por la práctica totalidad de los discursos institucionales, discursos contra los que la representación de Kechiche supone una cierta respuesta.
La arbitrariedad y la violencia de la actuación policial aporta un sentido fundamental al film, puesto que da a ver de qué manera, en la actual configuración social que se encuentra controlada por formas más blandas de poder basadas en lo simbólico mientras las formas duras de lo policial y militar se han ido retrayendo, la actuación de la institución represiva reserva su despliegue principalmente a la periferia social, lo que obedece a la estrategia sistémica de impedir que los que fueron excluidos, relegados a las zonas suburbiales como mano de obra de bajo costo o como ejército de reserva de desempleados, se reincorporen a la corriente principal mayoritaria, que permanece así como terreno de dominio exclusivo de los miembros genuinos de la sociedad de consumidores.

Ya Kechiche había esbozado previamente una aproximación a esta arbitrariedad represiva mediante el padre del protagonista, que se encuentra en situación de prisión preventiva, sin que en ningún momento se nos diga cuál es el delito que pudo haber cometido. De esta manera Kechiche introduce esta actuación policial en el terreno de lo arbitrario y transmite perfectamente de que manera cualquier habitante de estas zonas de relegación es susceptible de padecer esta represión y la indefensión que eso produce nos sus habitantes, con las sabidas y perfectamente apuntadas consecuencias familiares y afectivas.

En suma, vemos como L’Esquive constituye una visión crítica de un barrio suburbano de París pero, al mismo tiempo, supone una importante dignificación de este espacio y, sobre todo, de las personas que lo habitan y de sus vidas. En este sentido, es fundamental también la última escena del film, en la que Kechiche abandona la dramatización y filma, de manera documental con cambio textural incluido, a las personas presentes en la representación de la obra de teatro que los chavales ensayaron durante el filme, personas que son las auténticas habitantes del barrio real, y lo hace asumiendo un encuadre monumental, que impone a estas personas y su vida como tema privilegiado del arte, pero que además en su acercamiento antidramático las impone en su humilde materialidad, en su corporeidad, en su digna humanidad, configurando una de las imágenes más fuertes de la dignidad humana que ha conseguido construir el cine contemporáneo.

Precisamente, además del crítico tratamiento del espacio suburbano que hace aflorar en la representación el espacio social, es en este encuadre en el que descansa lo fundamental del tratamiento formal realista del cine de Kechiche.

Martín Paradelo Núñez

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