La pesadilla y el espejo

Enredado a las sábanas bulle y respira;

sueña que desciende

de la frágil genealogía de los sepultureros,

jardineros de la muerte,

de salud delicada y escasos cimientos.

Da un respingo,

casi despierta al soñar un tropiezo

en su avanzar por la duermevela.

El problema vino

de la luz (y del espejo).

Las serpientes del desasosiego, escurriéndose por las sábanas,

lo convirtieron en el vaso

que se le rompió en la cocina a medianoche.

Le daba un poco de pudor mostrase así,

pues su condición de recipiente

no permitía el uso de cosméticos.

A pesar de las costuras,

siguió avanzando; o al menos lo intentó.

Enraizado a las baldosas se acaba el trayecto.

¡Inútiles cimientos!

Si al menos le aportasen

un poco de equilibrio…

Bajo sus pies, los añicos (hambrientos y dentados)

de sí mismo.

Se filtraba un poco de claridad

por las ranuras de la persiana,

pero al final la sombra llegó,

cargada de amnesia.

Y de quietud.

El problema vino

de la lámpara, los fragmentos

se reflejaron en la expresión de fastidio de unos ojos.

Entonces el problema

vino de la escoba;

la escena quedó

idéntica a sí misma,

descansando en paz,

pero con una elipsis.

Vómito sobre la alfombra

–festín psicoanalítico–

clasificado por colores y tamaños.

El carcelero le preguntó

(con suma educación)

si sería tan amable de permitirle

extender sus intestinos por el suelo,

a ver si así encontraban el foco del problema.

Un momento antes

aún era todo remediable.

Se abrió la camisa, introdujo

los dedos en la piel hasta llegar al hígado,

y sobre sus palmas lo tendió –toma

y come.

A los pies

del lecho de muerte del verdugo

–como voy a morir, hijo,

tendrás que relevarme y ser

tu propio carnicero. Te ayudarán

estos clavos,

dejaremos que se oxiden a la intemperie hasta que llegue el momento.

Y cuando llegue yo

me enterraré a mí mismo.

Ebullición de peces ahogándose entre la piel y el pijama.

Despierto, de pronto, por

la terrorífica certeza de la lucidez del jardinero.

Su mano temía encontrar otra mano en la búsqueda del interruptor.

Al encenderse la bombilla, un poco de paz.

Algunos actos nos definen –pensó–

de modo irreversible.

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