DOSIER: La lucha de las mujeres | Ilustración de El Bellotero | Extraído del cnt nº 431
Por definición, aunque suene a sepia comenzar un escrito así, entelequia es un sustantivo femenino que forma parte de lo no real. Pero es que tampoco vamos a hablar hoy de nada nuevo, ni de ningún concepto que tenga que respaldarse en estudios sesudos ni macroencuestas. De cualquier forma, ninguno de los porcentajes que muestran las realidades que conocemos parece generar la alarma social necesaria que propicie el cambio.
La conciliación es una entelequia. Ambas femenino singular. Ambas imposibles. A menos que queramos empezar a llamar las cosas por su nombre y sustituyamos la palabra «conciliar» por «acumular». Por que eso es lo que hacemos, aunar labores en la ingente tarea de querer ser personas completas, y no conseguimos soltar lastre. Y a nuestra espalda toda una serie de pesos heredados por la cultura patriarcal, convenientemente maquillados por nuestros disfraces de mujeres competentes y multifacéticas, escondiendo las vergüenzas de quienes no hacen nada por evitar nuestro anclaje a lo que no queremos ser más.
La conciliación es una entelequia. Ambas femenino singular. Ambas imposibles. A menos que queramos empezar a llamar las cosas por su nombre y sustituyamos la palabra «conciliar» por «acumular».
Las mujeres, invisibilizadas en casi todos los campos del saber, estamos sin embargo sobrerrepresentadas en lo que se presupone ha sido siempre nuestra función: la labor de cuidados. Y puesto que las cifras son lo único aséptico que parece dar visos de verosimilitud a nuestra realidad, escribamos números:
- Más de un 95% de las personas que han dejado su empleo para dedicarse a responsabilidades del ámbito doméstico son MUJERES. La triple jornada laboral (casa, trabajo y cuidados) es inviable. Alguien tiene que ceder. Y por supuesto, lo hacemos nosotras.
- Más de un 85% de las personas que ejercen como cuidadoras no profesionales son MUJERES. Por “no profesionales” entiéndase “no remuneradas”. ¿En qué momento se abandonó la equiparación de trabajo gratuito a esclavitud?
- Un 86% de las mujeres que trabajan comparten esta labor con las tareas del hogar, frente al 53% de los hombres. Aunque habría que comprobar que entienden ellos por “compartir” casa y trabajo, porque lo habitual es que ejerzan de gregarios de las mentes pensantes de menús y listas de la compra. El llamado “síndrome de la mujer agotada” es ya un concepto que empieza hasta ser usado por el sistema médico en Reino Unido para definir el hastío y cansancio permanente de las mujeres que acuden a consulta en un estado de estrés imposible de manejar.
Y podemos seguir hablando de cifras, hacer gráficos de barras con colores, azul para ellos y rosa para nosotras, y llevarnos las manos a la cabeza durante cinco minutos y hacer comentarios rancios del estilo «si es que no avanzamos…».
Y es que NO AVANZAMOS. Al menos, nosotras no.
NOSOTRAS seguimos cuidando, maniatadas. ¿Qué hago con mi casa? ¿Qué hago con mis hijos, con mis hijas? ¿Cómo compagino todo? Y sobre todo, ¿cómo lo hago sin quejarme? ¿Cómo abandono cualquier deseo de progresión personal y profesional sin sentirme culpable por ello? ¿Cómo me dedico a mi persona, a mis ambiciones, cómo planeo un futuro libre de cargas sin sentirme basura por soltar las adquiridas por un sistema que deja caer sobre mis hombros el peso del mundo?
NOSOTRAS seguimos inactivas en el plano social, en la lucha sindical. Es evidente que existe un límite de edad a partir del cual las mujeres dejar de estar representadas en la lucha, y ese límite, una vez más, lo marca la labor de cuidados.
NOSOTRAS no progresamos en el mundo laboral. El porcentaje de mujeres socias fundadoras de sociedades mercantiles, cooperativas y laborales oscila entre el 23 y el 30%. Y sólo un 35% de mujeres constan como trabajadoras autónomas. Y es que siempre se nos ha dado mejor lo de trabajar por cuenta ajena.
NOSOTRAS acumulamos la mayoría de contratos a tiempo parcial o eventuales. Con unos permisos por maternidad que hacen sonrojarse a cualquier país que se considere una democracia avanzada, abandonamos la crianza a las dieciséis o veinte semanas en escuelas infantiles carentes de plazas, con personal explotado por la externalización de los servicios, y delegamos en nuestras familias ante la inflexibilidad de un mercado laboral que nos quiere criando y callando. Y al final, renunciamos.
¿Existen soluciones para tanto desequilibrio? ¿Deben pasar todas forzosamente por una labor de lucha y resistencia permanentes? Parece que sí, en principio. Negarnos a ser todo lo que se supone que debemos ser es la única salida. Y hay cauces para ello.
Porque al final, tenemos que abandonar la palabra CONCILIAR, un absurdo inventado para someter mentes y cuerpos de mujeres, por PRIORIZAR. Y la prioridad siempre debes ser TÚ.
NO ES TU RESPONSABILIDAD ÚNICA llevar el peso de la casa. Y no lo es tampoco forzar a quien no considera ese trabajo como su obligación. Haz la maleta y deja de trabajar gratis con quien en realidad no quiere compartir la vida contigo y aspira a ser proveedor de manuntenciones varias. Ese no es tu lugar. Vete de ahí.
NO ES TU RESPONSABILIDAD ÚNICA criar a menores. No eres la responsable del deseo de perpetuarse genéticamente de otras personas. Tanto pelear en el plano jurídico por custodias compartidas, cuando en realidad sólo queríamos CRIANZAS COMPARTIDAS…
NO ES TU OBLIGACIÓN renunciar a tu progreso laboral ni recortar tu jornada, si no lo deseas. Estudia tu convenio, asesórate, y pelea por tu derecho a compaginar tu vida con tu jornada. Y si la empresa no colabora, como suele ser habitual, organízate y crea una sección sindical en tu empresa que comience a poner en boca de todas la necesidad de respetar derechos legales adquiridos por mucha otra gente antes que nosotras.
NO CAIGAS EN LA TRAMPA DEL AMOR ROMÁNTICO, ese tentáculo que nos ancla a dependencias y nos anula como personas. Amar no es renunciar. Apóyate en tu tribu. Una pareja es un complemento vital, no una carga. No es tu responsabilidad hacer que otra persona madure emocionalmente. Como dijo Ayn Rand, «para decir yo te quiero, primero hay que aprender a decir YO».
Porque al final, tenemos que abandonar la palabra CONCILIAR, un absurdo inventado para someter mentes y cuerpos de mujeres, por PRIORIZAR. Y la prioridad siempre debes ser TÚ.