LA FOTOMATONA | JENOFONTE
Le delató un gesto que nadie supo interpretar.
Cualquier hombre humano se toca los cojones, pero en un ministro choca, sobre
todo si acaba de salir de misa.
El ministro, que tanto añoraba a ETA y por eso
fue voluntario para presidir el homenaje póstumo a Ariel Sharon –uno de los
etarras más sanguinarios de la banda terrorista–, pensaba que el poder era
llevadero, si se era persistente, para un tipo corriente como él. En la rueda
de prensa habitual tras una de las muchas catástrofes que le habían tocado
vivir, repitió el gesto que le caracterizaba. Todos pensaron que era eso, que
le picaba como a todo hijo de vecino o, si no, que las cosas le importaban un
bledo. Para muertos, los de las madres abortistas y no los de un puñado de
miserables que no venían a otra cosa que a tocarle los cojones. Si se meten en
el agua, que aprendan a nadar –dijo–, esta vez llevándose la mano derecha al
trasero, lo que sorprendió a los que asistían atónitos a los desmentidos de sus
desmentidos. Poco después de no ser destituido, su secretario de Estado y
compañero de Cofradía desveló que el ministro no se tocaba los cojones ni se
rascaba el culo, sino que buscaba alguna intercesión, ya que, desde su
conversión y para evitar el pecado, llevaba cosido en los calzoncillos, unas
veces delante y otras detrás, un escapulario con la imagen levitante y
aparentemente puesta de peyote de la mismísima Santa Teresa.