Los compañeros de El Salariado han traducido este imprescindible texto de la revista WildCat sobre el recorrido reciente de nuestra clase que, nunca está de más recordarlo, es mundial
LA CLASE OBRERA GLOBAL
¿REVUELTAS O LUCHA DE CLASES?
El concepto de clase se ha hecho popular de nuevo. Tras la reciente crisis económica global, hasta la prensa burguesa ha empezado a plantearse la cuestión: “¿Es que acaso, después de todo, Marx tenía razón?” En los últimos dos años el libro El Capital en el siglo XXI de Thomas Piketty ha permanecido en la lista de los más vendidos –un libro que describe de manera detallada cómo históricamente el proceso capitalista de acumulación lleva a la concentración de riqueza en manos de una minúscula minoría de capitalistas. En las democracias occidentales, las significativas desigualdades también han provocado que aumente el miedo a los levantamientos sociales. Este fantasma ha recorrido todo el mundo durante estos años: de los disturbios de Atenas, Londres o Baltimore, a las revueltas de África del Norte, que en ciertos casos se llevaron por delante a todos los gobernantes del Estado. En esta época agitada, como siempre, mientras una facción dominante aboga por la represión y las armas, otra abandera la “cuestión social”, que para ellos supuestamente se resuelve con reformas o políticas redistributivas.
La crisis global ha deslegitimado el capitalismo; la política de los dirigentes y los gobiernos de hacer que los trabajadores y los pobres paguen la crisis ha impulsado la ira y la desesperación. ¿Quién va a negar que vivimos en una “sociedad de clases”? ¿Y qué significa esta palabra?
El término “clases”, en su sentido más estrecho, surge con el capitalismo, aunque la enajenación de los medios de producción, que es la situación en la que se basa la condición proletaria, no ha sido un proceso histórico único. Esta enajenación es algo que se produce cotidianamente en el propio proceso de producción: los obreros producen, pero el producto de su trabajo no les pertenece. Sólo obtienen lo que necesitan para reproducir su fuerza de trabajo, o lo que corresponda al estándar de vida que se han ganado con la lucha.
En principio, las sociedades clasistas no reconocen privilegios de nacimiento, sino que es el dinero el que determina qué posición ocupa cada uno en la sociedad. En principio, bajo el capitalismo puedes empezar tu carrera como lavaplatos y terminarla como especulador bursátil (o al menos como pequeño empresario, que es la esperanza de muchos inmigrantes). Al mismo tiempo, los miembros de la pequeña burguesía o los artesanos pueden descender a las filas proletarias. El ascenso en la escala social no suele ser el resultado del propio trabajo, sino de la habilidad para convertirse en capitalista y apropiarse del trabajo ajeno (la mafia también tiene esa capacidad).
De hecho, se desarrolla un proceso de polarización social que Marx y Engels consideraban que tenía una fuerza explosiva y que era precondición para la revolución. “El movimiento proletario es el movimiento autónomo de una inmensa mayoría en interés de una mayoría inmensa” (Manifiesto Comunista). Imanuelle Wallerstein afirmó que la tesis más radical de Marx era la de la polarización de las clases, la cual (una vez llegados a un sistema mundial) se ha demostrado cierta. Polarización significa, por un lado, proletarización, y por el otro, “burguesificación”.
El capital no es simplemente riqueza acumulada en pocas manos. El capital es la condición previa y el resultado del proceso de producción capitalista, donde el trabajo vivo genera un valor del que se apropian otros. Lo típico del capitalismo no es la “explotación” de un trabajador por su maestro artesano, sino la explotación de una gran masa de trabajadores en la fábrica. Es un modo de producción basado en el hecho de que millones de personas trabajan juntas a pesar de no conocerse. Juntas producen valor, pero también juntas pueden rechazar el trabajo y cuestionar la división social de éste. Como fuerza de trabajo, los obreros son parte del capital; como clase obrera, son su mayor enemigo interno.
Generaciones de estudiosos de la “gestión científica” han tratado de apropiarse del conocimiento de los obreros sobre cómo producir, para así independizarse de ellos. Han establecido unidades de producción paralelas para poder continuar con la producción en caso de huelga. Han cerrado y relocalizado fábricas para aumentar la explotación y el control sobre nuevos grupos de trabajadores. Pero no han sido capaces de exorcizar a este fantasma. Durante la ola huelguística del 2010, el fantasma recorrió por primera vez todo el mundo simultáneamente. Actualmente estas luchas van camino de cambiar este mundo. Incluso los académicos se han dado cuenta de ello y, después de mucho tiempo, han vuelto a convertir a la clase obrera en objeto de sus investigaciones, como demuestran tantas publicaciones, nuevas revistas y páginas web, a través de las cuales los científicos de la izquierda tratan de crear vínculos con los trabajadores en los distintos continentes. En Alemania, durante los pasados 25 años, los trabajadores fueron abandonados a sus luchas (y en este país también los intelectuales y los movimientos sociales han vuelto a hablar de ellos).
RETROSPECTIVA
1978. LA CLASE OBRERA EN LA CIMA DE SU PODER
Hasta 1989, éramos capaces de comprender qué pasaba en el mundo, o mejor dicho, la lucha de clases nos lo explicaba. El despertar revolucionario de 1968 impulsó el resurgimiento de luchas obreras en muchos países, y trajo además una crítica comprensiva del sistema fabril y de la cultura del trabajo que respaldaban los sindicatos de las metrópolis. A finales de los 70, la clase obrera estaba en la cumbre de su poder. Salarios e ingresos estaban garantizados por las negociaciones colectivas y el empleo fijo y más o menos estable seguía siendo la norma. En las naciones industriales, las condiciones materiales de los trabajadores en el terreno del salario social total eran mejores que nunca. Y sus luchas en los sectores industriales clave permitían conquistar mejores condiciones para todos.
Pero ya durante la crisis de 1973/74 su poder productivo empezó a socavarse mediante la deslocalización hacia el Sudeste de Asia de la producción en masa que empleaba trabajo intensivo, así como con la reestructuración interna de las fábricas. El capital quería deshacerse de esos obreros que se habían vuelto combativos y confiados. El golpe en Chile de 1973 y el ascenso de los “Chicago Boys” señalaba la dirección que iba a adquirir la contrarrevolución de 1979/80, que se identificó con los nombres de Thatcher y Reagan y que llevó a derrotas seculares de lo que hasta entonces habían sido sectores centrales de la clase obrera (derrota de FIAT en 1980; golpe militar en Turquía; la contrarrevolución de 1979-81 en Irán después de destrozar los consejos obreros; gobierno militar en Polonia a finales de 1981; derrota de los mineros de Inglaterra en 1985). Luego vinieron los ataques directos en forma de despidos masivos y la segmentación de la fuerza de trabajo. La clase obrera, a nivel nacional [nationale Arbeiterklassen], se parapetó tras las barricadas en sus lugares de trabajo y fue capaz (con grandes diferencias según los países) de combatir el deterioro directo de sus condiciones durante un periodo de tiempo sustancial.
Para los contemporáneos de Europa occidental, los 80 fueron una época contradictoria: por una parte, ataques masivos, por otra, movimientos sociales radicales. Pero vista en perspectiva, fue una época de derrotas dramáticas. Las políticas de austeridad llevaron al desmantelamiento de los derechos ligados al Estado de Bienestar y/o estos empezaron a depender de una búsqueda activa de empleo. Las imágenes de los Estados Unidos mostraban largas colas de parados frente a las agencias de colocación, reflejando la nueva dimensión del empobrecimiento de la clase obrera norteamericana, antes tan poderosa. En Alemania, durante los 80, la movilización sindical por la reducción de la jornada (para combatir el paro), contra la flexibilización y la informalidad de los “contratos de trabajo fijos normales”, supuso un punto de inflexión. Los 80 se caracterizan por las dictaduras militares y la decadencia económica en buena parte de Latinoamérica, la bancarrota del Estado en México, la crisis de deuda y los dictados del FMI para llevar a cabo los “programas de ajuste estructural”.
A mediados de los 80, las altas tasas de crecimiento de los cuatro jóvenes “tigres” (Hong-Kong, Singapur, Taiwán y Corea del Sur), pusieron del revés los viejos conceptos de la teoría de la dependencia. Los movimientos huelguísticos masivos en Corea del Sur llamaron la atención de todo el mundo. Bajo una dictadura desarrollista orientada hacia occidente que tan solo 7 años antes había masacrado un levantamiento de trabajadores, la clase obrera desafió al capital surcoreano y su régimen fabril mediante formas radicales de lucha de clase. Gracias a los elevados aumentos salariales, en el curso de unos años, los obreros fueron capaces de alcanzar a sus homólogos occidentales. A finales de los 80, en Europa, también parecía que se estaba desarrollando una nueva composición de clase a través de una serie de luchas (el movimiento de enfermeras, las huelgas de enfermeras, los maquinistas de tren en Italia y Francia, camioneros en Francia, la huelga salvaje en VW, etc.). Pero entonces llegó la crisis y la guerra, y la masacre cambió el mundo.
LA CRISIS Y LA OLA DE PROLETARIZACIÓN EN LOS 90
En junio de 1989, el ejército abrió fuego en la plaza de Tiananmén, sobre todo porque los obreros se estaban sumando en masa a los estudiantes. No fueron estos, sino los líderes obreros, a quienes se sentenció a muerte o a largas condenas. Los sindicatos no oficiales fueron declarados rápidamente fuera de la ley y sus líderes fueron encarcelados.
Esto no se repitió en Berlín o Leipzig. Allí el régimen se rindió. Cuando cayó el muro en 1989, Wildcat era optimista ante el colapso del socialismo realmente existente. En 1988/89 se había intensificado la lucha de clases en Alemania Occidental, y en el transcurso del cambio de régimen fuimos testigos de debates masivos en los centros de trabajo y las calles acerca del futuro social más allá del capitalismo y el socialismo de la RDA, los cuales hace tiempo que se han olvidado. La devastación económica de la vieja RDA desencadenó al principio un amplio movimiento de lucha contra los cierres de fábricas y el deterioro de los servicios sociales.
Tras la masacre de la Guerra del Golfo de 1991 y el inicio de la crisis económica, que en Alemania se retrasó debido al boom post-reunificación (aunque en 1993 llegó con más fuerza), asistimos al colapso masivo de las condiciones que existían en la industria metalúrgica de la vieja Alemania Occidental. Los sindicatos ayudaron a Alemania a convertirse de nuevo en “nación exportadora”, por ejemplo, en 1994, el sindicato metalúrgico IGMetall aceptó que se intensificara el trabajo y la flexibilización masiva de la jornada laboral en el “Acuerdo de Pforzheim”. Además, las prestaciones sociales se vieron atacadas en todas partes.
Las luchas que aguardábamos (sobre todo en las fábricas que se estaban desmantelando en la vieja Alemania Oriental) casi no se materializaron. La migración de trabajadores cualificados del este al oeste, como válvula de escape de la presión social, derivó en la primera reducción de salarios desde la posguerra. El paro masivo en el este se amortiguó de varias formas: por ejemplo, las empresas enviaban continuamente a los obreros a programas de formación, pues no había trabajo; la jornada laboral se redujo, a veces hasta las cero-horas. Al mismo tiempo, cuando en el trabajo se señalaba que un compañero ganaba dos veces más que nosotros por hacer lo mismo, escuchábamos cosas como: “Menos mal que tenemos trabajo”. ¡El ejército industrial de reserva había vuelto! A partir de entonces fueron adquiriendo cada vez más capacidad para dividir a los trabajadores en los centros de trabajo, gracias al empleo masivo del trabajo temporal y los contratos eventuales.
En Alemania Occidental, en los 70, habíamos aprendido que la función del ejército de reserva de los parados (meter presión a los empleados) se había visto socavada en gran parte: en la medida en que encontrar trabajo no era problema, se podía disfrutar del paro remunerado como un cómodo descanso. Por eso tuvimos cuidado en no emplear términos como “ejército de reserva” y, sobre todo, en posicionarnos contra toda capitulación prematura. También fuimos testigos de un rápido deterioro de la situación de los parados. Las leyes Hartz (reforma de la prestación por desempleo de los años 2004/2005) supusieron una mayor rebaja de los ingresos en caso de desempleo (de larga duración).
La disolución del “Bloque del Este” también supuso una ruptura en lo que respecta al desencadenamiento del nuevo impulso de la proletarización de la población mundial. Mientras en los países de Europa Oriental se produjo una especie de “acumulación primitiva”, en la que los viejos políticos oficiales robaban y amasaban enormes riquezas financieras a través de privatizaciones salvajes y las masas obreras perdían sus derechos sobre la tierra, vivienda y pensiones, que antes dependían del Estado socialista. A nivel general, todos los regímenes se dirigieron hacia el “neoliberalismo”, y aumentaron los escenarios de guerra (por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, también en la propia Europa).
EL RETORNO DE LA CONDICIÓN PROLETARIA
Cuando a principios y mediados de los 90 la amenazante imagen de la “globalización” se elaboró en Alemania (tras la “producción eficiente” y el “toyotismo” en los años previos), Wildcat, por un lado, trató de poner el acento en las ventajas que aún tenían los obreros (“ellos necesitan el conocimiento de los obreros”, “se enfrentan a los altos costes del transporte y de las transacciones”), y por otro, intentó analizar el potencial que se escondía tras la socialización de la producción. Si el mundo entero se había vuelto capitalista, entonces ya no había sectores no capitalistas que pudieran proveer capital con reservas frescas de fuerza de trabajo, lo que significaba que llegado el momento, el capital se enfrentaría a una clase obrera global.
“En lugar de consolidar el espejismo del sobredimensionado poder del capital y de la subyugación de los trabajadores, debemos preguntarnos dónde está ahora la dependencia del capital frente a la clase obrera… Y el hecho de que los trabajadores cooperen a través de los continentes da un nuevo potencial a la lucha contra el capital a escala global.”[1]
De la misma forma, no pensábamos que la formación de la UE implicara inmediata y automáticamente un deterioro de las posibilidades de lucha. Y estas ideas, a la sazón, no eran muy populares. Nuestra propuesta de una encuesta militante a nivel europeo que abarcara varios sectores (industria automovilística, hospitales, migración, informalidad), cayó en el vacío. Para la mayor parte de la izquierda, había cuestiones más importantes: el fin del “bloque socialista”, la nueva ola de nacionalismo y racismo, los inmigrantes, la creación de sindicatos alternativos, etc.
Con la publicación en 1993 de El retorno de la condición proletaria, Karl Heinz Roth lanzaba un llamamiento a la izquierda para que volviera a implicarse de nuevo en la cuestión del “trabajo”. Argumentando en contra de los propagandistas de la sociedad posmoderna, bosquejaba una “tendencia hacia un nuevo proletariado en un mundo capitalista”. Veía una “homogeneización de las relaciones laborales hacia la informalidad, los contratos por obra y el autoempleo ‘dependiente’”. Pero su intento de que los ambientes de izquierda, que a su vez estaban sujetos a la informalidad, encontraran un interés específico en la investigación militante de las relaciones de clase, partía de un defecto de base: por un lado, la disolución de las (infra)estructuras de la izquierda y la tendencia hacia la individualización ya había progresado considerablemente, y por otro los académicos de izquierda aún eran capaces de encontrar apoyo financiero en las universidades o las fundaciones para la investigación. La izquierda tradicional criticó a Roth de manera bastante dura y dogmática, porque supuestamente había abandonado a sectores centrales de la clase obrera de manera prematura; su idea de los “círculos proletarios” como núcleos organizativos se descartó por sectaria.
Las profecías que hizo entonces fueron asombrosamente precisas, si nos fijamos en la actual situación. Y eso a pesar del hecho de que a la sazón los cambios que él mencionaba acerca de la “globalización de la producción” apenas eran perceptibles y el acceso a internet y la comunicación electrónica apenas estaban disponibles para el usuario corriente. Desde entonces, muchas esperanzas sobre la extensión de la revuelta social se han venido abajo y muchas de sus propuestas preliminares (sobre todo formuladas en respuesta a sus críticas) para formar asociaciones internacionales no se han llevado a cabo, o más bien, están esperando a que alguien las ponga en práctica. La principal razón por la cual dichas propuestas no hallaron un acuerdo de base fue el hecho de que, en Europa, los 90 fueron años de derrotas, asumidas gracias a la popularidad de las teorías posmodernas y posestructuralistas y su búsqueda del tipo adecuado de identidades. Todo intento de generalización fue saboteado desde dentro.
Desde su origen, el papel de Wildcat fue difundir ese mundo de luchas de clase internacionales en nuestro ambiente local, pero tras la disolución del Bloque del Este esto ya no era viable. Muchos lectores, también resignados, se topaban con la declarada victoria del capitalismo. Wildcat no quería seguir como hasta entonces, con la bandera en alto. En 1995, el colectivo editorial detuvo la publicación de la revista por unos años y prosiguió el debate bajo la forma de Circulares–Wildcat.
ANTIGLOBALIZACIÓN
El surgimiento del EZLN en la Selva Lacandona poco después de firmarse el acuerdo de NAFTA en 1994 colocó a la revolución de nuevo en la agenda y abrió un camino a discursos completamente nuevos y muchas esperanzas. Aún más teniendo en cuenta que el “movimiento anti-globalización” vino de la mano del movimiento obrero organizado en respuesta a la Conferencia de Seattle de la OMC en 1999.
Parecía que se estaban produciendo luchas radicales en el “sur global” y en el campo, en forma de luchas contra los “cercados” y la “valorización”, más que en las fábricas globales. En estas la gente estaba bajo presión, el empleo se recortó, había que trabajar más, etc. Y luego estaban los artículos de prensa que te contaban por qué pasaba esto: globalización significa aumento de la concurrencia y sólo podemos salir a flote si nos bajamos los salarios. ¿No es lógico? Finalmente, todo esto llevaba a encerrarse en el papel de víctima de unos procesos todopoderosos. Por tanto, nos esforzamos en criticar la noción de globalización y su aplicación propagandística: el debate sobre la “globalización” pretendía, “a nivel ideológico, vender una fase de 30 años de estancamiento global del capitalismo como una serie de victorias triunfales”[2].
En lugar de emplear términos como “globalización” o “neoliberalismo” continuamos escribiendo sobre capitalismo y refiriéndonos a los tumultuosos procesos de Asia.
Asia está donde está…
El término “clase obrera global” (“Weltarbeiterklasse”) apareció por primera vez en la Circular Wildcat nº 25 (abril de 1996). El artículo El mundo en transformación radical[3] describía el proceso de proletarización de Bangladesh a Indonesia, pasando por China, que venía acompañado además de intensas luchas y disturbios y del surgimiento de una nueva fuerza de trabajo migrante del campo al mundo urbano: las mujeres jóvenes, que preferían el trabajo fabril al dominio patriarcal en el campo. Estas jóvenes trabajadoras se describían en el artículo como la vanguardia de la formación de una nueva clase obrera, lo cual era razón para unas renovadas esperanzas. El artículo asumía que la “explosión de necesidades/deseos” es la base material del “neoliberalismo”, que estaba disolviendo la rigidez obrera en las viejas naciones industrializadas y que ahora encaraba una transformación global de las relaciones de clase, empezando por Asia. Los obreros de los viejos centros industriales pronto dejarían de ser los únicos trabajadores capaces de fabricar coches. El artículo era una llamada al estudio de estos cambios que se producían en Asia, Latinoamérica y África, y a que se reconsideraran esos “lastres” teóricos como el de “los nuevos cercados” o “el fin del desarrollo”.
Lo que vino a continuación fue un intenso debate en las Circulares Wildcat sobre la validez de los comunicados de prensa, aparentemente auto-explicativos en lo que respecta al descontento de los trabajadores, y la importancia de la clase obrera en el este de Asia. Una parte del colectivo editorial rechazaba la “crisis del capital” y situaba todas sus esperanzas revolucionarias en la “nueva” clase obrera asiática:
“Lo que queremos dejar claro es esto: la clase obrera global se recompone a un nivel y velocidad sin precedentes. Esto tiene dos consecuencias, que aumentan el potencial del comunismo.
- El proletariado se ha convertido en la mayoría de la población mundial, o dicho de otra forma, la salida de las masas en búsqueda de mejor suerte es un paso hacia la culminación del desarrollo del capitalismo. Sólo ahora es realidad lo que Marx y Engels postularon en el Manifiesto Comunista hace 150 años.
- La “vieja” clase obrera, que es sinónimo de socialdemocracia, sindicatos, partidos comunistas, mono azul, orgullo obrero, intereses empresariales,… pierde importancia a nivel mundial y se disuelve mediante la huida de las fábricas, los despidos y las luchas defensivas. En principio este proceso es el mismo que, por ejemplo, en China. Pero allí emerge una nueva clase obrera de jóvenes trabajadores, y sobre todo una primera generación de mujeres obreras. Y no hace falta explicar por qué una chica de 17 años encierra más esperanza revolucionaria que un padre de familia de 35.”[4]
La otra parte del colectivo editorial tan sólo veía una repetición de la historia de las masas obreras, pero no cambios cualitativos, e insistía en el terreno teórico de la noción de “clase obrera global”:
“El surgimiento de una ‘clase obrera mundial’ parte de la cuestión de si se está llevando a cabo una socialización real a través de la cooperación productiva mundial, es decir, de la cuestión de en qué medida la producción global del capital abre la posibilidad del comunismo. […] Para responder a esta pregunta, en primer lugar hay que comprender cuál es la conexión interna entre los explotados de todo el mundo, a saber, que ya producen este mundo (invertido/del revés), y que por tanto son capaces de cambiarlo.”[5] “Uno de los principales problemas de la política revolucionaria de hoy radica en su incapacidad para criticar teórica y prácticamente el proceso de producción mundial de esta manera desmitificadora radical”[6].
LA PROLETARIZACIÓN MUNDIAL Y EL SHOCK DE LA OFERTA
En enero de 1998, Karl Heinzen Roth, de nuevo, decía que 150 años después del Manifiesto Comunista el proletariado se había constituido a sí mismo por primera vez como clase objetivamente mundial y, al contrario de lo que afirmaba Rosa Luxemburgo, los sectores no capitalistas habían sido completamente integrados. “Por primera vez en la historia los sin-propiedad, que ofrecen y venden su fuerza de trabajo para vivir, constituyen cuantitativamente la mayoría de la población mundial”[7].
Esto plantea cuestiones a dos niveles: ¿entendemos este proceso como primer paso en la constitución de una clase sin medios de subsistencia, seguido de un segundo paso en forma de transición de los proletarios sin tierra a obreros asalariados? ¿O se desarrolla un universo de diferentes relaciones de explotación? ¿Qué implica todo esto para el desarrollo de las luchas?[8]
En los 80, la izquierda autónoma alemana se acercaba más a la economía de subsistencia (que cada uno entiende como quiere) y a los disturbios de los excluidos del proceso de producción capitalista que a los “trabajadores asalariados”. En 1983 Wallerstein ya había señalado que una amplia mayoría de la población mundial trabajaba en aquel entonces más duro, más tiempo y por menos que hace 400 años. Este proceso de aumento de la dependencia de la renta procedente del salario podríamos llamarlo, en el sentido de Marx, “proletarización”. Esto significa: aumento del poder adquisitivo real; por tanto, interesa a largo plazo al capital, pero va en contra de los capitalistas individuales que buscan bajos costes de reproducción de sus trabajadores, es decir, que están interesados en una “semi-proletarización”: unos ingresos basados en una economía familiar, procedentes de diferentes fuentes, la economía de subsistencia y el trabajo a domicilio[9].
En cambio, la completa proletarización (es decir, tanto el marido como la mujer son trabajadores asalariados libres y compran todos sus medios de subsistencia) la desean sobre todo los propios proletarios. La completa proletarización requiere de un “Estado de Bienestar”, que transfiera ingresos a quienes no trabajan. Alemania Oriental era un modelo típico de “proletarización completa”, que resolvió sus problemas de carencia de mano de obra con inmigrantes procedentes de Vietnam y Mozambique. Basándose en las tesis de Luxemburgo de que el capitalismo no es capaz de reproducir la fuerza de trabajo que explota, Wallerstein demostraba que buena parte de la población mundial nunca llegaba a la completa proletarización, sino que muchas familias permanecíann dependientes de la producción de subsistencia y de actividades autónomas de todo tipo.
FUERZAS DEL TRABAJO
Wildcat señaló lo vulnerables que eran las nuevas cadenas de transporte en el nuevo paisaje global, cosa que sin embargo era difícil de comprender dados los rápidos cambios y mudanzas. Nosotros centramos nuestra atención en las nuevas localizaciones de la producción (durante los 90 no solo surgieron fábricas de coches en Asia, sino también en Europa Oriental).
Para esto era muy útil el libro Forces of Labor, de Berverly Silver, quien en el contexto de los análisis de los sistemas mundiales, situaba la agitación obrera en el centro de su estudio. Era capaz de apuntar que, históricamente, allí donde se desplaza el capital, hay lucha: en reacción a las revueltas obreras de los 70 el capital construyó nuevas fábricas de coches en Sudáfrica y Brasil, y por tanto desencadenó una nueva dinámica de potentes luchas obreras. Durante los 80, la industria automovilística se desplazó a Corea del Sur, lo que llevó a continuas luchas similares, llevadas a cabo por una nueva generación de trabajadores.
Lo importante era que Silver consideraba al mundo en su conjunto, que establecía el hecho de que los “parches” del sistema eran solo los contratos temporales por obra, y que de nuevo el capital tenía que vérselas con resistencia (pues la agitación obrera es endémica bajo el capitalismo). Sin embargo, su esquemática categorización de las luchas entre las “marxistas” y las “tipo Polanyi” era menos útil.
Silver asumía que la debilidad del “poder de negociación” de los trabajadores en los países del norte global solo sería temporal. Sus datos empíricos solo llegaban a 1990, pero luego se extendieron hasta 1996 (y hasta 1990 sus análisis encajaron con la realidad). Sin embargo en Europa Oriental los salarios eran significativamente más bajos que en la Occidental. Los trabajadores de la industria automovilística habían dejado de ser los mejor pagados, o al menos ya no lo eran en todas partes. Silver tenía una visión cíclica del mundo, las crisis son siempre cíclicas, seguidas siempre por fases de desarrollo y boom. Desde su punto de vista, una gran crisis implicaría transformaciones fundamentales, inestabilidad y el surgimiento de una nueva fuerza hegemónica en el sistema. No planteaba la cuestión de cómo los obreros podrían dirigirse al comunismo y no daba importancia a ese largo periodo durante el cual los obreros del sudeste asiático no llegaron a plantear una amenaza revolucionaria para el capitalismo. Hoy, Silver explica la profunda crisis del movimiento obrero global por el hecho de que el “parche financiero” se ha combinado con el desmantelamiento de las clases obreras previamente existentes. El capital salía de la producción, su lado destructivo predominaba. No obstante, afirmaba que ese apaño financiero solo sería efectivo temporalmente y que extendería la crisis geográficamente (lo que finalmente ha llevado a una nueva y profunda crisis de legitimación del capitalismo)[10].
Y es cierto que prácticamente nunca ha habido semejante resistencia organizada a los proyectos de infraestructura, presas, plantas de energía, etc., particularmente en los países recientemente industrializados como India, Indonesia o China. Ya se consideren como luchas contra la mercantilización o simplemente contra la destrucción de una base de sustento, el caso es que se ha sacado una lección global: que el “progreso técnico” no garantiza automáticamente el “desarrollo”, sino que va de la mano de la destrucción, y que además nos podemos organizar contra ello.
Pero esto contrasta con el hecho de que durante el proceso de industrialización nunca antes el capital se había topado con tan poca resistencia obrera como durante la fase 1990-2005. Logró deteriorar las condiciones de trabajo continuamente sin verse amenazado seriamente por una resistencia colectiva. La anunciada compensación de los empleos industriales perdidos con empleos de servicios de alta calidad se desvaneció en el aire. Durante este periodo, las luchas obreras a nivel global (incluida China) fueron principalmente de carácter defensivo, llevadas a cabo por las “viejas clases obreras” contra los cierres o externalizaciones/deslocalizaciones (esto también explica por qué en ese mismo periodo la izquierda echó por la borda la noción de clase).
La apertura de mercados de trabajo en la India y China durante los 90 llevó al “shock de la oferta”: súbitamente se duplicó la oferta de fuerza de trabajo. Había el doble de obreros industriales en China que en todos los Estados del G7 juntos. China se convirtió en la fábrica del mundo y principal exportador de bienes de consumo industriales, en particular los de mayor volumen de producción. Las consecuencias para una parte de la clase obrera global fueron (como se había previsto) catastróficas: la industria textil abandonó México y se fue a Asia. China se unió a la OMC en 2002 y el Acuerdo Multifibras de 2005 supuso la cumbre de su desarrollo, pero entonces las cosas cambiaron: en China los obreros de las nuevas fábricas empezaron a luchar y sus luchas a extenderse.
QUÉ HA CAMBIADO EN LOS PASADOS 40 AÑOS
Desde la crisis del petróleo de 1973 ha habido cambios con impacto a largo plazo: hoy viven alrededor de 7.000 millones de personas en el planeta. Entre 1950 y 1970 la tasa de crecimiento de la población mundial era del 2%, desde entonces se ha ido reduciendo, particularmente en aquellas áreas donde se produce la proletarización.
En los “países en vías de desarrollo” la fuerza de trabajo se ha estado incrementado en un 2%, lo que significa que la fuerza de trabajo global se ha doblado en 30 años, cuando en Europa este mismo proceso duró 90 años. La proletarización se produce a una velocidad mucho mayor de la que es capaz de absorber la economía capitalista: muchos no encuentran un trabajo asalariado que dé para vivir. Muchos proletarios terminan en el sector informal. El porcentaje de mujeres en la fuerza de trabajo global aumenta. La tasa de desempleo es alta, sobre todo entre los jóvenes, e incluso es mayor entre los inmigrantes, o mejor dicho, las minorías. Esto agrava el miedo de la clase dominante, antes mencionado: los altos niveles de paro juvenil y la agitación social están relacionados; ésta subió tras 2009, con un aumento del 10% de los incidentes registrados, sobre todo en Oriente Medio, norte de África, pero también en el sur de Europa, el antiguo Bloque del Este y algo menos en el sur de Asia.
El empleo en el sector agrícola se ha reducido dramáticamente; únicamente en las regiones más pobres más de la mitad de la población continúa trabajando en el campo. El proceso de concentración en la industria agraria continúa, y los campesinos se convierten en obreros agrícolas, muchos de los cuales viven en las ciudades más que en el campo. En el este de Asia, salir del campo lleva directamente, en gran medida, al trabajo en la industria, mientras que en Latinoamérica y África el sector servicios registra un mayor aumento. Desde 2007 más de la mitad de la población mundial vive en las áreas urbanas. En los países en vías de desarrollo crecen las mega-ciudades, en las que el 80% de los habitantes vive en los pobres suburbios. Estos reflejan el hecho de que la gente quiere formar parte de la clase obrera global. Los suburbios son puntos de partida, estaciones de tránsito hacia una vida mejor, en sus propios países o en otros (allí donde necesiten mano de obra).
En este proceso de proletarización mundial el “trabajo móvil” (o “trabajo inmigrante”) se ha convertido en la forma de trabajo más general, bien en forma de emigración a otros países (como la UE) o de emigración interna (como en China, donde el gobierno estima que hay 130 millones de trabajadores inmigrantes, de los cuales 80 millones han emigrado de las regiones pobres del interior a las ciudades costeras). El número de inmigrantes internacionales hoy (2013) es mayor que nunca: 232 millones (en el 2000 eran 175 millones), de los cuales 20 o 30 millones no tienen papeles. Entre 2000 y 2013, pasaron de un 2.9% a un 3.3% de la población mundial. En su mayor parte son trabajadores inmigrantes, no refugiados ni demandantes de asilo.
Es destacable este aumento del proletariado de obreros migrantes, quienes a través de las agencias internacionales de contratación desempeñan labores no cualificadas en diferentes países por un bajo salario, aunque en principio no piensan establecerse allí: trabajadores de la construcción de India, Pakistán y Bangladesh en las grandes construcciones de los Estados del Golfo, que viven en campamentos y cuya situación colectiva les ha llevado muchas veces a la huelga y la rebelión, combatidas con una represión draconiana. Millones de empleados domésticos de las Filipinas e Indonesia, etc., que trabajan para familias ricas o pudientes en los Estados del Golfo, pero también en Hong-Kong. Trabajadores sociales que cuidan a los ancianos, que viajan de la Europa Oriental a la Occidental, para trabajar para familias que no pueden pagar a un cuidador local. Cada vez más obreros industriales son también contratados para trabajar en las lejanas “zonas libres para la producción”, con el objetivo de debilitar a la clase obrera local.
Las condiciones de vida dependen en gran parte de dónde se viva, pero las condiciones de trabajo de los trabajadores no cualificados en el norte y el sur cada vez son estructuralmente más parecidas. En las plantas de ensamblaje para la producción de complejos bienes de consumo masivo de China e India, también se emplea la maquinaria más moderna. El trabajo manual simple se lleva a cabo en la periferia de la cadena de suministro, en los patios traseros de los suburbios, pero también en los almacenes de los centros de distribución situados en el corazón de Europa y los Estados Unidos. En la misma cadena de valorización se combina la producción de plusvalía absoluta y relativa.
Hasta la crisis de 1973/74, el crecimiento económico continuo estuvo más que compensado por el aumento de la productividad y la exitosa “racionalización”, es decir, que la tasa de desempleo no se redujo y el Estado de Bienestar se expandió. Desde entonces, el crecimiento de la producción industrial se ha estancado. Si hoy es del 3%, ¿será en el futuro próximo del 1.5%?
El trabajo industrial (incluida la construcción) ha aumentado globalmente, pero los índices de industrialización que vimos hace 50 o 100 años nunca se han vuelto a alcanzar en ningún lugar: el capital abandona los sitios mucho más rápido que antes, relocaliza la producción en áreas “más baratas” o la transforma localmente en un “servicio”, o simplemente deja de invertir. En muchos de los países recientemente industrializados el porcentaje de obreros industriales ya ha alcanzado su pico del 20% de la fuerza de trabajo total.
En los viejos países industriales se produce un proceso de desindustrialización, aunque habría que señalar algunas diferencias entre ellos: en los EEUU hay un 11% de empleo industrial, mientras Alemania con el 22% en 2007 marca el máximo en toda la UE. En 1970 los obreros de la industria eran un 37%, mientras hoy en día el trabajo externalizado a los “proveedores de servicios ligados a la industria” ya no cuenta en las estadísticas como trabajo industrial[11].
La globalización ha llevado a una nueva polarización entre trabajos de alta y baja cualificación. En las viejas naciones industriales los trabajos que requieren un nivel medio de cualificación se reducen, los nuevos trabajos tienden a ser temporales y peor pagados. El “sector servicios” aumenta globalmente, y aquí también hay dos polos: aumenta tanto el trabajo simple (limpieza, cuidados) como el “no rutinario”, de alta cualificación, mientras que el trabajo rutinario de cualificación intermedia (contables, empleados de oficina) se reduce: la introducción de los ordenadores ha desplazado muchos aspectos de este trabajo o lo ha hecho más fácilmente relocalizable. Esta es una de las principales razones de que aumente la brecha salarial entre diferentes sectores.
Ingresos desiguales
Durante el siglo XIX y XX las diferencias en los niveles de ingreso entre diferentes países eran más pronunciadas. Con los años estas diferencias se fueron reduciendo debido a las luchas de la clase obrera en los distintos países. En los pasados 20 años, esta tendencia hacia la igualdad ha cambiado de nuevo: mientras las condiciones en las distintas naciones cada vez son más parecidas, las diferencias de ingresos dentro de los países han aumentado drásticamente.
En los países recientemente industrializados la brecha salarial es tan alta como en Europa hace 100 años. En los Estados Unidos las diferencias salariales alcanzaron el mínimo durante el periodo 1950-1970, durante los 60 fueron menos pronunciadas que en Francia, donde sólo tras 1968 aumentaron los niveles de ingreso más bajos. Desde la contrarrevolución neo-liberal, la disparidad de ingresos se ha desatado, y se ha agravado aún más con la crisis global, sobre todo si nos atenemos al sueldo neto después de pagar impuestos y tras las transferencias de renta. Entre 1970 y 2010 el valor medio de los activos privados aumentó significativamente en términos monetarios, particularmente en Japón y Europa. Este aumento de la “tasa de ahorro” se tradujo en un descenso del crecimiento, las compañías dejaron de invertir. Los activos financieros propiedad del Estado-nación disminuyeron y la deuda pública creció. Y en los viejos países capitalistas de Estado (y no sólo en ellos), se produjo un salvaje saqueo y una acumulación de activos en manos privadas durante el proceso de privatización[12].
Diferentes sectores, diferentes condiciones para la lucha
Minería: Antes, los mineros y sus familias vivían cerca de los yacimientos, sus pueblos eran también comunidades de lucha. Pero desde entonces se ha llevado a cabo un gran proceso de reestructuración, sobre todo en la minería a cielo abierto: ahora, los mineros a menudo trabajan con contratos temporales y viven en asentamientos prefabricados (u otro tipo de viviendas) muy lejos de sus familias.
Textil, vestido, calzado: Estos son los sectores más importantes en los países en vías de desarrollo. Allí trabajan sobre todo mujeres jóvenes, como en la Europa del siglo XIX. La “nueva división internacional del trabajo” en los 70 dio origen a estos sectores. Las fábricas pueden relocalizarse más fácilmente, la maquinaria no es especialmente cara. El sector se caracteriza por el tamaño de las empresas, medianas y pequeñas, los márgenes de beneficio son pequeños. Las empresas dependen en gran medida de los contratos con las grandes marcas de moda y las cadenas de tiendas. El diseño y a veces el corte se hacen al margen del departamento de producción, donde el trabajo es más intensivo y está externalizado. Entre 2005 y 2008 se abolieron los aranceles a la importación que protegían la industria local. Hoy, China (o mejor dicho, las empresas asentadas en China) es la mayor productora mundial, con 2.7 millones de empleados. Las empresas con sede en Taiwán administran fábricas en México y Nicaragua, mientras las empresas chinas abren nuevas plantas en África.
Automóvil: Sigue siendo el bien de consumo más complejo. Un puñado de corporaciones multinacionales domina el sector mediante una planificación a largo plazo de la producción local y una alta demanda de infraestructura. El sector depende masivamente de las subvenciones del Estado. Las modernas fábricas emplean costosa maquinaria y tienden cada vez más a dar trabajo sólo a obreros con educación técnica. La fuerza de trabajo está segmentada entre los fijos, los eventuales, los contratados por ETT, por obra, etc., separados por significativas diferencias salariales. Se trata de un fenómeno global.
Consumibles electrónicos: En parte se trata de trabajo cualificado, aunque gran parte de los obreros aprenden sobre la marcha. Los niveles de calidad requeridos son altos, pues los productos suelen ser caros. Atendiendo al equipo y la maquinaria, se trata sobre todo de inversiones a largo plazo, que requieren planear minuciosamente dónde se va a establecer la producción. La subcontratación de la producción de las diversas marcas en mega-fábricas, casi todas en China, es algo corriente (Foxconn, etc.): su capacidad productiva permite producir teléfonos móviles para todo el mundo.
Construcción: durante las pasadas décadas el sector ha ido adquiriendo un papel cada vez más importante, dado que los proyectos inmobiliarios, a veces gigantescos, han sido un medio para inflar la burbuja especulativa. Muchos inmigrantes del campo o de más allá de las fronteras trabajan en la construcción. Sobre todo varones. Los mayores proyectos de construcción a menudo se llevan a cabo fuera de las zonas urbanas, es decir, que los trabajadores viven en campamentos.
Logística: Con la relocalización global de la producción, el volumen de empleo en el transporte ha aumentado drásticamente, al mismo tiempo que se reducían significativamente los costes. Aparte de pequeños grupos profesionales de altos salarios, el sector se basa en el trabajo manual simple, a menudo desempeñado por inmigrantes en situación semi-legal. En los centros de distribución de todo el mundo están surgiendo nuevas concentraciones de trabajadores.
Servicios: Todo lo que no es agricultura, minería o trabajo directamente productivo. Antes los servicios se daban allí donde se solicitaban, pero hoy gran parte del trabajo de oficina, como el trabajo administrativo, de contabilidad, teleoperador, etc., se puede desarrollar en cualquier parte, mientras exista conexión a internet.
La segmentación de los obreros mediante diferentes relaciones laborales es un gran desafío para las luchas comunes y corrientes, las viejas fórmulas ya no son válidas. Tras la huelgas de principios de los 70, los “guest workers” (Gastarbeiter) lucharon a su manera dentro de los sindicatos y marcaron un punto de partida válido para futuras movilizaciones. En cambio, los nuevos inmigrantes son sobre todo trabajadores eventuales y temporales.
La clase obrera sólo fue un bloque homogéneo en la cabeza de los estalinistas y socialdemócratas. En realidad también era muy heterogénea en el siglo XIX y XX, y no solo en términos de división entre obreros y obreras o nativos e inmigrantes. ¡No podemos identificar a la clase obrera con los obreros industriales! Incluso en la Inglaterra del siglo XIX la mitad de los trabajadores estaba al margen del sistema fabril. Y también podíamos encontrar allí diferencias salariales del 300% entre trabajadores fabriles con pasaporte alemán. Históricamente, la clase obrera ha aprendido una y otra vez a luchar (unida) bajo estas circunstancias.
EL FIN DE LA CUESTIÓN CAMPESINA
En otoño de 2008 se publicó un artículo en el nº 82 de Wildcat, en el cual se criticaba la visión romántica que tenía el movimiento anti-globalización acerca del campesinado. La tesis principal era que hoy ya no existe una “cuestión campesina” separada, sino que lo que hay es más bien una recomposición de la clase obrera global desde abajo.
“En fases anteriores de la historia los humanos solían producir sus medios de subsistencia en pequeñas comunidades y dependían de las fluctuaciones naturales de la producción. En cambio, el capitalismo creo desde el principio el mercado mundial, y su principal fuerza productiva (la maquinaria) es producto del propio trabajo humano. El contexto general de una sociedad global es la condición básica de nuestra existencia y reproducción (‘segunda naturaleza’) y en este sentido es la verdadera comunidad humana. Sólo cuando la supervivencia del ser humano empezó a depender del trabajo social más que del individual se pudo plantear la cuestión de la apropiación colectiva de todos los medios de producción, ¡y hoy en día a escala global!”[13].
En cambio, Samir Amin[14], entre otros, continúa defendiendo la clásica postura anti-imperialista. Sigue dividiendo el mundo entre la triada (UE, EEUU, Japón) y la periferia, en la que vive el 80% de la población mundial, la mitad de ella en el campo. Si no se ofrece una solución para toda esa gente, ningún “otro mundo” será posible. Amin reconoce que el proceso que otros llaman globalización es de hecho la implosión del sistema imperialista. Descarta por ingenua la noción del movimiento anti-globalización de cambiar el mundo sin tomar el poder, así como la idea del compromiso ecológico con el capital. Alega que la “renta imperialista”, de la que se benefician las capas medias del norte global, es una barrera para la lucha común. Según él, para establecer el socialismo o el comunismo, los obreros y los pueblos deben establecer una ofensiva estratégica a varios niveles, ya señalados por Mao: el pueblo, el Estado y la nación. El retorno al mundo keynesiano de posguerra es imposible, la historia no da marcha atrás. Aunque según Amin, la cuestión campesina sigue siendo central: el acceso a la tierra para los campesinos y el desarrollo de una agricultura más productiva, frente al folklore campesino. Construcción de la industria y desarrollo de las fuerzas productivas.
Estas propuestas políticas son tan anticuadas como los viejos análisis: hoy en día, en China, la tercera generación de obreros inmigrantes trabaja en las fábricas globales. Durante el proceso de éxodo de millones de campesinos, desarraigados de sus zonas rurales, se ha formado una clase obrera industrial a la manera clásica. La división entre residentes urbanos y rurales no se ha superado, pero los antiguos aldeanos han disuelto sus lazos con la tierra, ¡y sobre todo no quieren volver a ella!
Es más interesante el argumento de Amin contra esa idea de que los países en vías de desarrollo en los “mercados emergentes”, como por ejemplo los cuatro tigres, Brasil, Turquía, etc., pueden convertirse en los nuevos centros del capitalismo: según él, en esos países no existen las necesarias “válvulas de escape” por lo que pueda pasar. La proletarización del siglo XIX tuvo la emigración hacia América como válvula de escape. Hoy se necesitarían varias Américas para unos procesos de industrialización similares en los “mercados emergentes”. Por tanto, no es posible. Este argumento hay que llevarlo más allá, planteando la siguiente cuestión: ¿qué le pasaría al actual proceso de industrialización si las luchas no pudieran ser canalizadas mediante la socialdemocracia, por un lado, y la emigración masiva por otro?
LA PROLETARIZACIÓN SE TRADUCE EN LUCHA DE CLASES
A menudo sólo nos damos cuenta de las cosas a toro pasado, cuando ya se ha producido un cambio cualitativo. En 2004 se produjo el primer “atasco global”. Las huelgas de aquel año en el delta del río de las Perlas chino, en pleno boom económico, señalaron el inicio del primer gran ciclo de luchas en las “nuevas fábricas”. Mediante luchas ofensivas se conquistaron significativos aumentos salariales, que tuvieron efectos en las fábricas de todo el este asiático. En Vietnam, Camboya, Bangladesh, Bahréin, estallaron huelgas obreras, ¡y con la huelga de conductores de autobuses de Irán en 2006 se produjo la primera huelga importante desde 1979! Se puede rastrear esta corriente mundial de luchas obreras desde el 2006, ya antes del crack económico global. Esta corriente se transformó en una ola que alcanzó su pico en 2010, cuando se produjeron huelgas en casi todos los países del mundo, las cuales abrieron el camino a las futuras revoluciones políticas y a los movimientos de protesta en las calles. Estos atrajeron más la atención de los medios, pero sin las huelgas de la industria de los fosfatos en Túnez, o las huelgas masivas de la industria textil en Mahalla, Egipto, entre 2006 y 2008, los levantamientos en estos países no se habrían producido.
LA OLA DE PROTESTAS 2006-2013
Los años del 2006 al 2013 se caracterizaron por una ola de protestas masivas en las calles, huelgas y levantamientos a una escala sin precedentes. Según la oficina de Nueva York del Friedrich-Ebert-Stiftung[15], esta ola sólo es comparable a las turbulencias revolucionarias de 1948, 1917 o 1968. Este think-tank analizó 843 movimientos de protesta entre 2006 y 2013, en 87 países que en total englobaban al 90% de la población mundial. Protestas de todo tipo, contra la injusticia social, la guerra, por la democracia real, contra la corrupción, disturbios contra la subida del precio de los alimentos, huelgas contra los patronos, huelgas generales contra la austeridad (menos positivas fueron por ejemplo las movilizaciones de la iglesia contra el aborto, en Polonia).
Hay que destacar el elevado número de protestas en los países de “altos ingresos” y el hecho de que el 48% de las protestas violentas se produjeron en los países de bajos ingresos; en buena parte de los casos se dirigían contra los elevados precios de los alimentos y la energía. 49 protestas exigían reformas agrarias, 488 iban dirigidas contra las políticas de austeridad y reclamaban justicia social, mientras que 376 proclamaban que su objetivo era la “democracia real”. Muchas protestas reflejaban una completa pérdida de confianza en la “Política”. Sin embargo, en muchos casos los disidentes dirigían sus exigencias al Estado: los políticos responsables debían hacer algo. A menudo las protestas fueron más allá de las tradicionales manifestaciones o huelgas y tomaron la forma de “desobediencia civil”, como en el caso de los bloqueos y ocupaciones. En concreto, la ocupación de las plazas públicas y la organización común para la vida diaria como forma de lucha, impactó en toda el área mediterránea y los EEUU.
Comparar esto con 1968 confunde más que clarifica: en 1968 se defendía un movimiento revolucionario global, pero 1968 no fue el año de más huelgas. Al contrario, estas comenzaron a principios de los 60 y solo alcanzaron su pico a mediados de los 70.
La ola de protestas que se desarrolló desde el 2005 adquirió diferentes formas:
Motines de subsistencias
Desde el inicio de la crisis económica especulativa global, el capital ha huido hacia activos “seguros”, como las materias primas, los alimentos básicos o los terrenos agrícolas, y por tanto, en un corto intervalo de tiempo, ha desencadenado un masivo aumento de los precios de los alimentos básicos; se registraron máximos históricos primero en diciembre del 2007, y luego en 2010. Entre otoño de 2007 y verano de 2008, los proletarios de gran parte de África y China reaccionaron con huelgas y levantamientos, obligando a sus gobiernos o empresas a continuar subvencionando los productos básicos.
El movimiento de las plazas
En las “plazas” estaban activos los grupúsculos y las tendencias revolucionarias, pero eran una minoría. Muchos de los participantes era la primera vez que se sumaban al activismo callejero, y demostraron una considerable habilidad para auto-organizarse cotidianamente y multiplicarse, pero no eran “políticos”. El contexto mediático de estos movimientos estaba ampliamente influido por las capas medias, quizá porque los periodistas son quienes mejor se comunican con la gente de su propio ambiente social. Una protesta masiva en la capital es más visible que una huelga en las provincias. Debido a esto, la participación de los proletarios se subestimó bastante, aunque muchos participaron y se enfrentaron a la policía en los choques. Pero en general estos movimientos iban dirigidos contra el gobierno, contra la corrupción y por la “democracia real”, no defendían “la causa de los trabajadores”[16]. El movimiento parecía que tenía un carácter global, pero permanecía atrapado en el marco de su respectivo Estado nacional. Muchos de estos movimientos tenían “dos almas”: por un lado, estaban los proletarios más pobres y los inmigrantes, que se veían en el paro, y por otro, los licenciados precarios que consideran el trabajo bien pagado como un derecho humano más. Las clases medias se han visto ampliamente afectadas por las políticas de los tipos de interés, la deuda estatal o las medidas de austeridad. Algunos se han vuelto más radicales y activos. A veces han dado el salto a la política y a la participación en el poder a través de las elecciones, como Podemos en España.
LA OLA HUELGUÍSTICA GLOBAL
En Wildcat nº 90, en el texto de Steven Colatrella El poder está en nuestras manos, se señalaba que estas luchas se convirtieron en una ola huelguística global en el último tercio de 2010. Ese año, las huelgas alcanzaron una escala geográfica y cuantitativa sin precedentes en la historia. El autor atribuía esto al final de neo-liberalismo y a la reconstrucción de la clase obrera. Según Colatrella, la expansión de las “huelgas tradicionales” podía dar potencia y dirección a las luchas y ayudar a superar la debilidad de los “disturbios FMI”.
“Pero el aumento de la producción global no produce nuevas clases obreras […], sino que crea un nuevo poder estructural en amplios sectores de trabajadores, que casi nunca tuvieron semejante poder, excepto quizás a nivel estrictamente nacional”[17].
Ahora los trabajadores de la industria textil, del calzado, automóvil y otros, eran capaces de atacar la economía mundial a ambos niveles, nacional e internacional. La mayor integración de la economía mundial y los ataques simultáneos a las condiciones de vida mediante la crisis capitalista, habían aumentado tanto su poder estructural como organizativo. La ola huelguística forma parte de la formación de la clase, enlaza las luchas y politiza el combate contra la globalización capitalista. Los obreros que defienden sus intereses económicos se ven directamente enfrentados con el poder político. Sus luchas, por tanto, son políticas.
Colatrella considera la ola huelguística global iniciada hacia el 2007 como un conjunto de “huelgas contra el gobierno global”, es decir, como una acción simultanea mundial de los obreros de muchos países contra el mismo enemigo. Pero al mismo tiempo no se llega a crear comunidad como tal, y el enemigo común no obliga necesariamente a la unificación de los que luchan.
BRICS, MINTS: LOS PUNTOS CONFLICTIVOS DE LA OLA HUELGUÍSTICA
Enfrentándose a unas tasas de crecimiento estancadas en los viejos países centrales, la esperanza del capital se dirigía a los llamados BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, donde reside el 40% de la población mundial; la abreviatura fue una invención del banco de inversión estadounidense Goldman-Sachs en el 2001), donde hay una fuerza de trabajo industrial joven, en ascenso, en busca de una vida mejor. El presidente de Brasil prometió que todos serían de “clase media”. Al principio parecía que los BRICS no se estaban viendo afectados por la crisis global, y las economías controladas por el Estado, como la china, parecían completamente “inmunes”. El capital ocioso voló hacia esas regiones, las tasas de crecimiento al principio continuaron subiendo, aunque más despacio que en años precedentes. Pero en estos “campeones” del capitalismo, los obreros se preparaban para conquistar considerables aumentos de salario mediante duras luchas.
Sus luchas tenían muchas cosas en común: la mayoría sucedían en los sectores centrales de la economía, las compañías afectadas eran multinacionales, en sus luchas, los trabajadores se enfrentaban a los sindicatos existentes, buscaban sindicatos alternativos o empleaban sus propias formas organizativas. En muchos casos el Estado atacó a los huelguistas violentamente, mientras los obreros empleaban a su vez la violencia contra los patronos o los esquiroles[18].
En el 2014 las huelgas aún continuaban, aunque en el caso de la India, en un contexto de devaluación masiva de la moneda local y de descenso de las ventas en el sector automovilístico. Desde el 2013, buena parte del capital ha salido de los BRICS para irse a los MINTS (México, Indonesia, Nigeria, Turquía y Corea del Sur). Estos Estados también albergan una población muy joven, y muchos de estos países han sido el centro de grandes movimientos de protesta en los pasados años. En junio de 2013 se produjo un levantamiento en Turquía (la protesta del Parque Gezi) y en mayo de 2015 todo el sector del automóvil se vio agitado por una ola huelguística, en el curso de la cual los obreros se deshicieron de los viejos sindicatos.
En Irán, 2014 fue el año de más conflictos industriales y protestas obreras. El pico del movimiento se alcanzó con la huelga de 5 mil trabajadores de las minas de hierro de Bafhg, durante la cual los obreros lograron parar la privatización. Abandonaron el trabajo durante casi 40 días hasta que el último obrero detenido fue liberado. Fue el mayor conflicto desde la revolución de 1979.
En los países recientemente industrializados, los movimientos obreros que han surgido son bastante parecidos, a pesar de las diferencias culturales y políticas de sus regiones, y estos movimientos han logrado considerables aumentos salariales en unos pocos años[19]. Los obreros emplearon su posición en la cadena internacional de producción, por ejemplo durante la huelga de Honda en China.
En muchas luchas se llegaron a plantear reivindicaciones igualitarias para reaccionar contra la segmentación de la fuerza de trabajo, que los patronos tratan de aprovechar en todas las empresas del mundo en las que tienen mayor peso los trabajadores cualificados (por ejemplo, los obreros del automóvil en India, los mineros de Sudáfrica)[20].
LOS OBREROS Y EL ESTADO
¿Cómo se vuelven revolucionarias las luchas obreras? La revolución escapa a las condiciones objetivas. Si en una sociedad que se caracteriza por unas relaciones patriarcales, las obreras luchan colectivamente por mejorar sus condiciones de vida y trabajo, si se arriesgan a luchar, cruzan fronteras, descubren nuevas potencialidades y quieren conocer mejor el mundo, entonces este proceso probablemente es “revolucionario”. ¿Qué idea del “comunismo” tienen los obreros de un país donde los capitalistas están organizados en el Partido Comunista? Deberán desarrollar algo nuevo en la lucha. Esto no empezará sólo en las fábricas, se necesitan impulsos externos, por ejemplo, de los movimientos juveniles que lo ponen todo en cuestión.
La “clase obrera global” es la antítesis de la “clase obrera nacional”. Asume que las condiciones para la integración de la clase obrera en el Estado mediante el movimiento obrero (socialdemócrata) ya no existen. En 1848, los obreros aún no tenían una “patria”, a un artesano proletarizado le traía sin cuidado trabajar en Colonia, París o Bruselas. Sólo las políticas del Estado de Bienestar y la orientación de los partidos obreros hacia la “lucha desde dentro del Estado” han atado a los obreros a su nación. Desde 1968 se ha producido una amplia reorientación de los movimientos proletarios, que huyen del Estado (y de los conceptos estatales). Desde los 80, el desmantelamiento del bienestar ha causado cierto “alejamiento” de amplias capas de la sociedad respecto al Estado, aunque para “la clase obrera central” el Estado aún funciona: basta considerar las masivas intervenciones estatales desde el 2008 para rescatar a la industria del automóvil alemana, francesa y estadounidense. Para la izquierda tradicional, el Estado es ese terreno político en el que es posible cambiar el sistema capitalista, o mejor dicho, desde el que se pueden “gobernar” sus peores consecuencias.
Históricamente el capital ha sido una relación global, mediada por el mercado mundial desde el comienzo. Pero sin el Estado, las leyes (coerción) y los mercados de trabajo nacionales, el capital no habría podido sobrevivir y desarrollarse. El Estado de Bienestar garantiza cierta seguridad social sólo a su propia población, y por tanto convierte a los proletarios en “ciudadanos”. Pero el capital sólo podía desarrollarse accediendo al ejército industrial de reserva en otros países, en forma de obreros agrícolas, campesinos o proletarios subempleados. Hoy, en casi todas las naciones industriales existe una clase obrera multinacional poco ligada al Estado en el que vive, mientras los obreros locales o nativos y las clases medias empobrecidas se aferran al Estado y reclaman una protección especial.
En los pasados 20 años, el enemigo de clase ha desmantelado las estructuras estatales allí donde no podía soportar la lucha de clases: ejércitos privados, mafias y guerras civiles. La destrucción de los sistemas de seguridad social provocó amplios movimientos de lucha. Ante esta amenazadora situación los “Estados fuertes” o “democracias controladas” (Rusia, China) aumentan su atractivo como islotes de estabilidad. ¿En dónde ha aprovechado la clase obrera la ausencia del Estado para levantar sus propias estructuras? ¿Cómo va esa globalización desde abajo?
PROCESOS DE APRENDIZAJE GLOBAL
Hoy los obreros pueden establecer contacto directo entre ellos, incluso a largas distancias, sin intermediarios. Gracias a las redes digitales ahora es más fácil saber qué pasa en el mundo, incluso en áreas remotas, comparado con tres o cuatro décadas atrás. Las luchas se contagian si los obreros de una empresa ven que otros obreros se arriesgan y tienen éxito, como sucedió en las fábricas de calzado de Yue Yuen en 2014, en las que participaron 40.000 obreros. En 2015, alrededor de 90.000 obreros de la misma empresa dejaron de trabajar en Vietnam, mientras al mismo tiempo otros 6.000 iban a la huelga en China. Desde el conflicto de 2014 apenas ha pasado un mes sin que al menos una fábrica de calzado china se haya visto afectada por la acción de los obreros industriales. Los trabajadores informan de sus propias luchas, también a través de las fronteras, incluso sin que existan contactos organizativos visibles. Los obreros de distintas fábricas informan de su situación y la discuten, por ejemplo, en los foros de internet.
Inmigrantes
Los enlaces más obvios entre los proletarios de distintos países son los inmigrantes. Hubo momentos históricos en los que las masas de obreros militantes abandonaron sus respectivos países huyendo de la represión (como España y Grecia en los 70, o Turquía en los 80), llevando con ellos sus experiencias de lucha y métodos organizativos. En las luchas en las fábricas alemanas a menudo constituían la vanguardia. Otro ejemplo son los inmigrantes de México, que fueron a EEUU a buscar trabajo en el campo y organizaron huelgas allí. Sin embargo, no todos los obreros inmigrantes son o continúan siendo proletarios (el autoempleo muchas veces es el único modo de escapar de la miseria y la red de compatriotas es la mejor organización). Los inmigrantes a menudo pertenecen a ese grupo de gente que quiere progresar y salir adelante pase lo que pase, y para ello pueden movilizar una reserva de mano de obra mal pagada en sus propias comunidades. Por tanto, es casi imposible emplear esas redes como base organizativa para la lucha de clases.
“El proletariado, pues, parece que desaparece justo en el momento en el que la condición proletaria se generaliza.”, Samir Amin.
Durante cuatro décadas, la velocidad de los movimientos de clase no ha sido capaz de alcanzar a la del capital, que deambulaba por el globo tratando de valorizar fuerza de trabajo. Ahora esta situación se ha invertido. Los obreros de Egipto, China, Bangladesh, México, Sudáfrica, etc., emplean las nuevas posibilidades técnicas para su propio interés; sus luchas no tardan en adquirir una audiencia global. Por primera vez, surge una clase obrera global, capaz de organizar la producción y reproducción globales, y por tanto de transformar el mundo. En el norte global esta “nueva situación” ha sido más difícil de detectar, porque desde los 80 el capital ha venido empleando la amenaza de deslocalización como chantaje. Mientras tanto, una pequeña parte de la clase trabajadora, las capas medias, podían conseguir dinero mediante la financiación y la especulación, al menos temporalmente, y no solo mediante el trabajo.
EL PAPEL DE LA IZQUIERDA
¿Qué papel pueden jugar los activistas o los intelectuales de izquierda? Desde la gran ola huelguística de 2010, los científicos sociales izquierdistas de todo el mundo han redescubierto a la clase obrera y estudian sus movimientos. Pero aunque los sociólogos entrevisten a algunos trabajadores, suelen frustrarse, pues parece que estos sólo piensan en sí mismos y en sus familias. ¿Acaso son “un tipo distinto de humanos” cuando trabajan y luchan juntos? E.P. Thompson escribió en 1963 que si detenemos la historia social en un momento dado, sólo hallaremos individuos. La “clase”, en cambio, define a la gente que vive su propia historia, y por tanto para estudiarla hay que analizar un periodo de tiempo determinado. En La formación de la clase obrera en Inglaterra se desarrolla la historia política y cultural junto a la historia económica. “La clase obrera se formó a sí misma en la misma medida en que fue formada”[21].
¿Y por qué los obreros deberían contar algo a los científicos sociales?
En Junge Welt[22], el filósofo húngaro Gaspar Miklos Tamas ha afirmado hace poco que por primera vez en la historia nos enfrentamos a la grotesca situación de una intelligentsia marxista, sin un movimiento marxista. Esto implica dos peligros: por un lado, el vanguardismo, que habla en nombre de un proletariado pasivo (un proletariado que en cualquier caso no sabe que están hablando por él y que no comparte los valores de las vanguardias, que le dicen al proletariado lo que supuestamente tiene que sentir, pensar y hacer). Sobre todo quienes se enfrentan a este peligro son los pequeños grupos de la izquierda radical. El otro riesgo es que la izquierda radical se funda con el movimiento general, democrático, antifascista e igualitario, lo que llevaría a la desaparición de la crítica marxista.
Ambas tendencias están relacionadas con la nueva lucha de clases. Algunos quieren fundar ya una “nueva Internacional”, ¡ya hay unas cuantas! Otros rechazan criticar a la clase obrera y solo les apoyan en las luchas. Otros pretenden hacer uso de redes descentralizadas organizadas por ONGs o van directos al sindicato. Las conferencias internacionales deben lidiar con la cuestión de cómo pueden entrar en contacto los obreros a nivel global. Además, aún existe el tradicional “internacionalismo obrero”, organizado de forma centralizada y jerárquica, que no debate abiertamente. En las conferencias internacionales los delegados afirman que en todas partes existen trabajadores manuales o de cuello blanco que llevan trabajando toda la vida en la misma empresa, cuyo sindicato o partido obrero todavía es capaz de conseguirles una parte mayor de la riqueza, que crece progresivamente[23].
Pero también hay activistas de izquierda críticos con los sindicatos que intentan establecer contactos entre trabajadores de diferentes sedes de compañías multinacionales. No obstante, es muy difícil ir más allá de las visitas mutuas y luchar juntos de verdad u organizar huelgas de solidaridad.
Durante el pasado lustro, otra parte de esa izquierda radical que quiere abolir el Estado ha situado sus esperanzas en los levantamientos. El “movimiento de las plazas” del 2011 abrió un debate sobre la “próxima insurrección”. Pero Grecia en 2008, los Indignados, Gezi Park, Stuttgart21, Hong-Kong, etc., todos eran movimientos con cientos de miles de participantes, ¡y al final no fueron capaces de llevar nada a cabo! Estos movimientos demostraron el potencial que tienen los levantamientos simultáneos a escala global, pero también mostraron de manera brutal sus limitaciones: de la comuna de Tahrir a la dictadura militar. Los variados y múltiples movimientos que se han producido desde Seattle, los levantamientos masivos de Argentina en 2001, Occupy Wall St., etc., han demostrado con toda claridad que el vuelco del orden social existente solo es posible si los obreros participan en los levantamientos como lo que son, como obreros. No basta con que vayan a las manifestaciones si no hacen huelga. En el capitalismo, la huelga es el arma por excelencia, donde se despliega el verdadero poder y el sujeto colectivo se forma a sí mismo.
Incluso el Comité Invisible, que hasta ahora no se preocupaba mucho por los obreros, parece que se ha empezado a acercar a ellos (al menos verbalmente)[24]. Este es un interesante cambio: quien quiera abolir el Estado, quien quiera la revolución, ¡no podrá hacerlo sin los obreros! Los proletarios son una amplia mayoría de la población y sus luchas impulsan las cosas hacia adelante. Sin embargo, la mayor parte de los izquierdistas siguen sin analizar las luchas que se están sucediendo, aunque en un acto reflejo plantean en cambio la cuestión de la “consciencia de clase”. Imaginan un proletariado organizado en un partido y un sindicato, cosa que no existe desde 1950. “¿Qué más se puede esperar?”, preguntaba de manera polémica el artículo de la Circular Wildcat nº65. “¿El surgimiento de organizaciones proletarias mundiales? ¿Huelgas de solidaridad? ¿Emulación? ¿Un movimiento político mundial? El nuevo e interesante fenómeno que afecta a la revolución mundial es el hecho de que nadie tiene parámetros, criterio o respuestas a esta cuestión. Un criterio podría ser que se desarrollasen comunidades en las diferentes luchas, y de momento no parece ser el caso. Los obreros luchan, pero no luchan juntos… Más bien sucede lo contrario: luchan por sí mismos y dependen de su fuerza. Ni siquiera esperan a sus colegas de la fábrica vecina”[25].
Los obreros pasan de las viejas organizaciones y partidos; los nuevos aún no se ven. Aún no existe una idea de la nueva sociedad que esperance a las masas. Sin embargo, podemos ver algunos cambios en las luchas. En Asia y en otras partes los obreros han demostrado una probada capacidad para organizar y coordinar sus luchas más allá de los límites de sus respectivas regiones. Han aprendido que solo pueden ganar colectivamente. Plantean reivindicaciones igualitarias contra las divisiones que introduce el capital. No dejan que los sindicatos que quieren controlarles les contengan. No se amilanan ante duros enfrentamientos. Plantean y crean problemas para los cuales el sistema no tiene soluciones.
En sus luchas entran en conflicto contra un sistema social que no puede ofrecer a una amplia mayoría más que políticas de austeridad; un sistema que ya no es capaz de transformar las luchas en “desarrollo”. Un sistema social que va directo a su siguiente crack bajo el liderazgo de su “última superpotencia”, que lucha contra su muerte política y económica con todos los medios necesarios. La mayor potencia militar del mundo ya no puede ganar guerras, y menos aún crear nuevos Estados estables, sino que sólo puede destruir. De esta forma, socava la legitimación de este orden mundial y moviliza cada vez a más gente en su contra.
¿Quién dará forma a las próximas confrontaciones sociales? ¿Las clases medias globales que siguen las movilizaciones nacionalistas por miedo a perder sus derechos sociales? ¿O el proletariado global, de cuyo trabajo depende la riqueza y el poder? La inteligencia colectiva del proletariado rebelde supera la cortedad de miras de los expertos institucionales; su capacidad para organizar la producción y para auto-organizarse puede garantizar el suministro de los bienes necesarios y de los servicios para la gente, como han demostrado los movimientos de las plazas y las luchas contra los grandes proyectos de infraestructuras. Son la única fuerza que puede hacer frente a la potencia destructiva del capital.
En Wildcat hemos afirmado a menudo que confiamos en un “encuentro entre el movimiento obrero y el movimiento social”, que permita definir el papel de la izquierda social y revolucionaria. Aunque sólo se tratara de sumar fuerzas, en principio no perjudicaría a nadie. Un “cara a cara” en las “plazas”, bajo la mutua indiferencia, no debería repetirse en el futuro, si queremos que las cosas empiecen a marchar.
El nuevo sujeto revolucionario no sólo será producto de la “homogeneización” (¡y menos aún de una “alianza”!), sino más bien de un proceso de polarización y de división en el seno de la clase obrera. La discusión política y la práctica de la izquierda deberían partir de estos términos.
[1] Vom Klassenkampf zur ‘sozialen Frage’ [De la lucha de clases a la ‘cuestión social’], Wildcat Zirkular nº 40/41.
[2] Vom schwierigen Versuch, die kapitalistische Krise zu bemeistern. [Acerca de la dificultad de hacer frente a la crisis], Wildcat Zirkular nº 56/57, mayo 2000.
[3] No hay una traducción exacta del término alemán “Umwälzung”. Significa transición, transformación, inversión, a veces circulación. En definitiva, cambio radical.
[4] Globalize it!, prefacio de Wildcat-Zirkular nº 38, julio 1997.
[5] Asien und wir [Asia y nosotros], Wildcat-Zirkular nº 39, agosto 1997.
[6] Open letter to John Holloway [Carta abierta a John Holloway], Wildcat-Zirkular nº 39, agosto 1997.
[7] Die neuen Arbeitsverhaeltnisse und die Perspektive der Linken [Las nuevas relaciones laborales y la perspectiva de la izquierda], Wildcat-Zirkular nº 42/43, marzo 1998.
[8] Chiapas und die globale Proletarisierung [Chiapas y la proletarización global], Wildcat-Zirkular nº 45, junio 1998.
[9] Historical Capitalism, Immanuel Wallerstein, 1983.
[10] Forces of Labor – Workers’ movements and globalization since 1870, Beverly Silver, 2003.
[11] Peter Dicken, Global Shift, Mapping the changing contours of the world economy. 6ª edición. 2011.
[12] Goeran Therborn, Class in the 21st Century, NLR 78, 2012.
[13] Beyond the peasant international, Wildcat nº 82, otoño 2008.
[14] Samir Amin, The implosion of contemporary capitalism, New York 2013.
[15] Isabel Ortiz, Sara Burke, Mohamed Berrada, Hernan Cortes, World Protests 2006-2013, FES New York Office 2013.
[16] Véase el artículo sobre Hong Kong publicado por Mouvement Communiste.
[17] Wildcat nº 90, verano 2011.
[18] Joerg Nowak, Fruehling der globalen Arbeiterklasse. Neue Streikwelle in den BRICS-Staaten, 2014.
Massenstreiks und Strassenproteste in Indien und Brasilien, Peripherie 137, 2015.
Massenstreiks in der globalen Krise, Standpunkte 10/2015, online en rosalux.de.
Torsten Bewernitz, Globale Krise – globale Streikwelle? Zwischen den oekonomischen und demokratischen politischen Protesten herrscht keine zufaellige Gleichzeitigkeit. Prokla 177, 12/2014.
Dorothea Schmidt, ‘Mythen und Erfahrungen: die Einheit der deutschen Arbeiterklasse um 1900. Prokla 175, 6/2014.
[19] Beverly Silver vio cómo sus tesis se verificaban con la ola huelguística del 2010: la relocalización del capital en China ha creado una nueva y creciente clase obrera combativa. La autora continúa empleando unas categorías que hacen referencia a los movimientos pendulares: formación-disolución-reformación de la clase obrera, y actualmente el péndulo está bajando de nuevo. Según Silver, esta vez no es ni deseable ni posible responder a estas luchas mediante la colaboración social keynesiana. Beverly Silver, Theorising the working class in twenty-first-century global capitalism, en: Workers and labour in a globalised capitalism (Palgrave Macmillan); editado por Maurizio Atzeni (2014).
[20] En Alemania, solo los trabajadores de la Daimler de Bremen trataron de responder con una huelga salvaje a los planes de la dirección de externalizar el trabajo a los “proveedores de servicios”, pero no lograron poner freno al proceso.
[21] E.P. Thompson, La formación de la clase obrera de Inglaterra, 1963.
[22] Die zwei grossen Gefahren [Dos grandes peligros], conversación con Gaspar Miklos Tamas, 4 de junio 2015.
[23] Global Labour Journal, Global Labour Institute, Global Dialogue.
[24] El Comité Invisible, A nuestros amigos: “En pocas palabras, mientras tengamos que seguir soportando las centrales nucleares y desmantelarlas sea un negocio para aquellos que quieren que perduren, aspirar a abolir el Estado seguirá levantando sonrisas; en la medida en que la perspectiva de un levantamiento popular significaría, con total seguridad, caer en la escasez de servicios sanitarios, alimentos o energía, no habrá un potente movimiento de masas… Lo que define al obrero no es su explotación por parte de un jefe, lo cual comparte con el resto de empleados. Lo que lo distingue en un sentido positivo es su personificación de la maestría técnica de un mundo particular de la producción. Hay una competencia aquí que es científica y popular al mismo tiempo, un conocimiento apasionado que ha configurado la riqueza particular del mundo del trabajo antes del capital, que al darse cuenta del peligro que ello implicaba y tras haber extraído todo ese conocimiento, decidió convertir a los trabajadores en operadores , monitores y custodios de las máquinas. Pero incluso así, el poder de los trabajadores persiste: quien sabe cómo opera un sistema también sabe sabotearlo de manera eficaz. Pero nadie puede dominar de forma individual el conjunto de técnicas que permiten al sistema actual reproducirse. Sólo una fuerza colectiva puede hacerlo… En otras palabras: debemos retomar un esfuerzo minucioso de investigación. Tenemos que ir a buscar en todos los sectores, en todos los territorios que habitamos, a aquellos que poseen los conocimientos técnicos estratégicos. Sólo partiendo de esta base los movimientos serán realmente capaces de ‘bloquearlo todo’.”
[25] Das Ende der Entwicklungsdiktaturen [El fin de las dictaduras del desarrollo], Wildcat-Zirkular nº 65, febrero 2003.