“La anarquía no consiste en hacer cada uno lo que le da la gana”

Heleno Saña es uno de los más firmes pilares del pensamiento anarquista español; filósofo y teórico social, luchador antifranquista, se exilió en Alemania, país donde sigue residiendo y desde donde sigue produciendo materiales para la reflexión desde lo libertario y siempre a contracorriente de los valores materiales predominantes en el mundo actual.

A. Orihuela | Periódico CNT

Fotografía: David Peña Pérez

Pregunta.- ¿Hay espacio en Alemania para un autor crítico como tú? ¿Y en España?

Respuesta.- Mi trayectoria como autor en lengua alemana hace tiempo que ha concluído, pero no puedo decir otra cosa que en la fase en que escribí mis principales libros en esa lengua, a partir de mediados de la década del ochenta, no tuve dificultades en abrirme camino. Al contrario. Y lo más paradójico es que al margen de dos libros de circunstancias que escribí por encargo de dos editores y no motu propio, me fue facilísimo publicar libros tan altamente críticos sobre la Alemania histórica y la Alemania contemporánea como Verstehen Sie Deutschland? (¿Comprende Vd. Alemania?), Die verklemmte Nation (La nación acomplejada) y, sobre todo, Das Vierte Reich (El IV Imperio), obra publicada en el momento de la reunificación de las dos Alemanias bajo el subtíitulo de La tardía victoria de Alemania, en la que anticipaba al pie de la letra la hegemonía política y económica que Alemania ejerce desde entonces en Europa.

Tanto La nación acomplejada como El IV Imperio tuvieron una gran repercusión mediática tanto en la prensa como en la radio y la televisión. Fuí objeto de muchos ataques, pero no faltaron tampoco los periodistas y articulistas que elogiaron mis libros, empezando por publicaciones de tanto prestigio como Die Zeit o Stern, para no citar sino a dos casos representativos. Señalaré al paso que los corresponsales españoles en Alemania han silenciado totalmente hasta la fecha mi obra en lengua alemana.

En España no me han faltado las tribunas y editoriales que han buscado o aceptado mi colaboración, pero en general se me ha hecho el vacío, tanto por lo que respecta a las publicaciones conservadoras y de derecha como a las que presumen de ser de izquierda, como El País. Y este es también el caso de otros escritores incómodos que no comulgan con el discurso dominante. No sólo en nuestro país, lo que Adorno denominó en su día `La industria de la cultura´ está cada vez más descaradamente al servicio del capital y sus lacayos políticos y no tiene otro objetivo que el de fomentar el conformismo y el embrutecimiento moral y humano.

P.- ¿Qué podemos rescatar hoy de la filosofía de Marx?

R.- Marx no fue nunca santo de mi devoción, como se desprende de lo que he dicho sobre él en mis libros en lengua castellana y alemana. Creo que se le ha sobrevalorado e interpretado a menudo erróneamente su aportación a la historia de las ideas en general y del pensamiento socialeconómico en concreto. A pesar de su concepción materialista y dialéctica del hombre y de la historia, la raíz de su cosmovisión es el determinismo de Hegel; de ahí que asuma miméticamente la tesis hegeliana de que `lo real es lo racional y viceversa´, una actitud que Albert Camus designaría en su gran obra L’homme révolté con su habitual lucidez, `como la justificación de lo dado´. Plenamente determinista es su tesis de que el capitalismo está condenado irreversiblemente a sucumbir a sus contradicciones internas y a ser sustituido, por ley natural, por la sociedad sin clases o  reino de la libertad.

Cegado por sus planteamientos objetivistas, no supo prever los factores subjetivos de la historia, esto es, la falta de escrúpulos de la burguesía y su capacidad de contrarrestar las contradicciones intrínsecas del capitalismo intensificando de manera creciente su proceso de explotación y recurriendo, en caso necesario, a la represión abierta y a la movilización de movimientos políticos totalitarios, como ocurrió en la década del veinte en Italia y Alemania. Su enfoque determinista explica que en sus Grundrisse (Prolegómenos) hablara, sin el menor rubor, (en inglés) de la `great civilizing influence of capital´. Y en su vil panfleto contra Proudhon Miseria de la filosofía justificará la esclavitud como necesaria para un desarrollo óptimo de la economía capitalista. Eso en el plano teórico. Por lo respecta a su conducta personal, no vaciló en recurrir a las más impúdicas maniobras para combatir a sus rivales ideológicos, a su cabeza Proudhon y Bakunin. Por lo demás, ¿qué puede esperarse de un señor que al estallar la guerra franco-prusiana de 1870, escribiera a Federico Engels que Francia necesitaba `una paliza´, y ello con el argumento de que la victoria prusiana en los frentes de batalla fomentaría la expansión de sus ideas y frenaría las de Proudhon.

P.- ¿Qué ha sido de Dios en estos últimos cien años?

R.- Frente a la vieja y siempre repetida tesis leibnziana de que gracias a la sabiduría y la misericordia de Dios vivimos siempre en el mejor de todos los mundos posibles, lo que la humanidad vivió en los últimos cien años fue el peor de todos los mundos posibles. El terrible terremoto que arrasó a Lisboa en 1755 y al que aludió Voltaire para llevar ad adsurdum la `Teodicea´ de Leibniz, fueron en el siglo XX las dictaduras nazifascistas, las dos guerras mundiales, el  holocausto contra el pueblo judío, el totalitarismo ruso, la guerra civil española y la feroz represión desencadenada por Franco y sus esbirros y otras tragedias que no necesito recordar. No sólo por lo que ocurrió entonces sino también por lo que ocurre hoy, aumenta el número de personas que se ha alejado del Dios glorificado en el Antiguo y Nuevo Testamento como la verdad suprema. Eso explica que las iglesias católicas y protestantes de Europa estén cada vez más vacías.

P.- ¿Qué diferencia encuentras entre el anarquismo del siglo XIX y el del siglo XXI?

R.- La primera diferencia es de orden cuantitativo. En su fase de plenitud, el anarquismo era un movimiento de masas, especialmente por lo que atañe a Francia y España. Era mayoritario en el seno de la Asociación Internacional de Trabajadores, protagonizó la Comuna de París y puso en marcha, por iniciativa de Fernand Pelloutier, el anarcosindicalismo que en España conduciría a la fundación de la Confederación Nacional del Trabajo, gracias a cuya militancia fue posible, en el curso de la guerra civil, colectivizar la economía, una gesta que desde entonces no se ha repetido en ningún otros sitio y que quedará como testimonio imperecedero de lo que puede ser una sociedad autogestionada, como reconocería noblemente el propio Herbert Marcuse a pesar de su identidad marxista.    

Lo que queda de anarquismo y anarcosindicalismo es «hoy solo una pálida sombra de lo que fue en el pasado, también en España», como escribí en las páginas finales de mil libro La revolución libertaria, publicado en Alemania el año 2001. Y no creo que  en el curso de estos últimos doce años haya cambiado algo esencial, tanto a nivel cuantitativo como cualitativo. Y lo más triste es la división la división que reina en el seno del movimiento libertario, también las rivalidades y querellas internas entre los diversos grupos y bandos y las animosidades personales.

P.- ¿Qué queda hoy del proletariado?

R.- La transformación cada vez más rápida de los medios de producción y de la praxis económica en su conjunto, ha conducido a una diversificación estructural y profesional de la mano de obra, cuya última consecuencia ha sido el descenso paulatino del proletariado fabril y manual del capitalismo industrial y el aumento de un proletariado más heterogéneo e inestable que el de antaño. Esta estratificación laboral repercute negativamente a la hora de enfrentarse al capital, dado que crea compartimentos estancos en el seno de la clase obrera y fomenta la insolidaridad entre sus miembros.

Pero la causa central de la despotenciación del proletariado no son los cambios técnicos y formales que acabo de enumerar, sino el deterioro de la conciencia de clase y su sustitución por el individualismo posesivo que la ideología consumista ha engendrado en las últimas décadas y que ha penetrado también en la clase obrera. Este fenómeno sociológico es asimismo la raíz del declive cuantitativo y cualitativo del sindicalismo, cada vez más débil e incapaz de defender a las clases trabajadoras del capitalismo desregulado y salvaje concebido en la década por setenta por Milton Friedman y su Chicago School of Economics.     

P.- ¿Dónde está hoy el fascismo?

R.- En mayor o menor grado está en todas partes, aunque en general se valga de otras etiquetas. La historia se repite: si la crisis económica que surgió en la década del veinte condujo al surgimiento del fascismo italiano y del nacionalsocialismo alemán, el auge creciente de los partidos de extrema derecha en Europa es inseparable del deterioro de las condiciones de vida y de trabajo de las clases trabajadoras, con la diferencia  de que el chivo expiatorio ya no son los judíos, sino la población inmigrante procedente de las zonas misérrimas del orbe. Pero en ambos casos la motivación del nuevo fascismo es la xenofobia, el racismo y el nacionalismo, lo que demuestra por si solo que la sociedad pluralista ensalzada por el sistema como prueba de su liberalidad y su tolerancia se ha convertido en un mito.

En realidad asistimos de manera creciente a una reprimitivización de la convivencia entre personas de distinto origen étnico y cultural, y no sólo por parte de los partidos de extrema derecha. Citaré como botón de muestra la campaña de discriminación desencadenada por el gobierno socialista de Holande contra la población romaníe y las declaraciones y medidas abiertamente racistas de su ministro del Interior Manuel Valls. No existe pues sólo el racismo abierto de los partidos fascistas sino el criptorracismo de quienes se declaran demócratas.  

P.- ¿Cuáles consideras que son los factores que determinan que el anarquismo hoy en día, en España, carezca de la fuerza y el vigor de los años treinta?

R.- La pujanza que alcanzó el movimiento libertario en el período al que haces referencia fue el fruto de la fecunda y paciente labor de varias generaciones de militantes entregadas en cuerpo y alma a la lucha por la emancipación material y moral de la clase obrera. Y para despertar en las masas las mismas ilusiones redencionales que latían en su pecho disponían de la más eficaz propaganda: el testimonio de su ejemplar conducta personal. He ahí el secreto de que lograran convertir a la Confederación Nacional del Trabajo en la fuerza sindical más poderosa de España. Toda esa etapa heroica se viene súbitamente abajo con la victoria militar de los facciosos, la dictadura de Franco, la feroz represión que sufrió no sólo pero especialmente la militancia confederal y el drama del exilio. Y junto a estos reveses de orden externo se inicia el lento y largo proceso de descomposición de la CNT: las diferencias estratégicas entre el exilio y el interior, la experiencia dolorosa de la lucha clandestina, el cincopuntismo y, concluida la dictadura, el lamentable espectáculo de una CNT que dominada por el sectarismo y el más más rancio de los dogmatismos dilapida sus escasas fuerzas en combatirse a sí misma en vez de combatir al enemigo.

P.- ¿Qué lección deben sacar los anarcosindicalistas de la guerra de España?

R.- En primer lugar adquirir conciencia de que en un momento histórico tan destructivo se llevó a cabo la epopeya colectiva de la colectivización de los medios de producción, y ello en condiciones objetivas altamente adversas. En segundo lugar, tomar como ejemplo y fuente de inspiración para el futuro la obra que nuestros compañeros nos legaron. Esta es, por lo demás, la mejor manera de rendirles homenaje y de ser fieles a su memoria. Y en tercer y último lugar, reconocer sin paliativos de ninguna clase los actos de violencia y de venganza cometidos por una minoría de fanáticos que confundía la revolución con un baño de sangre y el ateismo con el derecho a matar a monjas y sacerdotes indefensos.

P.- ¿Santillán, Federica Montseny y García Oliver fueron los enterradores de la revolución española?

R.- Los sepultureros de la revolución fueron los comunistas y todas las fuerzas a su servicio que llevados por el odio boicotearon desde el primer momento la colectivización. A pesar de su enorme fuerza, la CNT no estaba en condiciones de llevar a cabo sus ideales al margen y prescindiendo de los demás sectores políticos. No estaba sola, sino rodeada de enemigos abiertos o encubiertos dispuestos a reducirla a la impotencia.

La CNT tuvo que luchar contra dos enemigos: contra los facciosos en el frente de guerra y contra la alianza anti-anarqusta en la retaguardia, de la que formaban parte, con los comunistas a su cabeza, los socialistas de derecha, los partidos republicanos, los altos oficiales del Ejército, los terratenientes y la burocracia del Estado. Esa era la situación fundamental; ignorarla y hacer responsables a determinadas personalidades anarquistas del curso adverso que adquirió la revolución a medida que avanzaba la guerra, es sobreestimar las posibilidades de acción de la CNT para  contrarrestar el cerco a que estaba sometida. Hubo, por supuesto, fallos a la hora de determinar la estrategia a seguir, sobre todo en la región catalana, donde la Confederación se dejó quitar la hegemonía casi absoluta que había tenido tras el fulminante aplastamiento de los facciosos, compartiendo el poder con fuerzas que pronto se revelarían como  enemigos suyos. Tras la caída de gobierno de Largo Caballero y la subida al poder de Juan Negrín –un psicópata al servicio de los comunistas- fue desposeída de toda influencia gubernamental en las alturas, pero ello no fue óbice para que la militancia de base prosiguiera su obra colectivista hasta el final de la contienda, a pesar de los ataques armados perpetrados por los comunistas en las colectividades de Aragón y Levante.

P.- ¿Qué futuro auguras a la CNT? ¿Ves factible la reconciliación de la familia anarcosindicalista en España?

R.- Arriesgar pronósticos sobre el futuro de la CNT es pura especulación y de ahí que me abstenga de hacerlo; por lo que respecta a la segunda pregunta, creo que a la larga se impondrá el sentido común y se llegará a una reconciliación, que  es, si no  me equivoco, lo que la mayoría de ambos bandos desean.

P.- ¿Cuál es el arma más poderosa con que cuenta hoy en día la ideología capitalista?   

R.- Los inmensos mecanismos publicitarios y mediátiacos de que dispone para manipular a las masas a su antojo y fomentar el conformismo. El objetivo número uno de ese lavado de cerebro permanente es aturdir al individuo y alejar de él toda reflexión a fondo sobre el verdadero estado de la sociedad, lo que logra a través de la industria del entretenimiento. De ahí que el mismo sistema que condena al hambre y a la miseria a una parte mayoritaria de la población mundial haya creado, a su vez, lo que Debord llamó, antes de suicidarse de asco, «la sociedad del espectáculo», versión moderna del panem et cirsenses de la Roma imperial. Pero los competiciones deportivas, las discotecas y los programas de televisión basura no son la única arma de que dispone la casta dominante para tener quietas a las masas; para los sectores de población que no se dejan cloroformizar por los cantos de  sirena del discurso al servicio del orden reinante y salen a la calle para protestar contra las bellaquerías y el cinismo de los gobernantes, el sistema dispone de un sistema de represión a toda regla.

P.- Hoy, ¿los oprimidos saben quiénes son los opresores?

R.- El estado de autoalienación en que se encuentra el individuo medio le impide ver con claridad los hilos de la trama. Lo que por inercia mental seguimos denominado democracia se ha convertido en realidad en un sistema minado y manejado cada vez por los lobbies que el gran capital ha introducido en todos los puntos neurálgicos del organismo social, también en los ministerios y organismos oficiales encargados de servir al bien común. Por supuesto, el ciudadano de a pie ignora la identidad de los protagonistas de esta función, uno de cuyos principios básicos es el de actuar en la sombra y al margen de toda mirada y control públicos. Detrás de las leyes y decisiones que de puertas afuera aparecen como emanadas de los poderes públicos, están casi siempre, los intereses de los grupos de presión.

Lo que desde Raymund R. Popper viene denominándose open society es en realidad dominada por los manejos urdidos a puerta cerrada por los lobbies que operan en todos los confines del planeta. Su tarea consiste precisamente en lograr a escondidas lo que a plena luz del día difícilmente podrían conseguir. El oscurantismo que reinaba en la Edad Media en el plano de la ciencia, la cultura y el conocimiento en general, ha sido sustituido en la Edad Moderna por el oscurantismo económico, al  que pertenecen también los paraísos fiscales, las fugas de capital, las especulaciones bursátiles, las tramas bancarias y los acuerdos secretos de los oligopolios para manipular los precios y burlar las leyes de la competencia.  

P.- ¿Si el capitalismo es un antihumanismo, en qué nos convertimos cuando vivimos bajo él?

R.- Este es precisamente el problema que me planteo en mi nuevo libro El camino del bien. Respuesta a un mundo deshumanizado. Una sociedad como la de nuestros días, que no conoce otra ley que la de la competitividad y la caza del éxito a toda costa, está condenada a engendrar un tipo de convivencia basada en la guerra inmisericorde de todos contra todos anunciada por Hobbes, el primer teórico de la sociedad burguesa. El prójimo no es el compañero, el amigo o el hermano, sino el rival o el enemigo que hay que combatir porque el imperativo de sobrevivir al brutal strggle for life asi lo exige. No otra quería decir Sartre al afirmar que el «infierno son los otros». La moral competitiva ensalzada por el discurso dominante como la virtud máxima conduce en línea recta a la voluntad de poder tanto en sentido personal como colectivo, y donde predomina esta actitud, surge una vida en común determinada inevitablemente por la discordia, la hostilidad y la agresividad que vemos hoy por  todas partes. Platón sabía por qué llamo a la plutocracia el peor de todos los sistemas de gobierno.

P.- ¿Qué piensas de la idea de Europa, que es y qué crees que debería ser Europa para los ciudadanos de a pie?

R.- En 1994 publiqué un libro cuyo título expresaba ya todo su contenido: Die Lüge Europas (Europa, esa mentira). El Mercado Común fue creado con el objeto de reintegrar a Alemania a la familia europea y ha sido desde el primer momento una operación destinada a favorecer los intereses de los países técnicamente más avanzados y más orientados hacia la exportación, como Alemania, y a convertir a los países con una economía poco avanzada en colonias suyas. A este proceso de colonización intracontinental se añade el superestado parasitario y burocrático surgido en Bruselas, que ha convertido la Unión Europea en un monstruo de mil cabezas que desde el más cerrado de los centralismos dicta a los países miembros lo que deben o no deben hacer.

Dicho esto, añadiré que personalmente me pasa como a Unamuno, que Europa no me basta. Soy universalista, como los estoicos, que fueron los primeros en proclamarse ciudadanos del mundo y decir que no a toda forma de etnicismo y de nacionalismo. Precisamente porque conozco Europa como la palma de la mano, me resulta insoportable toda la retórica apologética que circula sobre ella. En contra del triunfalismo en boga, Europa está cada vez menos en condiciones de asegurar una vida digna a todos sus ciudadanos, como demuestran  los altos coeficientes de paro, de  pobreza y de marginación social. En los últimos años la capacidad adquisitiva de las clases humildes ha disminuido, sobre todo debido a una política fiscal favorable a los ricos y a la introducción del euro como moneda común. Se explica que un número creciente de ciudadanos se pregunte de qué ha servido la Unión Europea y empiecen a añorar el Estado nacional de antaño.

P.- ¿Cómo percibes la situación actual de España?

R.- El pueblo español paga ahora las consecuencias de haber sido gobernada por una clase política incompetente y corrupta, de la que el gobierno de Mariano Rajoy nos ofrece un  ejemplo paradigmático. Pero tampoco los socialistas tienen motivos de estar orgullosos de su gestión. Por mucho que públicamente se echen los trastos a la cabeza, son lobos de  la misma camada guiados por el mismo de botín. Sobre ambos pesa la responsabilidad de haber llevado el país a la ruina. En vez de haber solucionado el problema social crónico que el país arrastra desde tiempo inmemorial, lo han agravado, y ello sin el menor remordimiento de conciencia. No han gobernado para el pueblo, sino contra el pueblo, lo que explica que una parte de él se vea condenado al paro y a la pobreza más espantosa. Juntos han convertido España en una colonia del gran capital y en parque de atracciones para el turismo de masas. Ese es el balance de 35 años de democracia postfranquista.

P.- ¿Qué opinas del proceso independentista desencadenado en Cataluña con la crisis económica?

R.- Como español nacido en Barcelona me entristece sobremanera que una parte mayor o menor de la población catalana quiera separarse de España y formar  rancho aparte como nación soberana. Nacer en un determinado punto de la geografía mundial no es ningún mérito u honor, sino un producto del azar. Estar orgullosos de la identidad catalana carece,  por ello, de toda lógica racional. En cuanto a la discriminación de Cataluña por parte del gobierno central, existe la opción del federalismo, que representa la máxima expresión de autogobierno regional. La opción federalista corresponde también al criterio que la CNT ha tenido siempre sobre esta problemática, como se desprende del hecho de que en sus siglas figure el término `nacional´.

P.- ¿Crees que una III República sería la solución para la actual crisis institucional que se vive en España? ¿Por qué?

R.- El creciente desprestigio de la Corona ha vuelto a poner sobre el tapete el viejo tema de la mejor forma de Estado para España y despertado ilusiones sobre la sustitución de la actual monarquía por una III República. Con todos los respetos para los sectores de opinión que han llevado este cuestión a la palestra pública, pienso que el verdadero problema de España no es el de que esté un rey o un presidente de la República al frente del Estado, sino el endémico problema social que sufre el país desde los aciagos tiempos de los Habsburgo. Lo urgente y verdaderamente importante es dar de comer a los millones de españoles que se mueren de hambre. La monarquía es sin duda un anacronismo histórico, y más una monarquía que debe su existencia a Franco, pero una república no es tampoco una garantía de buen gobierno. Y como ejemplo tenemos a la II República española, que lo hizo todo menos gobernar para el pueblo.

P.- En alguno de tus libros hablas de un «alma hispana», ¿puedes concretar en qué cifras ese concepto? ¿Tiene algo que ver con tu idea de que el anarquismo es, frente a otras ideologías importadas de fuera, profundamente español?

R.- Cuando en mis libros hablo del alma hispana me refiero al alma de don Quijote, de la  que saldría el alma del anarquismo. La historia de España no ha sido, en sus mejores páginas, otra cosa que una manifestación del donquijotismo colectivo del anarquismo. Común a ambos es la elección de un ideal noble y el de afrontar la lucha a favor de los débiles y oprimidos en condiciones adversas y asumiendo de antemano el riesgo de perder. Pero como dijo Sartre en su novela filosófica La náusea: Sólo los cerdos creen ganar. La ideología del éxito es la ideología de la burguesía, y el libro de Cervantes la primera critica a fondo de la sociedad burguesa. Yo pienso que esta disposición a perder sirviendo a un noble ideal es la mejor manera de dar un sentido profundo a nuestro paso por la tierra.

P.- ¿Qué debemos exigir hoy a la moral anarquista?

R.- No me siento llamado a exigir nada a nadie. Me limitaré pues a expresar mi modesta opinión particular con la esperanza de que contribuya a un proceso general de reflexión y autoconcienciación. Hay no pocos anarquistas que creen que la anarquía consiste en hacer lo que a uno de da la gana. Pero no es así. Precisamente porque el anarquismo rechaza toda autoridad externa que se oponga a la libertad y la autonomía del individuo, está obligado a obedecer a la autoridad de los principios éticos inherentes a la doctrina libertaria. Si de un lado es un modelo de pensamiento radicalmente antiautoritario, del otro exige obediencia y fidelidad absoluta a los altos principios que representa. Es lo que Kant llamaba el imperativo categórico moral. Quien no esté dispuesto a cumplir con este deber subjetivo o carezca de la fuerza interior necesaria para lograrlo, no llegará a ser nunca verdaderamente anarquista, por mucho que se defina como tal.

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