COLUMNISTAS | ANTONIO PÉREZ
No, no voy a hablar del nuevo presidente de los católicos. El título es sólo para llamar la atención sobre lo moderno que es un Estado Vaticano que no tiene miedo a la hora de entronizar a un individuo compadrito de lo peor de los milicos latinoamericanos.
Justamente esa temeridad vaticana es la primera -aunque superficial- característica que señala al Vaticano como el modelo del Estado Moderno, como la meta a la que aspiran los demás Estados. La razón es sencilla: un Estado guay, debe poder brincar con delectación por encima de sus propias leyes. Por ejemplo, saltar de la justicia a la caridad.
La segunda razón radica en que el Vaticano es un entre teocrático lo cual significa que, olvidándonos de los dioses y yendo a lo sustancial, es decir, económicamente hablando, prospera en el mercado de futuros intangibles. Es decir, en la especulación desprovista de sus riesgos -el Cielo- y en la bancarrota -el Infierno-. Que lo llamen «vida eterna» es sólo un accesorio propagandístico.
En tercer lugar, el sistema vaticano es militar en esencia, por jerárquico y por impune. Que tenga cárceles y Guardia Suiza es complementario. Lo sustancial es que su ardor guerrero conlleva el secretismo sobre lo importante y la máxima publicidad sobre lo secundario. Y no cabe duda de que en publicidad, los obispos son unos hachas.
Cuarto: a través del confesionario y de sus anexos, el Vaticano consigue la máxima información sociológica e individual lo cual le permite dominar por la persuasión doctrinal, un arma con más porvenir que el recurso a la fuerza bruta.
Quinto: sin indígenas y sin mujeres pero con dinero y millones de súbditos cuyos cerebros son manejados a distancia por medio de la palabra, ha llegado a la cumbre del control social remoto. La dominación limpia: ¿hay quién dé más?
Sexto: un Estado modernísimo necesita un enemigo interno y llegados a este punto el Vaticano no piensa principalmente en herejes porque son de su familia. Como arquetipo del Estado Pluscuamperfecto, piensa que el enemigo son sus ovejas descarriadas, ateos y librepensadores incluidos. En ellos está pensando el jesuita argentino. Y, en especial, en los anarquistas.