Recuerdo las mañanas frías de los días pasados junto a ella. El café cargado y las pastillas, su rostro enfermo, la piel cubierta de moratones. A mi memoria acuden las imágenes de aquel tiempo que comenzó cuando cerró la fábrica y perdí el trabajo; aunque quizás me equivoque y la raíz de aquella pesadilla fuera más larga, mucho más larga… No sé.
Yo pasaba las noches encerrado en aquella habitación minúscula. Las horas pasaban muy despacio tirado sobre la alfombra. Me sentía enfermo. Estaba ahogado en mi propia desesperación. El alcohol lo complicaba todo. Creía haber perdido la capacidad de amar. Más de una vez se me pasó por la cabeza la idea de escapar definitivamente, pero no tuve coraje. Siempre fui un cobarde.
Ella solía traer chicos jóvenes a casa. Follaba con ellos y al cabo de unas horas, quizás desde un principio, los despreciaba. Entonces les insultaba, les golpeaba e incluso intentó apuñalar a alguno. Se estaba volviendo loca. Como es normal, casi todos los chicos se defendieron violentamente. Otros dieron rienda suelta a sus bajos instintos y le propinaron auténticas palizas. Recuerdo que algunas veces le pegaban tan fuerte que ella gritaba pidiendo ayuda. Yo no hacía nada. Me quedaba en la habitación, tirado sobre la alfombra, bebiendo y escuchando –pareciera que impasible– sus gritos de súplica. A veces me tapaba los oídos. Decir que el presente se nos hizo insoportable sería quedarme corto. El mundo se escapaba por el desagüe. Teníamos una permanente sensación de irrealidad. Ese era nuestro narcótico.
Nunca supe muy bien cómo llegamos hasta allí, pero lo cierto es que no supimos salir juntos del pozo. A mí me consumió el dolor, a ella lo acabó haciendo la soledad. Solo dos personas que se amasen tanto podrían aniquilarse así.
Hace tiempo que no la veo. La echo de menos. Ya no he amado a nadie.
Nota del autor: Íntima guerra forma parte de un libro de cuentos inacabado cuyo título provisional es Historias precarias. No sé si algún día lo acabaré, pero me pareció oportuno colgar este relato después de releer Capitalismo, enfermedad mental y suicidio.