COLUMNISTAS | MANU GARCÍA
El pasado 15 de mayo se cumplieron dos años desde la irrupción de uno de los fenómenos sociales más importantes y revulsivos desde la reforma política del franquismo.
Ya desde el momento de su surgimiento los análisis de los libertarios acerca de su naturaleza y posibilidades fueron disímiles, primando por fortuna la postura de caracterizarlo como un movimiento saludable, que realizaba una crítica amplia (aunque difusa) a la institucionalidad surgida de los llamados “consensos de la transición” y que abría un campo de posibilidades importante de cara a la ruptura con ella. No eran de extrañar, por otra parte, sus deficiencias y limitaciones, teniendo en cuenta el contexto de debilidad del movimiento popular en el que surgía y su composición social, con la incorporación de un sector hasta entonces ajeno a ella. Hace dos años comentaba al respecto que lo más notable era la entrada en liza y la politización incipiente de una “franja nada despreciable de jóvenes técnicos y profesionales proletarizados por la crisis”.
Desde entonces a esta parte el deterioro de las condiciones de vida de este sector se ha profundizado, pero sin redundar en un aumento en los niveles de organicidad, de claridad política y incidencia en la vida política nacional. Con algunas salvedades. Hace dos años hablábamos de “las actuales limitaciones de la protesta: objetivos difusos, laxitud organizativa y dificultad para ampliar su base social partiendo de problemáticas concretas e inmediatas (las movilizaciones contra los desahucios son una excepción que hay que procurar desarrollar, sistematizar y proyectar a nivel estatal)”. Esa excepción sigue siendo tal, pero su desarrollo, sistematización y proyección se ha producido, consiguiendo instalarse la PAH como un actor social de alcance estatal con capacidad para condicionar la agenda pública y conseguir algunas victorias concretas, importantes para, en un momento de retroceso generalizado, dar moral al movimiento y demostrar que la lucha da frutos.
También se ha conseguido desde entonces a esta parte conectar desde la izquierda rupturista y el sindicalismo combativo con ese nuevo espacio abierto en 2011, careciendo sin embargo de la capacidad de capitalizarlo y constituirse en alternativa (o al menos tender a ello), salvo en algunos territorios en que este polo se caracteriza por un elevado acumulado orgánico y político y habilidad y altura de miras para moverse con flexibilidad en escenarios cambiantes.