El 28 de junio de 1969 el colectivo LGTBIQ+ dijo basta. Un grupo de hombres y mujeres homosexuales, bisexuales, trans, intersexuales y queer respondieron en Stonewall Inn, un bar del neoyorquino Greenwich Village, a siglos de opresión heteropatriarcal. Después de humillaciones y violencias diarias, las transmaribibollos se unieron con orgullo y dignidad.
Tenemos todavía mucho que aprender de Sylvia Rivera, de Marsha P. Johnson y de las pioneras y pioneros que plantaron cara junto a ellas, empezando por su transversalidad, su capacidad de organización y su acción transformadora. El movimiento LGTBIQ+ ha sido y es un ejemplo para cualquier lucha social. El Orgullo nació como protesta. No hay que olvidarlo en tiempos de World Pride (la denominación del Orgullo mundial que se celebra este año en Madrid) y de gaypitalismo; en tiempos también de violencia homofóbica y neofascismo. Stonewall fue una revuelta.
Aquel 28 de junio marcó el comienzo de una nueva era de la lucha por la liberación sexual, marcada por la unión y el combate. Una nueva era a la que España se sumó con retraso: las cárceles franquistas (Huelva, Badajoz…) continuarían encerrando a los disidentes del género durante largos años. Casi medio siglo después, el colectivo LGTBIQ+ ha tumbado buena parte de las leyes homófobas y tránsfobas que les asfixiaban. Su pelea diaria, corriendo en muchos casos riesgos inimaginables, ha conseguido que hoy una persona homosexual, trans, bisexual, intersexual o queer pueda sentirse más segura y acompañada, posiblemente más segura y acompañada que nunca.
Pero queda mucho por hacer. Las personas trans siguen siendo infantilizadas por un sistema sanitario que todavía las considera enfermas —la homosexualidad no fue despatologizada por el manual de psiquiatría DSM hasta 1973, y por la Organización Mundial de la Salud hasta 1990—. Su seguridad médica no es una prioridad para el Gobierno y sufren con frecuencia el desabastecimiento de sus fármacos hormonales. El proceso para que las administraciones reconozcan su nombre y su género es aún complejo y doloroso, como lo es el acceso a la cirugía para aquellas y aquellos que la desean. Las personas que viven con VIH siguen siendo discriminadas en su día a día, también en el ámbito laboral, en gran medida por una desinformación general que resulta injustificable. Los delitos de odio motivados por la identidad sexual aumentaron un 36,1% en 2016 con respecto al año anterior. La discriminación en el trabajo sigue siendo una constante para el colectivo, especialmente para las personas trans y queer, sin que exista una legislación laboral estatal específica al respecto.
Si hablamos de la lucha LGTBIQ+, la mayor parte de la prensa no ha estado hasta ahora del lado correcto de la historia. Los medios españoles tienen un bochornoso historial de olvido hacia el colectivo en el mejor de los casos, y de crítica reaccionaria y amarillismo en el peor. No es difícil encontrar artículos publicados en los años setenta que igualen homosexualidad y enfermedad. En los ochenta se hablaba sin empacho de “cáncer gay” para referirse al VIH, y muchos activistas recuerdan una verdadera psicosis en los medios de comunicación que no hizo sino aumentar la discriminación hacia las personas que viven con el virus. De la misma manera, hoy es igualmente condenable la falta de interés informativo sobre nuevas herramientas de prevención del VIH, como la PrEP (prevención pre-exposición), que ya es sufragada por países como Francia o Portugal. No es difícil tampoco encontrar piezas que confundan identidad de género y opción sexual, que ridiculicen a las personas trans, que equivoquen mezquinamente su género o insistan en llamarlas con el nombre asignado en su nacimiento y no con el real. Cuando el pasado sábado un colectivo nazi asaltó el desfile del Orgullo en Murcia y agredió a algunos de sus participantes, con la inacción de la Delegación del Gobierno, varios medios hablaron de “enfrentamiento entre radicales” como si se tratara de una pelea entre partes iguales, cuando era claramente una agresión homófoba y tránsfoba.
Los profesionales de la información no podemos escudarnos en la ignorancia. Nuestra lucha como trabajadores pasa por batallar por los derechos y las libertades de todos, con más fuerza si cabe si se trata de minorías oprimidas. Pero desde la Sección de Prensa y Agencias de Noticias de la CNT sabemos que nuestro compromiso no puede dejar de lado el propio oficio. Ya es hora de que los medios españoles rompan con su vergonzosa historia de homofobia y transfobia. Por eso trabajamos por una prensa atenta a los que más sufren, abierta a las voces de los que protestan, autocrítica con sus errores y limitaciones. Una prensa que escuche y aprenda del colectivo LGTBIQ+ y que retrate sus conflictos y batallas, que son los de todos. Una prensa orgullosa y combativa, como aquel 28 de junio.
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