COLUMNISTAS | MONCHO ALPUENTE
La autodenominada Unión Europea nunca pasó de ser el Mercado Común
como se conocía en un principio, una simple corporación de mercaderes sin
fronteras y con coartadas para sus rapiñas. Luego vino el primer eufemismo; Comunidad
Económica Europea, fuera lo de mercado para borrar pìstas y cubrir huellas.
Ahora es la UE,
Unión Europea, la economía desapareció de la denominación de origen cuando más
presente estaba que era la economía de mercado la única razón por la que se mantenía
vivo el ente, la entidad y al fin y al cabo la identidad europea. Mercado libre
para las mercancías, no para las ideas, ni para las personas. Entre Bruselas y
Estrasburgo, bajo la tutela de la poderosa economía alemana, la UE es un avispero de intereses
encontrados, un conjunto de átomos rabiosos, unidos por el afán de lucro y el
poder omnímodo.
Nadie mejor que el ministro Arias Cañete, veterano en estas
lides, para representar su fingido papel
de simpático bufón, generoso colega que paga las consumiciones del bar e invita
a jamón ibérico a los autocomplacientes burócratas de esa lucrativa
organización que paga buenos sueldos y mejores dietas por formar parte de esta
comparsa nómada, de esa asamblea en la que todas las decisiones están tomadas
por los que pueden tomarlas antes de que se produzcan debates amañados y
consensos ya pactados.
Arias Cañete es un
parásito de lujo, un ministro de alimentación sobrealimentado que desmiente con
su orondo perfil que en España se esté pasando hambre, siempre que unos se
conformen con los yogures caducados y otros se nutran de jamón de pata negra y
jamón de Jabugo. Arias Cañete, es agricultor, ganadero, bodeguero y como hobby
inconfesable (ni siquiera llegó a declararlo ante el Parlamento) vende
petróleo en alta mar con una flota de buques cisterna, gracias a una graciosa
concesión del Estado. Y todo esto sin perder el buen color de sus mofletes que
contrastan con su nívea barba de Papá Noel, de fraile glotón y tragaldabas
insaciable. En la sonrisa de Cañete se refleja la autosatisfacción de nuestros
ricos, la corrupción da sus frutos y abona España con un sustrato en el que
muchos se pudren para que otros, los menos, prosperen, para que los de arriba
suban cada vez más alto y los de abajo se hundan cada vez más en el abismo.