Los dioses nos libren de los hispanistas británicos, que de mis enemigos ya me ocupo yo. Este axioma apresurado deviene de la muerte de Hugh Thomas, autor de la acomodaticia La Guerra Civil española, que junto con Raymond Carr y Paul Preston, conforman uno de los grupos de hispanistas más tendencioso y fabulador que se pueda encontrar en los ambientes de la historiografía patria.
Hugh Thomas, miembro del Foreign Office, de la Cámara de los Lores, barón de Swynnerton por sus servicios al establisment y miembro de la Orden de Isabel la Católica, aún no se sabe bien por qué, es un claro exponente del típico saltimbanqui de la política británica. Militante laborista en los años setenta junto al premier Wilson, pasó luego al campo conservador como asesor de Margaret Thatcher y más tarde se situó en el campo de los efebos liberales en boga. Característico producto de Cambridge, conoce la España de Franco en los años cincuenta y nos deleita con planteamientos por los cuales el dictador es un oportunista que se suma tardíamente al pusch de julio del treinta y seis, Prieto y Negrín son socialistas demócratas convencidos, nada más lejos de la realidad de sus actuaciones sectarias, y cómo no, se ceba en lo que denomina el papel destructivo de los anarquistas. Ahí se equivoca menos, ya que el anarquismo español antes y durante la Guerra Civil española fue un activo contrincante -si no el mayor- frente a los que propugnaban una monarquía cavernícola, luego una dictablanda autoritaria represiva, y más tarde, una república que asesinaba obreros y perseguía a los anarcosindicalistas como a todo lo que oliese a libertario, mientras que en paralelo pactaba con los socialistas y republicanos de derecha a cambio de prebendas.
Por descontado que no habló nunca de la inmensa labor creativa de los anarquistas españoles, que con su trabajo y su sangre contribuyeron a frenar el avance del fascismo en los frentes de batalla, crearon colectividades que permitieron favorecer el esfuerzo de guerra y contribuyeron a alimentar a una población hambrienta; soslaya del mismo modo el empeño desarrollado por ellos en las ciudades e industrias, manteniendo su pulso vital con el sostén de los abastos, los transportes, la educación o la cultura. En definitiva, un típico aporte conceptual e ideológico de componente autoritario, justificador de los pasados coloniales, descontando de su haber la responsabilidad de las denominadas “democracias occidentales” en su abandono a la república española y pronto reconocimiento del gobierno franquista.
Justo es recordar con estos trazos lo que de partidista, arbitrario y tendencioso tiene Hugh Thomas cuando analiza la Guerra Civil y todo lo que en ella ocurrió, eludiendo la mención a toda esta fecunda labor creativa y la revolución social que los anarquistas en España impulsaron en esos mismos momentos. Tufo sectario donde los haya en este adalid de las democracias occidentales al uso.
Los dioses tengan en su seno a este sujeto y en su Olimpo retengan, para evitar que escape y pueda articular nuevas ficciones o falacias aprovechando el soporte de la historia, no obstante, ahí quedan colegas suyos como Paul Preston para realizar una sangrante interpretación de lo ocurrido, exonerar a los verdugos y culpar a los mismos perseguidos, en un claro ejercicio de sofismo barato. Cosas veredes, amigo Sancho…
Javier Antón
Vocal de Memoria Histórica de la Fundación Anselmo Lorenzo