Este próximo domingo se celebran las elecciones europeas. Por mucho que los partidos y sus cabezas de lista se molesten a buscar litigios artificiales para animar el cotarro, el personal parece que va a optar por no votar, por abstenerse. Y no es de extrañar. A estas alturas que el centro de una campaña electoral sea si el presidente del gobierno puede viajar o no en avión oficial a un acto partidista es de risa, como si los gastos de los viajes de los candidatos de los partidos no saliesen todos del mismo sitio, es decir de nuestros impuestos ¿o acaso alguien piensa que el PSOE o el PP pagan las campañas y los gastos electorales con las cuotas de sus afiliados?
Pero no solo muchos ciudadanos ven estas cosas, sino que ven la inutilidad de una Institución que solo es ornamental y cara. En efecto, no solo les parece algo lejano el Parlamento europeo, a diferencia de unas elecciones legislativas nacionales, sino que no ven la utilidad del mismo porque, en realidad, no sirve para nada… o casi nada: Son contadas las ocasiones en que el Parlamento europeo ha enmendado la plana a Bruselas.
Los partidos nacionales presentan unas listas con candidatos que son desconocidos para el común de los mortales, excepto para las burocracias partidistas, y que sirve para colocarlos en el Parlamento europeo una vez amortizados para la política nacional, y que los últimos años de su actividad política sea bien remunerada pero lejos de los centros de poder.
Conseguir una alta abstención, que 7 de cada 10 personas con capacidad de voto no lo hagan, es un objetivo factible para todos los demócratas que queremos mayores cuotas de libertad para no estar sometidos a un régimen de partidos que impiden la participación directa de las personas en la resolución de sus problemas.
Por ello, cuanto mayor sea la abstención electoral mayor será la posibilidad de un cambio en el régimen partitocrático en el que vivimos por un sistema de representación directa, donde en vez de gobernar a las personas solo se administren las cosas.
