El poeta, activista y profesor Ángel Calle nos habla del volumen que bajo el nombre de Democracia Radical: entre vínculos y utopías (Ed. Icaria) ha coordinado, recogiendo en él textos de diversos autores que cuestionando el actual modelo político, intentan aproximarse a un concepto nuevo de democracia en su dimensión más radical, la que vincula a los sujetos en torno a un proyecto colectivista y horizontal donde se dé solución a las necesidades básicas, biológicas y políticas, favoreciendo la participación y la construcción autónoma de nuestras vidas.
El libro agrupa además de las reflexiones de Ángel Calle Collado sobre cooperación, textos de Carlos Taibo sobre las deficiencias de nuestro modelo democrático y mediático, haciendo hincapié en la necesidad de romper con las complicidades ciudadanas en torno a él. Montserrat Galcerán Huguet que gira en torno a los colectivos y otros experimentos sociales que dimitieron del actual modelo socioeconómico. Ezequiel Adamovsky que reflexiona sobre los mecanismos de control social, Nicolas Sgligia que aborda las perspectivas y posibilidades de acción de las generaciones futuras o José Iglesias y Manolo Sáenz sobre la Renta Básica de los iguales, entre otros documentos y autores de gran interés para la consolidación de este nuevo horizonte democrático. Sobre todo ello hablamos con su editor, Ángel Calle Collado.
A. Orihuela | Redacción
Ángel, qué significa «Democracia Radical». ¿Eres optimista a cerca de sus posibilidades futuras?
Por Democracia Radical entiendo aquellas experiencias, presentes en todas las culturas y todos los tiempos, que hablan de satisfacer globalmente nuestras necesidades materiales, de expresión, de vínculos, de libertad, e incluso de relación con la naturaleza, «desde abajo», mediante formas deliberativas, horizontales, inclusivas. No hablo de un gobierno, me refiero más a un arte, presente en organizaciones, comunidades, pueblos. En cuanto al futuro, estas formas «deberán» estar presentes, pienso. Los límites ecológicos empujan a una descentralización en el manejo de los recursos, y habrá de ser de forma inclusiva. Lo contrario serían centralidades y guerras a nivel macro y micro, un escenario nada apetecible y que, además, tendría que buscar su legitimidad y cómo sobrevivir cuando hay límites medioambientales que nos afectarán a todas y a todos.
Somos o no somos representables.
«No nos representan» se escucha en las calles. Pero también las asambleas están llenas de comisiones, de gente que va y viene, de personas descontentas que se acercan y dicen «yo participo de esta manera, pero no de esta otra». En fin, creo que no es tiempo de disyuntivas, lo cual no quiere decir que «todo vale». El poder está por ahí, también por entre nosotros, que diría Foucault. Pues entonces hagámoslo crecer para nuestro bienestar, para nuestros vínculos. ¿Eso exige representaciones? la cuestión es cómo retorna al poder de forma constante y no caprichosa (como dicen los zapatistas), la cuestión es qué límites tienen las representaciones y, de forma práctica, cómo vamos a crear una cultura de lo común y de la solidaridad, base para una transición que, en determinados momentos puede «exigir» formas de representación. Pienso por ejemplo en que mañana se vienen abajo todos los tendidos eléctricos, porque una compañía de móviles tuvo un fallo en Australia, el petróleo se disparó a 3 euros el litro y se está acaparando, y los supermercados están vacíos. Esto nos animaría sin duda a auto-organizarnos. Pero mientras avanzamos, si no hay formas de coordinación entre personas, territorios o cualquier otro tipo de agrupación, no cabe duda que el «vacío de representación social» lo tomaría un estado más autoritario y un mercado menos misericorde aún.
¿Qué pretendías cuando te pusiste a recopilar textos sobre esta cuestión?
Indagar sobre qué hay en la actualidad que nos pudiese alumbrar sobre cuestiones relativas a cómo hacer emerger otras formas de democracia, y por eso nos fuimos a experiencias de base, para criticar incluso sus límites, por ejemplo cómo la auto-organización en una fábrica puede significar liberación a la par que una inserción privilegiada en un mercado. O al revés, como un tema como la alimentación puede producir formas de auto-organización si existe voluntad política (que no la hay, y no sé si la habrá algún siglo) de convertirse las instituciones en paraguas en lugar de en agentes del tráfico social.
El libro sale un poco antes del 15-M, en un momento todavía de parálisis social, ¿contabas tú con algo así, con la irrupción de la gente en la esfera pública?
Ay, adivino no soy, y la calle era más un deseo que una realidad. Pero venimos desde finales de los 90 viendo irrumpir una y otra vez movilizaciones e iniciativas que dicen, literalmente, que «lo llaman democracia y no lo es». Y cada vez más, jóvenes se desmarcan de los pactos de élites de la transición y quieren proponer otras formas, pero incluso con respecto a la izquierda clásica, de todos los palos, de la que, por inercia o por criterio propio, se toman maneras, propuestas, lemas… pero sobre todo aquellas dinámicas que permiten la diversidad y trabajan sobre procesos no sobre proyectos cerrados.
¿Qué había antes del 15-M? ¿Y después?, el 15-O no ha sido igual, ¿no tienes una sensación de repetición, de ya visto, de falta de acciones realmente vertebradoras, que agiten y quiebren la situación actual?
Bueno, yo digo que el 15-M se verá… ¡en 5 años! Esto es un calentamiento colectivo donde se están recodificando prácticas. Lo que ocurre es que se está llegando a más gente, y más jóvenes se incorporan. Y, en paralelo, desde arriba aprietan más. El conflicto está servido en los próximos años y a partir de ahí puede que surjan nuevas cosas, este espacio es muy creativo. ¿Puede ocurrir que la gente se vuelva a casa? desde la transición no ha sido así, no en relación a los jóvenes. Del 86 y 87 vinieron estudiantes que se sumaron luego al 92-94, con acampadas 0,7, anti-maastricht, ocupaciones y campaña 50 años bastan. Y luego de ahí saltamos otros 7 años (parece el número mágico de este país en movilizaciones) al 2000 y 2001 con las protestas antiglobalización hasta el 2004 con lo de la guerra de Irak. Y nuevamente 7 años hasta el 15 M. Y es cierto, hay un repliegue, un volver a lo local o un retirarse a casa. Pero hay un número creciente de jóvenes que se quedan, por un lado. Y por otro, los 7 años ya no son de travesía en el desierto, como se decía en los 90. Están cada vez más jalonados de irrupciones contestatarias y también de formas de organización social desde abajo: centros sociales que tienen tirón, grupos de consumo, formas sindicales más auto-organizadas, etc.
¿Hasta qué punto el 15-M y los movimientos sociales que ya estaban en marcha antes y después del 15-M contestan el discurso del poder?
Hablan con mucho desparpajo desde la calle. Y ahí esta la enorme contestación, a mi juicio. Primero porque «hablan» y sacuden el pasotismo de este país y afean a las élites sus ganas de controlarlo todo. Segundo porque es «desde la calle», desafiando los canales convencionales que consideran no útiles, lo que no quiere decir que no haya gente que los considere reaprovechables. Y por último lo hacen con desparpajo. Entran y salen de plazas cuando les apetece, tienen su hoja de ruta, hablan de lo que sea en las asambleas, a veces incluso para descoloque de la izquierda clásica. Pero también es verdad que son movimientos aún «líquidos», en el sentido de que tienen más afán de recodificar cómo nos expresamos que modificar las estructuras que nos expresan, desde el Estado al capitalismo, pasando por el patriarcado. Están más en lo político que en la política. Pero es que todo es un proceso, y no puede ser de otra forma, a mi entender…
¿No tienes la sensación de que a la crítica ciudadana hacia el poder y sus instituciones, éste ni tiene respuesta ni piensa darla más allá de criminalizar a los que lo amenacen?
La política elitista en este país sigue marcada por ese estigma, mirar para otro lado, decir que ya están escuchando, no hacer nada, y a quien proteste darle un palo. Hay un enroque de élites, como siempre, pero no se puede gobernar eternamente sentado sobre bayonetas… ¡mira Chile!
¿Por qué crees que, a pesar de como están las cosas, los grandes partidos tienen a su disposición todavía el crédito de casi 20 millones de votantes?
Porque la gente busca referencias, y el voto es casi un hábito que se equipara con participación. Un hábito repetido como un mantra por la televisión. Y a su alrededor ven pocas cosas, no las conocen o desconfían o a veces se acercan y dicen «esto no va conmigo», ya hablemos de una manifestación de gente gritando o de un centro social. No resignarse es también un aprendizaje de buscar deseos en el interior que vayan para la calle, a buscar a otras personas. Y no nos educan en ello, no precisamente.
En uno de los textos Nicolas Siguilia habla de economía moral. ¿Podrías explicarnos este interesante concepto?
Viene de Thompson, el historiador británico, aunque también muy trabajado por James Scott, antropólogo, y por el «moviementista» Raúl Zibechi. Nos dice que el poder de dominación sabe que hay límites, a veces no explicitados, y que los de abajo también saben que tienen poder. Ahora esto se está dirimiendo en las calles y en la educación o en los hospitales. ¿Hasta dónde podemos recortar? Parece que mucho, pero no sin generar descontento. Y sabiendo que existen límites. No puede ser mañana mismo que vengan con la privatización de las pensiones aunque sea la joya de la corona, la codiciada. Y eso tiene que ver con las reglas morales que se manejan desde abajo.
Otro de los trabajos del libro es una interesante reflexión sobre la participación comunitaria en el gobierno venezolano, son experiencias que también tú conoces de primera mano, ¿qué opinión te merecen?
Pues que en Venezuela hay cosas entusiasmantes y otras decepcionantes. Entre lo primero están experiencias de creación comunitaria, formas de democracia participativa, apoyadas pero no gobernadas desde fuera, y que dieron bancos locales o mesas del agua, y la gente salió a verse y a construir, y muchas diferencias se aparcaron para gestionar de forma común lo que nos afecta, y eso está muy bien como guión para explorar democracias «desde abajo».
Cómo romper con lo que tú llamas un horizonte de estufitas rojas (tribus emocionales), islitas verdes (ecolos privilegiados) y agujeros negros (consumistas alternativos).
Me refiero con ello a escenarios de cooptación, de aislamiento o de volverse serviles aparentando cambios. Son tres caminos que desactivan la búsqueda de democracias radicales, que son procesos, que son verbos en nuestra gramática actual que se han de conjugar de nuevo, aunque podamos mirar hacia otros lados y hacia el pasado. ¿Cómo no caer ahí? Yo creo que bastante es con tener conciencia de que existen esos tres peligros y que nos debemos interrogar constantemente sobre cómo de cerca estamos de ellos.