El teletrabajo y demás “virtudes” del confinamiento

Opinión para el Periódico CNT en la web

Estos días incesantemente estamos leyendo, viendo y escuchando las bondades que tiene el teletrabajo y su aportación a la economía del país, pues gracias a la acelerada e impuesta transformación de determinadas tareas y secciones del ámbito laboral, la actividad se mantiene y no para. Así una y otra vez nos bombardean con ejemplos de factorías, empresas, bancos, administraciones públicas, etc. que han adoptado esta modalidad de trabajo y su buen funcionamiento.

El coronavirus y el confinamiento que desgraciadamente padecemos en la actualidad no han hecho más que acelerar un proceso que viene desarrollándose desde hace varias décadas y que sigilosamente va penetrando en las diferentes áreas de la economía y, muy en especial en el sector terciario, y que corre el peligro de generalizarse. Esta tendencia pretende suplir aquel modelo productivo del factory system que hundía sus raíces a finales del siglo XIX y separaba claramente el espacio productivo del reproductivo. Me estoy refiriendo a la diferenciación espacial del hogar y del lugar de trabajo.

Este sistema organizativo que se ha mantenido durante apenas siglo y medio está siendo cuestionado subterfugiamente por las mentes más preclaras del neoliberalismo, que ven en él una terrible amenaza para el “bien de la economía”, ya que posibilita y da cabida a su más temido enemigo: la concurrencia de trabajadores y trabajadoras. Aquello que preconizaban las primeras vanguardias del movimiento obrero bajo la frase de “la unión hace la fuerza”. Esa unión y esa fuerza que ponía en primer plano la lucha por los derechos tanto políticos como económicos, culturales, etc. de los y las trabajadoras y que tenían su símbolo más claro en el reciente primero de mayo.

En la situación de excepcionalidad, estado de excepción, perdón alarma, que estamos atravesando, la atomización de la clase trabajadora se refleja en el hecho de que el personal médico, docentes, funcionariado de la administración y un largo etc. están desarrollando su trabajo desde casa. Esta dispersión del núcleo productivo trae parejas unas consecuencias de muy profundo calado para las condiciones laborales de las y los trabajadores que los voceros del Gobierno Vasco ni se han planteado. El hogar, considerado un espacio inviolable, y ahora transformado en espacio laboral, está amparando toda clase de abusos que la inspección de trabajo no puede o no quiere abordar. Una amiga cercana, que es docente, me contaba hace varios días que las jornadas que están padeciendo son interminables. Así el periodo vacacional recientemente finiquitado, para ella de santo nada ha tenido, entiéndase lo poco que trabaja este estamento contemplativo, pues ha tenido que atender diferentes reuniones y aclarar las distintas dudas formuladas por el alumnado, bajo la constante presión de las directrices emanadas desde Delegación de Educación. ¡Ahora entiendo la llamada que recibí hace una semana de mi médico de cabecera a las 21:00 de la noche preocupándose por mi salud! ¿Acaso no se puede atajar esta situación y limitar la jornada de trabajo adoptando fórmulas que en otros países ya están en vigor?

Volviendo al caso que me ocupa y me preocupa, el de mi amiga, me sorprendió también la siguiente cuestión. Habiendo sido adoptada por la administración la modalidad de teletrabajo como supletoria a la asistencia al centro de trabajo, en este caso el instituto, las herramientas con que la han dotado las juzga de ridículas e insuficientes. Dorleta, así la vamos a llamar, es una rara avis y en su casa no dispone de conexión a internet. Mientras en los medios de comunicación se afanan en afirmar que se ha puesto a disposición de todo estudiante el material necesario para atender estas clases virtuales (conexión equipos informáticos), Dorleta denuncia que le han puesto una conexión limitada a un número de gigas que no le permite afrontar este proceso con garantías, pues en seguida se agota la conexión rápida, y por lo tanto, no puede seguir el ritmo normal que tendrían sus clases. ¡Ya nos lo enseñaron en la asignatura de teoría de la comunicación que de nada sirve dotar al receptor del material necesario, si el emisor no dispone del canal apropiado! Igualmente, y trasladándome el caso de una de sus compañeras, afirma que están tardando lo no escrito en dotarle de un ordenador con cámara para realizar las videoconferencias que sustituyen a las clases tradicionales, y que debido a la tardanza, ha tenido que ingeniárselas para dotarse de un equipo prestado, arriesgando su propia salud al saltarse el confinamiento.

Estas cuestiones aquí expuestas relacionadas con la modalidad de teletrabajo en la administración creo que merecen una reflexión más profunda, pues al fin y a la postre estas trabajadoras están afrontando esta situación forzadas por la coyuntura sanitaria, así quiero creer, mientras en otros sectores se ha cronificado con la lesión de derechos que ello supone (sueldos de miseria, propia dotación de recursos para el correcto desarrollo del trabajo, alta eventualidad…). Así que cuando asocian teletrabajo a progreso, hago mía la frase de Groucho Marx: ¡Que paren el mundo, que yo me bajo!

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