Se cumplen 25 años de la primera
aparición pública del Movimiento de Objeción de Conciencia (MOC). Por este motivo entrevistamos a José Antonio González, profesor de secundaria y uno de tantos insumisos de la década de los 90.
A. Herranz | Periódico CNT
El movimiento insumiso puso sobre la mesa el papel del ejército en la sociedad y el objetivo
prioritario de acabar con el servicio militar obligatorio. Durante la
conversación con `Toño´, activista insumiso en Valladolid, podremos comprobar –
mediante el papel que juegan los medios de comunicación o a través de las
formas de represión -, cómo los tiempos no cambian tanto como parece.
Pregunta.– El 20 de febrero de 1989 el movimiento de objetores de conciencia adquiere
relevancia. ¿Por qué?
Respuesta.– Porque fue la primera presentación colectiva de objetores insumisos ante
los juzgados militares del país. Ya antes, incluso durante la dictadura, hubo
algunos objetores (Pepe Beunza y otros) que asumieron un alto coste personal
por su postura.
Éramos muy jóvenes, con mucha ilusión y
seguridad en lo que hacíamos, pero también, lógicamente, con miedo y
preocupación ante las consecuencias. Teníamos la impresión de enfrentarnos a un
gigante. Desde un punto de vista personal, de aquella época vienen una gran
parte de los que considero mis amigos de verdad.
P.– ¿Cómo era la reacción de la sociedad ante ese incipiente movimiento? ¿Y
por parte de los medios?
R.– Hubo una gran solidaridad desde el comienzo, aunque es verdad que a mucha
gente le costaba (y le cuesta) entender el concepto de desobediencia civil.
Pero cuando empezaron las encarcelaciones masivas, una gran parte de la
sociedad – incluidos algunos personajes de la derecha – lo vio como una represión desmesurada, y
siempre gozamos de muchas simpatías.
Los medios al principio ignoraban la
cuestión, pero a medida que el movimiento crecía, aumentaba la repercusión y
también el tono con el que enfocaban las noticias.
P.– ¿Cuáles eran las principales reivindicaciones? ¿En qué regiones había más
fuerza?
R.– Nuestra reivindicación siempre fue la desaparición de los ejércitos,
aunque muchos nos imaginábamos que cuando se consiguiese la reivindicación más
concreta (desaparición del servicio militar y de la Prestación Social
Sustitutoria) el movimiento perdería fuerza.
Respecto a las zonas con más fuerza, sin
duda fue Euskadi. Al final allí prácticamente nadie hacía la mili, estaban más
organizados. Aquí en Castilla y León quizás las ciudades con más fuerza eran
Valladolid, Burgos y Palencia.
P.– ¿Recuerda algún hecho o anécdota en concreto?
R.– Recuerdo que me sorprendió mucho la actitud del juez militar; lo único que
quería era quitarse de encima este molesto asunto lo antes posible, y me
devolvió para mi casa sin más complicaciones. Hay que tener en cuenta que el
golpe de estado del 23-F estaba todavía reciente, y el ejército estaba muy
desprestigiado ante la sociedad. Ellos no querían más líos y que los dejasen
tranquilos en su chiringuito. De los 57 insumisos que se presentaron aquel día,
sólo 11 fueron detenidos y sólo 2 llegaron a ser juzgados por un tribunal militar.
Fue al pasar el delito de insumisión a los tribunales civiles cuando la máquina
del Estado comenzó a funcionar sin piedad y llegaron las encarcelaciones
masivas, hasta 315 casos solamente en 1996.
P.– ¿Consideras una victoria la desaparición del servicio militar?
R.– Que duda cabe que fue una gran victoria. Supongo que a los jóvenes de sexo
masculino de hoy les será casi imposible imaginar la losa que suponía para
nosotros el servicio militar puesto que condicionaba toda nuestra vida y
cualquier plan de futuro. Por no hablar de los que lo considerábamos inaceptable
ideológicamente. Es cierto que la parte más `tecnificada´ del ejército llevaba
tiempo apostando por un ejército profesional. Pero nunca se hubiera hecho esto
de la forma en que se hizo (con la desaparición total del servicio militar y de
la PSS) y tan rápidamente, de no haber existido el MOC y la gran solidaridad
que generó.
P.– ¿Qué lecciones podemos aprender del movimiento?
R.– Fue el primer gran movimiento de desobediencia civil y como tal creo que
ha influido en todos los que han venido después. Siempre funcionó
asambleariamente y de forma autogestionada, reuniendo a muchas sensibilidades,
desde los cristianos de base hasta la CNT.
También nos demostró que se pueden
conseguir cosas que parecían imposibles si se es capaz de soportar los periodos
de mayor represión, generando un movimiento de apoyo lo bastante grande en la
sociedad. Esto lo saben muy bien, por ejemplo, en la PAH actualmente.
P.– ¿Qué queda del movimiento insumiso? ¿Se viven horas bajas?
R.– No tengo mucho contacto con los movimientos antimilitaristas actuales,
pero como he comentado antes, al desaparecer el problema concreto la gente
suele tener más dificultad para movilizarse por temas más `lejanos´ como el
gasto militar y no digamos ya la desaparición del ejército.
Ahora bien, el sentimiento
antimilitarista sigue ahí en buena parte de la sociedad, como demuestra la gran
movilización que hubo contra la guerra de Irak.
P.– Mientras que la sociedad está cada vez más militarizada, parece que el
papel del ejército ha perdido peso. ¿Cómo explicaría este hecho?
R.– Ese fue precisamente uno de los motivos por los que el ejército acabó
aceptando la desaparición del servicio militar. Ahí fueron bastante
inteligentes; han conseguido que el tema del ejército pase totalmente a segundo
plano. Nos colaron sin apenas polémica las intervenciones `humanitarias´ y se
habla muy poco de la industria del armamento y del gasto militar en general.
P.– ¿Considera peligroso que apenas se debata sobre el papel del ejército en
la sociedad?
R.– No solo peligroso sino increíble que con todos los recortes sociales que hay
apenas se hable del disparate de los gastos militares.
Seguimos siendo una colonia de los
Estados Unidos que actúan con total impunidad (caso Couso) y esto es muy
peligroso por el apoyo que suele dar nuestro Gobierno a sus aventuras militares
presentes y futuras.
P.- ¿Cuáles son los retos actuales del movimiento antimilitarista?
R.- Debería conseguirse que una gran parte de la sociedad deje de ver al
ejército como una profesión más, y poner en primer plano el debate sobre el
gasto militar y las bases de los EEUU.
P.– A nivel global, ¿cómo ve la situación?
R.– Aunque suene muy pesimista, no puedo evitar recordar que históricamente el
sistema capitalista siempre ha resuelto sus grandes crisis con grandes guerras.
La economía estadounidense está muy militarizada y habrá que ver cómo
evoluciona la situación.
P.– ¿Existe una cultura de la paz? ¿Cómo construirla?
R.– La cultura de la paz sólo será posible si superamos el sistema
capitalista. La guerra es consustancial al capitalismo. Por lo tanto, la lucha
por la paz es parte de la lucha actual por cambiar las bases de nuestra
economía.