Lo niego, lo niego todo.
Niego las palabras que digo, las que me dicen los amigos, las que
se dijeron siempre por compromiso o las que
me dijeron con deseo, niego la amistad,
niego el silencio, niego el amor
como se niega la muerte, y no hay
besos sin ataúdes atados, lápidas
que miran el mar, niego la propiedad privada, todo lo
que poseo, lo niego todo, no casi todo,
no una parte de la totalidad, no el Todo,
lo niego todo,
incluso
me niego a mí mismo como única
declaración, niego el derecho, niego el gobierno,
niego el derecho de los gobiernos a gobernarnos,
niego hasta la existencia real, niego la razón,
el sacrilegio, la barrera franqueable, la Universidad,
los idiomas, los acentos, niego la ciudad en la que nací,
niego sus barrios, el Raval primero de todos,
niego sus calles, niego la casa
en la que me criaron y creyeron que crecía,
niego el colegio al que fui, niego que me enseñaran
algo,
niego a mis padres, incluso cuando me llevaban
a San Juan de Dios por la urgencia de mi enfermedad,
niego a todos las personas que he conocido
desde entonces, comenzando por el médico que
no me curó, que lo intentó todo
y no me curó,
niego que desde entonces algo se haya podido hacer por mi salud,
niego que tenga algo que negar.
Niego que tenga algo que decir.
Ante el presente tribunal niego incluso,
sus señorías, que yo haya existido.
Inédito
Agustín Calvo Galán, 2014