“¡Adelante con valor!. El conflicto ha comenzado. Un ejército de trabajadores asalariados esta desocupado. El capitalismo esconde sus garras de tigre detrás de las murallas del orden. Obreros, que vuestra consigna sea: ¡No al compromiso! ¡Cobardes a la retaguardia! ¡Hombres al frente!”
Mauricio Basterra | Periódico CNT
Con estas palabras preparaba August Spies la huelga del Primero de Mayo en Chicago en las páginas del periódico Arbeiter Zeitung. Nada hacía suponer a Spies que aquella jornada iba a pasar a la historia del obrerismo por todo lo que conllevó. La reivindicación de las ocho horas de trabajo era el eje fundamental de aquella huelga en 1886.
Y es que la reivindicación por una disminución de la jornada de trabajo hundía sus raíces en los orígenes del movimiento obrero. Las largas jornadas a las que estaban sometidos los trabajadores ponía como primer punto de la agenda reivindicativa la disminución de la jornada, que en muchos casos alcanza las 12-14 horas diarias. Evidentemente sin ningún tipo de seguro social y con unas condiciones de vida de miseria.
Y curiosamente es EEUU uno de los primeros países en introducir leyes de reducción de la jornada laboral. En 1840 la administración de Martín van Buren reconoció la jornada de 10 horas para empleados del gobierno y constructores de navales. En 1842 Massachussets y Connecticut redujo la jornada infantil a 10 horas. Reino Unido, por su parte, en 1844 redujo el trabajo infantil a 7 horas y el de adultos a 10 horas. Y así se fueron sucediendo en distintos estados norteamericanos y en Europa. Siempre reformas parciales y en sectores concretos.
Eso hacía pensar que solo una fuerza organizada de los trabajadores podría llegar a conquistar mejoras en la clase obrera de más amplio. En 1864 se fundaba en Londres la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT) y en 1866, en el congreso de Ginebra, se aprobaba que las secciones integrantes de la misma iban a buscar las ocho horas de trabajo. Ocho horas de trabajo, Ocho horas de descanso y Ocho horas de ocio. Ese fue el lema del movimiento obrero internacional.
El amplio poder de implantación que generó la AIT y los ecos revolucionarios que llegaban desde Europa, hizo que en 1868, el presidente norteamericano Andrew Johnson aprobara la Ley Ingersoll, por la cual se establecía la jornada de ocho horas de trabajo para los empleados federales.
A pesar de la desaparición de la AIT el movimiento obrero siguió reivindicando mejoras para la clase obrera. Numerosas huelgas se van sucediendo a lo largo y ancho del mundo, algunas de las cuales consiguen grandes avances para los trabajadores. Por ejemplo la huelga de ferrocarriles de Massachusetts de 1874 conquistaba las 10 horas de trabajo.
Pero los trabajadores integrantes del movimiento obrero norteamericano eran conscientes de que sin una organización que aglutinase a los trabajadores iba a ser muy difícil conquistar derechos generales y básicos para la clase obrera. Así nació en 1881 en Pittsburgh la Federación Norteamericana del Trabajo (AFL). En su IV Congreso en Chicago decidía la organización de una gran huelga general que reivindicara las ocho horas de trabajo, siguiendo la tradición fundada por la AIT. Reivindicación que contó también con el apoyo de otras organizaciones como los Caballeros del Trabajo o distintas federaciones y asociaciones obreras norteamericanas.
Se constituyó un Comité por las Ocho Horas de Trabajo, y fechó la huelga general para el Primero de Mayo de 1886. La huelga fue un completo éxito de convocatoria para el sindicalismo norteamericano. La situación de miseria que vivían los trabajadores era reconocida incluso por los propios gobiernas y el presidente Grover Cleveland dijo: “Las condiciones presentes de las relaciones entre el capital y el trabajo son, en verdad, muy poco satisfactorias , y esto en gran medida por las ávidas e inconsideradas exacciones de los empleadores”. La huelga fue un éxito de convocatoria y más de 5000 huelgas se fueron declarando. En muchos lugares se conquistaron esas ocho horas de trabajo (Chicago, Boston, Pittsburgh, Saint Louis, Washington, etc.) Muchas de ellas a nivel de fábrica o triunfos parciales.
Este poder del movimiento obrero, animado por los anarquistas principalmente, puso en alerta al empresariado norteamericano que no tardó en reaccionar. En las sucesivas manifestaciones tras el Primero de Mayo los patronos lanzaron contra los huelguistas a rompehuelgas y amarillos, sobre todo contra los obreros de la fábrica McCormik. Lo peor llegó cuando el 4 de mayo en Haymarket Square estallaron unas bombas con 15000 personas reunidas. El resultado fue 38 obreros muertos, 115 heridos, un policía muerto y setenta heridos. La prensa, a favor de los patronos, no dudó en apuntar desde el primer momento a la autoría anarquista. Las razzias contra anarquistas iniciadas por el comisario Michael Schaack no se hicieron esperar. Entre los detenidos y acusados de asesinato se encontraban los animadores más entusiastas del movimiento obrero. Todos anarquistas. Los nombres de August Spies, Michael Schwab, Óscar Neebe, Adolf Fischer, Louis Lingg, George Engel, Samuel Fielden o Albert Parsons pasaron a ser primera noticia. Todo el juicio que se montó contra ellos estuvo lleno de irregularidades. El juez Joseph E. Gary, confeso reaccionario, seleccionó al jurado entre personas de clara influencia antisocialista y antianarquista. No se permitió estar entre el jurado a obreros que pudieran tener simpatías por las ideologías obreras. La suerte de los acusados estaba echada de antemano. El 11 de noviembre de 1887 se ejecutaba la sentencia contra los condenados a muerte. Spies, Parsons, Fischer y Engel fueron ahorcados. Lingg se suicidó el día anterior. Y otros acusado penaron en las cárceles durante varios años. En la memoria quedan los discursos que los acusados dieron en tribunal. Su defensa de inocencia y la defensa de sus ideas. Fueron ejecutados por ser anarquistas y socialistas. Camino a patíbulo los acusados siguieron dando vivas a la anarquía y a la clase obrera. Cantaron La Marsellesa, entonces himno revolucionario por excelencia.
La inocencia de los acusados era manifiesta. Era el origen de la guerra sucia contra el movimiento obrero. Alguno de los instigadores de los sucesos de Chicago estaban vinculados a organizaciones como la Agencia de Detectives Pinkerton, que actuó como rompehuelgas y se infiltró en el movimiento obrero con el beneplácito de patronos y gobierno norteamericano.
Aun así para el movimiento obrero internacional la fecha del Primero de Mayo se convirtió en un día de conmemoración para recordar a los “Mártires de Chicago” y para reivindicar la jornada de ocho horas de trabajo. Las Segunda Internacional lo estableció con día internacional de lucha y el movimiento anarquista lo hizo una de las fechas de reivindicación obrerista y conmemoración junto al 18 de marzo (aniversario de la Comuna de París) y el 11 de noviembre (ejecución de los Mártires de Chicago).
Aun así a nivel internacional las diferencias de como actuar frente al Primero de Mayo distanció a socialistas de anarquistas. Mientras los primeros, cada vez más integrados en las instituciones, fue convirtiendo el Primero de Mayo en una jornada casi festiva, con manifestaciones de fuerza y entrega de reivindicaciones a las autoridades, los anarquistas los consideraban un día de lucha y la razón para convocatoria de huelga general que presionase a esas autoridades para aprobar la jornada de ocho horas de trabajo. Jornada de ocho horas que en España se consiguió tras una huelga general en la fábrica de La Canadiense en Barcelona y que negoció una delegación de la CNT con el Ministro de la Gobernación.
Hoy más que nunca conviene recordar los orígenes del Primero de Mayo y como los derechos que hoy se pierden costaron esfuerzo y vidas conseguirlo. Su ejemplo es nuestra mejor lección en la actualidad.