El final del cuento

[en homenaje a Inés Toledo y su libro El final del cuento]

A veces

tengo sensación

de batalla perdida,

de general

con hombres muertos

a sus pies,

con manos ensangrentadas

pero inútiles…

Cansancio acumulado.

Elaboración de tácticas

y estrategias

estudiadas con precisión

de bisturí

y a las que siempre

vence

el caos

del mundo

más cotidiano.

A veces

siento

que ni los cuchillos

más afilados

logran

cortar bien la carne.

Siento que poco

o nada

tiene sentido.

Y sin embargo,

en contadas ocasiones,

veo con claridad, exacta,

de halcón

desde las alturas,

como la verdad

vence al cobarde;

cómo el triunfo

está asegurado

desde el principio

para aquéllos

que se mantuvieron firmes,

los locos, los salvajes,

los que no se dejan domesticar:

los más cuerdos

entonces.

Y sé que noches de cuchillo

y ruido ensordecedor

les preceden,

espinas bajo sus pies,

clavos ardiendo

siempre

en sus manos

y muñecas rotas.

Al final

del cuento

la paz

llega a los ojos

del indómito

con la facilidad

con la que el cielo

abre sus puertas

tras la tormenta.

Benditos sean

aquellos

que han logrado

sobrevivir

al desierto.

“Hay que administrarse muy, muy bien”.

Y la madre señalaba con el dedo índice

el ticket de la compra,

el precio exacto del pan

que la niña ingiere.

Ésta sufre un leve atragantamiento

al sentir el peso de las monedas

en su garganta.

“Hay que administrase muy, muy bien”.

Y también el tiempo,

el que dedica ese padre y esa madre

por dar de comer al hijo

y exigir que éste

pague con su sangre

este beneficio

extraordinario.

Jamás en ningún animal

ni ninguna especie más que la humana

se ha visto

esta exigencia infinita y atroz

que convierte el cordón umbilical

en una especie de pacto con el diablo

o tal vez hipoteca bancaria.

La niña, el hijo, ambos

siguen contabilizando la felicidad

en aquello que pueden comprar.

Tal vez alcen la voz

para pedir el importe exacto

en monedas

de todo el sufrimiento acumulado

que ese padre y esa madre

provocaron al darle vida.

Algo que ellos nunca

les han tenido

en cuenta.

Dolor de mandíbula

de morder hacia dentro.

Cicatrices que el agotamiento provoca

en los brazos

-también el vientre una sola vez-.

Cansancio,

palabra oleaje,

turbia, agua sucia.

Ella dice:

“Todo lo que tienes lo heredaste

de las putas de tu padre”

Y nada más.

Sentir esa antigua herencia

tan arraigada

que te perfora

y quizá explica

cierta marca entre las piernas

u hostilidad en el rostro.

Atada pues de por vida

a la miseria y las ratas

pero nunca a la mansedumbre.

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