GLOBAL | Extraído del cnt nº 431
En tiempos de guerra la propaganda es bien simple: el enemigo es muy malo, quiere invadirnos y matarnos a todos, no hay más factores detrás. La pandemia nos ha acostumbrado a este tipo de propaganda y parece que ha calado en esa clase media alta que mastica, traga y digiere el mensaje institucional que repiten como loros los medios de comunicación burgueses.
La realidad es que las guerras surgen, o bien por nacionalismos creados artificialmente, o bien por la conquista de recursos y vías de comercio. Y en el caso de Rusia y Ucrania, dos naciones unidas por lazos históricos y étnicos, se dan los dos factores.
Ucrania lleva años siendo mimada por sus vecinos, tanto al oeste por la Unión Europea a instancias de su amo estadounidense, como al este por Rusia. Desde el oeste se les ofrecía el sueño europeo, el mismo que lleva viviendo el Estado español desde mediados los 80 y que ya sabemos que sólo supone poca cobertura para los más desfavorecidos y más riqueza para los de siempre. Desde el este, Rusia prometía los recursos y seguridad de una gran nación con armas nucleares. Parece evidente una tercera opción como nación neutral, pero la gran guerra económica que se lleva librando entre las dos grandes potencias Estados Unidos y China se está recrudeciendo a pasos agigantados, y el futuro planeta que estará dividido en dos no admitirá neutralidad, al menos en los países a los que ha tocado la mala suerte de estar justo en medio. Lo que ya está quedando cada vez más claro es el bando que ha elegido Rusia.
Las guerras surgen, o bien por nacionalismos creados artificialmente, o bien por la conquista de recursos y vías de comercio
En esta tesitura, Ucrania primero se decanta a principios del año 2014 por romper los lazos con Europa y entrar en la órbita rusa con el entonces presidente Víktor Yanukóvich, en una decisión con tufillo a político comprado. El norteamericano, en su papel de paladín del mundo libre, no se cruza de brazos y organiza una de sus ya conocidas revoluciones populares espontáneas, el llamado Euromaidán, en esta ocasión capitaneadas por nazis armados hasta el punto de poder plantar cara a las fuerzas represivas estatales, y llegando a utilizar francotiradores que disparan sin distinción a manifestantes y policías para acelerar la caída de Yanukóvich, con un tufillo a CIA cada vez más demostrado.
Lo primero que decide el nuevo gobierno fue eliminar las lenguas minoritarias, ruso incluido, y prohibir los partidos comunistas. Los rusos, por su parte, intervinienen militarmente en la región de Crimea y controlan su gobierno desde entonces. Esta región, mayoritariamente de habla rusa, es una península al sur de Ucrania en la que Rusia posee una base naval de gran importancia militar por suponer una salida al Mar Negro y por tanto al Meditarráneo. Por su parte, en el este, en las regiones de Lugansk y Donetsk, el llamado Donbás, se produce una reacción al Euromaidán en el que milicias prorrusas declaran la República Popular del Donbás, a la que el gobierno ucraniano responde, desatando una guerra que se extiende desde entonces pese a los intentos de tregua en los Acuerdos de Minsk. Estas tropas gubernamentales incluyen a buena parte de batallones de ideología abiertamente nazi, que en los medios occidentales escucharemos con el eufemismo de ultranacionalistas.
A principios de este año, Estados Unidos anuncia que ha detectado movimientos de tropas rusas cerca de Ucrania y los acontecimientos se desatan. Pese a que las tropas rusas están realizando maniobras ya planeadas y anunciadas desde hace seis meses, las violaciones de los acuerdos de Minsk se multiplican y el 21 de febrero, en una sorprendente operación, Donetsk y Lugansk declaran su independencia y Rusia decide invadir Ucrania. El argumento de fondo incluye la desnazificación del país y su neutralidad respecto a la OTAN y la UE. Pero aunque el 15 de marzo el presidente Zelensky reconoce que jamás entrarán en la OTAN, Rusia continúa sus ataques.
La UE, en una decisión sin precedentes, abre sus puertas a los refugiados ucranianos, en contraste con lo que sucede con los africanos o sirios.
La UE, en una decisión sin precedentes, abre sus puertas a los refugiados ucranianos, en contraste con lo que sucede con los africanos o sirios. La maquinaria mediática se pone en marcha, recordando rancios recelos contra el enemigo ruso, dignos de novela de espías de la guerra fría. Se alienta la propaganda del miedo, se habla de tercera guerra mundial, se resalta que se están bombardeando zonas cerca de territorio OTAN o de centrales nucleares.
Mientras, en Polonia -bando de los buenos-, el periodista Pablo González, con nacionalidad española pero nacido en Rusia, es acusado de espionaje y arrestado sin posibilidad de hablar ni con sus abogados. Parecería que no ha sido la casualidad la que ha propiciado el ascenso del fascismo en toda Europa en los últimos años y que será tan útil en estos años de guerra fría 2.0 que se avecinan. Este es el caso polaco, donde presidente y primer ministro pertenecen al partido de extrema derecha Ley y Justicia. Al igual que en el bando de los malos, Amnistía Internacional ha denunciado en su informe 2020 menoscabos a la independencia del poder judicial, restricciones a los derechos del colectivo LGTBI, el acceso al aborto y a los de manifestación, reunión y expresión.
En el mundo de la economía, los especuladores se frotan las manos. Mientras se establecen medidas de embargo contra Rusia, Wall Street se adueña de la barata deuda corporativa rusa. La Reserva Federal estadounidense comienza una política de aumento de los tipos de interés. La inflación lleva tiempo disparada por una política económia acomodaticia, es decir, liarse a producir dinero ficticio como si no hubiera mañana para propiciar una plena ocupación de los factores productivos. Toca apretarse el cinturón una vez más y la culpa claramente es de los malos. Los mercados bursátiles han tenido tiempo para cubrir sus posiciones y esperan el final de la guerra para volver a comprar y que el valor aumente. La guerra se alarga pero no pasa nada, cuanto más se destruya más se tendrá que reconstruir después.
Se avecinan tiempos difíciles para el planeta, con las dos grandes potencias china y estadounidense mirando desde arriba las fichas de un gran tablero de ajedrez. Europa cada vez se lo pone más complicado al gigante asiático para ser su mercado de demanda, pero tardará en independizarse precisamente por su gran dependencia. Nos salió mal la globalización. Así que China busca nuevos mercados y mira a África, camino de convertirse en su segundo mundo. Y ahí sí que nos toca estar justo en medio, así que España mima a su vecino marroquí dándole manga ancha en su conflicto con el pueblo saharahui, pero a la vez enfadando a su vecino argelino, su principal suministrador de gas.
La única vía para salir de este futuro poco alentador es cambiar todos los paradigmas. Olvidar el sueño utópico del estado del bienestar y salir de esta vorágine capitalista que no nos conducirá a ningún lado. Lamentablemente, las protestas ciudadanas se han encaminado a un escueto No a la guerra, cuando podían haber ido más allá en su análisis y haber dado la importancia que tienen en el trasfondo de esta situación otros factores. En primer lugar, abrir el debate de la fabricación de armas, que crean empleo en una zona para que mueran personas en otras. Pensar lo que supone realmente que el Estado español sea el séptimo exportador de armas del mundo. En segundo lugar, la pertenencia e incluso la existencia de la OTAN, organización que perdió su razón de ser hace ya treinta años pero que continúa dejando un rastro de guerras y golpes de estado -eufemismo occidental democratización- por todo el mundo. En tercer lugar, el sistema económico que perpetúa a unos pocos en lo alto del mundo a costa de la sobreexplotación de los recursos naturales, la miseria de muchos y la creación de contextos geopolítcos que no pueden tener otro final que un conflicto bélico. Y por último olvidar las fronteras, las razas, la separación del género humano por razones indignas del siglo XXI, la supuesta superioridad cultural y social de occidente, el odio por lo que está lejos. Todos somos iguales. Todos somos seres humanos.