DSM-V, o cómo empezó nuestra «enfermedad mental»

Este año 2013, se espera la aparición del nuevo Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales, DSM-V, que por lo que se conoce de su borrador, amenaza con una redacción más pobre e inconsistente que los anteriores, lo que supone una mayor patologización y medicalización de la población.

Asamblea de Majaras | Periódico CNT

Ilustración: Rasgo

¿Pero qué es el Manual Diagnóstico y Estadístico?

Se trata de una convención acordada por un grupo de psiquiatras de la Asociación Psiquiátrica Americana (APA), que recopila síntomas constitutivos de alguna «enfermedad mental» o «trastorno». En un marco de apariencia científica, psiquiatras de la corriente dominante cognitivo-conductual, formando 13 grupos de trabajo, se ponen de acuerdo en hacer una relación de hipotéticas enfermedades y revisión de las ya existentes y otras, como si fueran videntes, que están por venir. 

¿Quiénes están detrás de este manual?

Si nos atenemos a quien paga los congresos psiquiátricos en lugares paradisíacos, a todo lujo y carísimos regalos, tendríamos que afirmar sin lugar a dudas que quienes financian e inspiran la creación de nuevas «enfermedades mentales» y el mantenimiento de las antiguas, son las multinacionales farmacéuticas que ya disponen de tratamientos para los «trastornos» que van a llegar.

Con el DSM-V las casi 300 patologías del manual anterior (DSM-IV), que suponía que la mitad de la población americana estuviera enferma, se multiplican de tal manera que lo difícil será encontrar una persona «sana». La utilización de estos manuales diagnósticos, supone el abandono total del estudio de patologías en psiquiatría, de manera que los diagnósticos se realizarán a través de la elección en un extenso catálogo de síntomas del padecimiento, en el que nadie estará libre de «enfermedad» y se dispondrá de una extensa gama química farmacéutica para su tratamiento. Puede parecer exageración, pero si tenemos en cuenta que el entorno de la psiquiatría es uno de los más conservadores, debería de iluminarse alguna alarma cuando el jefe de psiquiatría infantil de Ginebra, François Ansermet, comenta irónicamente que «en el futuro, ¿habrá que curar a los normales»?

Sería hasta cómico de no ser por el drama cotidiano para muchas personas y sus familiares a quienes se les niegan otras alternativas. La psiquiatría no pretende incidir en el contexto social y/o familiar, sino modificar y anular químicamente voluntades y síntomas aunque el dolor psicológico germine por dentro.

Con el DSM-V se ha reconocido que, no sólo se incrementan las tasas de trastornos mentales con nuevos diagnósticos y con umbrales más bajos, sino que debido a las graves imprecisiones, se podrán crear «decenas de millones» de «falsos positivos» con «la rúbrica de enfermedad mental» y con el peligro de ser medicados, con fármacos devastadores, de por vida.

El DSM-V está planteado con tal insensibilidad, que no contempla posibilidad de mal uso o la interpretación como sucede entre jueces y la ley.

Por otra parte, incluye en su redactado una serie de diagnósticos tan absurdos como problemáticos. Aquí enumeramos sólo algunos:

 – Síndrome de riesgo de psicosis. Supone que, debido a la alta tasa de «falsos positivos», «cientos de miles de adolescentes y jóvenes adultos recibirían una prescripción de antipsicóticos atípicos». La identificación temprana y su tratamiento, es un riesgo peligrosamente prematuro, pues los antipsicóticos reducen las expectativas de vida.

 – Trastorno disfuncional del carácter con disforia. Hace referencia a la psiquiatrización de lo que conocemos popularmente como «mala leche».

 – Trastorno cognitivo menor. Se refiere a alteraciones cognitivas que habitualmente aparecen a partir de los 50 años, convirtiendo esta etapa de la vida, en un inicio patológico.

 – Trastorno de déficit de atención con o sin hiperactividad. El DSM-V, no sólo aumenta la tasa de este hipotético trastorno, sino que pretende utilizar un generalizado abuso de medicaciones estimulantes en una población especialmente vulnerable.

 – Trastorno de atracones. Los millones de personas que se dan atracones una vez a la semana, pueden tener, de repente, un trastorno mental estigmatizante y cuyo tratamiento es de dudosa eficacia.

 – Trastorno mixto ansioso depresivo. Convierte comportamientos habituales de la población en síntomas poco específicos, psiquiatrizando reacciones normales de la vida por las que todas hemos pasado.

 – Pedohebefilia. Distorsiona la pedofilia con la pederastia, convirtiendo el abuso de menores en enfermedad y propiciando el  abuso de la psiquiatría por el sistema penal.  

 – Trastorno de espectro de autismo. Se unifican los llamados autismos sin atender a las causas, incorporando clasificaciones diagnósticas ajenas a ellos, como el denominado síndrome de Asperger, y toda la estigmatización que conlleva.

 – El trastorno de la identidad sexual pasa a ser disforia de género. No se reconoce como enfermedad, pero sí necesitada de tratamiento ya que lleva asociada un alto riesgo de sufrimiento, sin reconocer que la angustia o incapacidad es causada por el binarismo sexual cerrado que no permite otras experiencias a las asignadas en el nacimiento como sexo.

 – Desaparece la categoría de trastornos sexuales, pero mantienen como desórdenes la pedofilia, el masoquismo sexual, el sadismo sexual, la eyaculación precoz o el exhibicionismo y los recolocan entre los capítulos disfunciones sexuales y desórdenes parafílicos.

 – En los desórdenes parafílicos encontramos el desorden travestista que se caracteriza por excitación sexual intensa y recurrente al tener fantasías travestis. Se patologizan las fantasías y no la inexistencia de cauces que permitan expresarlas. En la parte de los trastornos coercitivos parafílicos, se corre el grave riesgo que penalidad y sanidad se confundan y trastoquen.

Entre las cuestiones que se han expresado que aparecen en este nuevo DSM, también se encuentra la eliminación de la distinción entre «abuso» y «dependencia» de sustancias, ampliando la nueva categoría de «adicción» que reemplazaría a ambas.

También se psiquiatriza la llamada hipersexualidad, así como las «adicciones conductuales» permitiendo medicalizar comportamientos y elecciones de vida como por ejemplo, las «adicciones» a los videojuegos, al sexo, a comprar, etc…

Otro de los diagnósticos que se comenta que aparecía en el borrador y del que no se habla demasiado en medios sanitarios, es el del «trastorno de oposición desafiante» que se enmarcaría dentro de los trastornos de conducta y que además de servir como otra forma más de control social de aquella población que «cuestiona la autoridad», se sumaría al trastorno disocial y al negativista desafiante, cubriendo así todo el espectro de «edades de la rebeldía». Si la represión policial y judicial no es suficiente como elemento disuasorio y coercitivo para la rebeldía, quizá un tratamiento psiquiátrico sea más efectivo.

Entre las cuestiones más preocupantes de este DSM-V, encontramos la medicalización del duelo normal, de manera que tras un suceso de pérdida importante para una persona, el estado de ánimo depresivo, la falta de apetito o de concentración, el insomnio, o la pérdida de interés por las actividades, pueden ser calificadas como «enfermedad mental». En los tiempos de precariedad que corren, con esta medicalización, los únicos beneficiarios exclusivos serán las multinacionales farmacéuticas.

Las orientaciones más influyentes de la psiquiatría siempre han sido instrumento para el control social y el sostenimiento del sistema, y en estos momentos se le exije una mayor efectividad. La industria farmacéutica que se orienta al ámbito psiquiátrico, lleva tiempo investigando, con la excusa de la curación de enfermedades, la anulación de voluntades y los cambios conductuales. Por eso no sorprende que el electroshock, haya recuperado la actividad de antaño a través de diferentes formas de estimulación magnética y la lobotomía se realice por medio de sustancias químicas. Si a todo esto le sumamos olimpíadas, fútbol o tele basura, ya tenemos democracia para 40 años más.

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