Descastados

COLUMNISTAS | MONCHO ALPUENTE

Una campaña
electoral en la que los partidos con más presencia mediática o no están, o
acaban de llegar, resulta por lo menos atípica, sobre todo cuando esa presencia
se la dan, hasta la sobredosis, sus más directos rivales.

Conscientes por fin
de haber perdido la confianza de la masa electoral, la cabezas visibles del
bipartidismo tratan de recuperar posiciones frente a los avances de Podemos
por la izquierda (se supone) y Ciudadanos por la derecha (se sabe) formaciones
acosadas y bombardeadas desde todos los ángulos del poder bicéfalo. El que
fuera tercero en la discordia IU se descompone se fragmenta y se descoloca
mostrando una fragilidad que proviene, entre otras cosas, del dominio del
aparato del PC, descabezado también y experimentado verdugo de cualquier
disensión interna en nombre de un centralismo democrático que tiene más de lo primero que de lo segundo. La herencia del gran hermano Stalin sigue asomando
el colmillo retorcido aunque sus más caducos representantes hayan sido
desplazados, quitados de en medio de momento, para dar paso a una nueva y un
tanto ilusa nueva generación llamada para limpiar sus siglas y airear esa casa
común que huele a rancio.

A Podemos
y a Ciudadanos les están haciendo campaña sus enemigos (que hablen de mí
aunque sea bien) pero también hay quien mete baza en este concurso de
desafueros para obtener su hueco en los telediarios que acogieron con fruición
las declaraciones del candidato de Vox (Ultravox) por Andalucía sobre la islamización
que según su insano criterio pretende llevar a cabo Pablo Iglesias y que
culminaría con la defenestración de todos los homosexuales de Al Andalus desde
la torre de La Giralda. Disparates y despropósitos para todos en el aperitivo
de la temporada electoral, grandes rebajas en Podemos con Pablo Iglesias como
amado líder y déspota ilustrado en ciernes controlando una formación nacida
(también es un suponer) para el pluralismo en la que cualquier tipo de culto a
la personalidad debería ser descartado. Pero así funciona la mecánica de
nuestra joven y caduca democracia. Como recordaba el añorado maestro García
Calvo, la democracia sería el poder del pueblo pero el pueblo no quiere el
poder, quiere (añado de mi cosecha) poder hacer las cosas de otra manera.

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