Dos días después de mi muerte vendieron mi casa.
Se llevaron todas las habitaciones,
la de los juegos y las visitas.
Desnudaron los pasillos,
derribaron las puertas.
Abrieron las paredes dejando
apenas
humo que se aleja en una luz infinita.
Los estallidos muerden los ojos,
no hay camino,
ni viento que arrojen suficientes piedras a este fuego.
Fatigada, con los dientes partidos,
con el alma derrotada,
cuento
todo lo que me quitaron,
por lo que hoy he muerto.
Se llevan todos los días, desde la primera hora.
Ya no huelen los chopos en las ventanas,
ya no huele la furia entre las sábanas.
Ahora, mi casa no huele a nada.
La noche apagó sus latidos,
enmudeció el silencio para siempre.
Ahora que he muerto,
se venden cajones cuidados, muebles seminuevos,
sofás cómodos y de calidad, mesas de todos los tamaños.
Se venden zapatos de bebé sin estrenar
y su ropa,
Se venden sus risas, los ojos, la boca.
nada existe.
Se vende, el llanto roto de una vida que no fue vida.
Mi sombra desnuda en el suelo apaga las luces apretando fuerte la tripa.
Venden mi casa,
y todas las canciones bailadas,
la música suena.
Una luz retumbaba en mi pecho.