Nota previa: Para participar en La Huerta del SOV y decidir en sus asambleas no es preciso estar afiliado/a al Sindicato de Oficios Varios de Madrid ni tener conocimientos de horticultura.
Madrid, 30 de marzo de 2010.
El capitalismo puede soportar que los trabajadores y trabajadoras luchen en sus empresas en horario laboral mientras sigan comprando en ellas en horario comercial. La disociación de la persona en trabajador y consumidor es un obstáculo más tendido por el capitalismo en el camino revolucionario. Luchando y comprando en las empresas a distinta hora del día nos parecemos un poco a aquella Penélope que destejía por la noche el velo que tejía por la mañana. Nuestra acción anarcosindicalista dentro de las empresas será mucho más dañina para ellas si las debilitamos a la vez por fuera, organizando nuestro consumo. La Huerta del SOV nació al calor de una comisión de trabajo constituida expresamente para desarrollar esta idea.
Después de un mes de proceso asambleario de constitución, La Huerta del SOV comenzó la semana pasada con las tareas de producción en un terreno de Perales de Tajuña cedido por un vecino de la localidad. El sábado, día 27 de marzo, diecisiete compañeros y compañeras acudimos puntualmente a la jornada de siembra convocada. La tierra había sido estercolada por dos compañeros en los días previos y había sido removida con tractor justo antes de nuestra llegada. La “siembra de la patata” se pareció más a un deporte o a un juego que al trabajo descarnado en que se convierte bajo el régimen de producción capitalista. La brega se coordinó casi espontáneamente, sin necesidad de asignar puestos. Todos y todas encontramos en qué ocuparnos y a nadie le faltó un relevo cuando quiso cambiar de actividad. La que cavaba cedía el azadón al que cortaba patatas y quien sembraba se turnaba con quien tapaba los surcos. El ritmo de la labor colectiva se acompasó naturalmente al discurrir de las nubes y del río que riega la huerta. La hora de comer y de beber la marcaron el hambre y la sed. La hora de descansar la marcó el cansancio. Perdimos la noción del tiempo (o quizá la recobramos). El capitalismo ha contaminado el tiempo con tantos cronómetros y relojes despertadores que se nos olvida a veces que el tiempo más puro es el que no se hace notar.
Acabada la siembra, nos sentamos en corro y amontonamos en el medio nuestra comida, a lo Kropotkin. El montón –en el que había paella de verdura, hornazo, tortilla paisana y filete empanado- dio de sobra para satisfacer la necesidad de cada uno y cada una. Después de comer nos tumbamos e intentamos conversar. Pero el sueño nos fue dejando pronto a todos y a todas sin turno de palabra.
La revolución también se hace con estos actos tranquilos: el lento atentado contra la autoridad que es sembrar patatas; la conspiración cotidiana de cocinarlas con níscalos.