Madrid | Ilustra: Mamen Moreu | Extraído del cnt nº 423, Primera Plana «Reflexiones en torno al Covid-19»
La misma semana del 9 de marzo —previa a la declaración del Estado de Alarma, pero ya intuida por el cierre de colegios— ya eran muchos los trabajadores que preguntaban en los sindicatos qué hacer con la notificación de rescisión de su contrato temporal, con la anulación de los trabajos eventuales o con la no respuesta de empresas ante los contratos para los freelance y los falsos autónomos. A todos ellos se les unió las empleadas y empleados de bares, restaurantes y otros negocios con atención al público que fueron los primeros en cerrar. Los que quedaban y no podían teletrabajar, se debatían entre jugarse la salud al ir al trabajo con los transportes públicos abarrotados o jugarse el empleo al negarse a poner su salud en riesgo.
La presión hizo que el Gobierno sacara —ese ya mítico martes 17 de marzo— una batería de medidas para hacer frente a los despidos masivos que se esperaban. Una oportunidad histórica para que este Ejecutivo de coalición demostrara de parte de quién estaba. Y así fue. Dictó medidas para que fuera el Estado quien asumiera los salarios de plantillas de empresas con miles de millones de beneficios (con las nuevas medidas de los ERTE), dejando en la mano de los empresarios el que sus trabajadores pudieran teletrabajar o no, cuidar de menores o dependientes a su cargo o no, seguir en las actividades no esenciales o no. Priorizar la producción privada a la clase trabajadora. Poco importó que con esas medidas los trabajadores perdieran capacidad adquisitiva, que tuvieran que reducir sus horarios (y su salario) para poder conciliar, vulnerable al cierre de un día para otro del lugar de trabajo, que se quedaran directamente en el paro o que no estuviera asegurado de ninguna manera su protección con los obligatorios EPI (equipo de protección individual). Ni una palabra para las empleadas del hogar (con o sin seguridad social), para los eventuales, para los falsos autónomos, para los trabajadores de la Cultura, para los profesores despedidos, para las cuidadoras o los trabajadores por horas. Tampoco se habló del plus de peligrosidad, que desde los sindicatos como CNT se pidió, o de la imposibilidad de trabajar para reporteros freelance de los medios de comunicación. Si no haces la foto no cobras, si no perteneces a una plantilla no tienes el salvoconducto para trabajar.
Como en cualquier otra crisis, los efectos no serán igual para todos. La clase social determinará cómo de dura será la caída, pero también estará determinada por la capacidad de red y apoyo mútuo que tengamos.
Lo cierto es que el Gobierno de coalición español se quedó muy lejos de medidas de otros gobiernos como el italiano o el francés, que suspendieron los despidos y pasaron a garantizar los suministros básicos o la vivienda. Ahora, día tras día, van añadiendo parches a ese plan de choque cojo, dejando claro el poco margen de maniobra que este o cualquier gobierno tiene cuando se trata de apostar por las personas. Como muchos analistas señalan, se trata de poner en jaque a un sistema insostenible que necesita el crecimiento constante. Cierres de fronteras, bolsas que caen, el mercado global suspendido. La pesadilla del capitalismo por un diminuto virus que viaja más deprisa que ellos. Ellos, los capitalistas, se esfuerzan en aplicar las recetas que siempre les ha funcionado: despidos masivos, pedir compensaciones con dinero público, colectivizar pérdidas mientras esconden beneficios. Y las donaciones. Esos lavados de cara que salen muy baratos si lo comparamos con los impuestos evadidos o los atropellos laborales. Donación hoy, ERTE mañana. Y es que, aunque nos hagan creer que todos estamos en el mismo barco, no es verdad.
Como en cualquier otra crisis, los efectos no serán igual para todos. La clase social determinará cómo de dura será la caída, pero también estará determinada por la capacidad de red y apoyo mútuo que tengamos. En CNT tenemos a cientos de afiliados volcándose en hacer documentación de ayuda, en responder a las consultas laborales que llegan a los grupos de Acción Sindical en cada rincón del estado, en exigir medidas concretas que protejan a la clase trabajadora. Pero también están volcados en tranquilizar, en dar opciones, en dejar claro a todo el mundo que esta situación no es su culpa y no está sola. Seas afiliada o no. Volcados en pensar en las personas migrantes en situación irregular «y su incapacidad de acceder a ayudas oficiales—, en pedir el cierre de los CIE, en la situación de vulnerabilidad de las personas encarceladas, en cómo afecta esto a todas aquellas pendientes de que se le valore su situación de Incapacidad Temporal.
Y pensando mucho en las personas que más se la están jugando en esta crisis para que lo esencial (lo de verdad, lo que hace la vida) siga. Personal sanitario, en limpieza, en hospitales, residencias, supermercados, farmacias, transportes, cuidado… Todos ellos aplaudidos pero sin ver sus condiciones laborales mejoradas. Un ejemplo de que el sistema no nos vale. ¿Cómo es posible que haya cientos de enfermos en hospitales de campaña mientras unidades enteras en la sanidad privada siguen cerradas? ¿Cómo es posible que se haya tardado en convertir la producción privada en materiales necesarios? ¿Cómo es posible que hasta días después no cayeran en la cuenta que hay personas que no pueden quedarse en casa por la cuarentena por llevar años sin casa? Como pasó en 2008, veremos que después de las grandes cifras, de las estadísticas y los gráficos de barras, la clase trabajadora seguirá teniéndose que enfrentar a una realidad muy dura.
Si una cosa ha evidenciado esta pandemia es que si no fuera por
la organización previa, estaríamos en una situación mucho peor.
Tan mala como la que se espera en los siguientes meses cuando
la moratoria de alquileres ya no valga o salga a la luz toda la
gente sin derecho a paro. Estamos a tiempo: ¡Organízate y lucha!
Una crisis que puede ser la más grave de la historia reciente porque después de que se levante el Estado de Alarma, veremos a personas con letras de la hipoteca atrasadas, salarios que nunca recuperarán, empleos que llegarán con cuentagotas y una capacidad económica del Estado muy mermada. ¿Cuántos empleos son capaces de sostener las arcas públicas con tal de no molestar el balance de ganancias de las grandes empresas? ¿Cuántos ERTEs por fuerza mayor o de otra naturaleza ‘nos colarán’ con la excusa de la crisis? ¿Cuántos empleos basura y reducción de condiciones tragaremos cuando podamos salir a la calle y cualquier empleo sea bueno entre los millones de parados? ¿Cuánta gente se verá obligada a pertenecer a la llamada ‘economía sumergida’? Son preguntas del pasado, que sus respuestas asustan.
También miramos con preocupación la deriva autoritaria que esta situación dejará, con el recorte de libertades, el fomento del individualismo y los resultados del lavado de cara que las fuerzas represoras llevan a cabo en su parte de guerra diario. El uso partidista que desde los partidos políticos se hace (y se hará) de las víctimas en, una vez más, el sistema supuestamente representativo ha demostrado no funcionar. Desde la guerra entre comunidades y Estado, hasta una Europa que demuestra que solo quiere unidad para comerciar, abandonando de nuevo a las personas. Frente a eso, solo nos queda volver a las uniones de proximidad, al poder vecinal, al tejido feminista, las redes de apoyo mutuo y los sindicatos de clase como respaldo, no solo de asistencia laboral, si no como germen de una nueva sociedad. Más justa y más libre.