Uno de los principales sectores económicos de la ciudad se
sostiene sobre un mar de precariedad y desregulación laboral en aumento.
Es necesario denunciar esta situación y reivindicar la dignidad de quienes trabajan en el turismo de nuestra ciudad.
Se
acaban de publicar los datos sobre la evolución del turismo en Córdoba
correspondientes al primer semestre del año, datos que continúan la
tendencia alcista en visitantes y pernoctaciones y que ha llevado a
hablar de datos históricos y cifras récord.
Desde el gobierno
municipal, y desde el autonómico, se han hecho las correspondientes
valoraciones positivas, desde la patronal hostelera, los datos saben a
poco, y se reclaman más inversiones, más infraestructuras y más plazas
hoteleras en hoteles de 4 y 5 estrellas. Desde los dos ámbitos, y más
allá de las habituales declaraciones acerca de la necesidad de apostar
por un “turismo de calidad”, de “diversificar la oferta”, o “reducir la
estacionalidad”, no parece que se quiera entrar a cuestionar el fondo de
un modelo que avanza hacia el monocultivo turístico como principal, y
casi único, vector de desarrollo económico de la ciudad.
Sin
embargo, a casi nadie se le escapa que el sector turístico de Córdoba se
sostiene sobre un mar de precariedad laboral y economía sumergida y que
es además incapaz de resolver, por sí solo, el desempleo masivo, ya que
es el alto nivel de paro lo que facilita las condiciones que necesita
un modelo turístico, precarizado y desregulado laboralmente.
Trabajo
sin contrato, contratos temporales y formativos que no lo son,
contratos a tiempo parcial que esconden largas jornadas, salarios cada
vez más miserables, horas extras obligadas y no pagadas, falsos
autónomos, incumplimientos en materia de descansos, vacaciones,
permisos, conciliación, persecución sindical y externalización de
servicios son algunas de las situaciones que padecen quienes trabajan en
el sector turístico de Córdoba.
No en balde, las sucesivas
reformas laborales han creado las condiciones para que desempeñemos con
garantías el papel que parecen habernos reservado desde las
instituciones europeas, el de proveedores de turismo barato, con
salarios y derechos reducidos, para poder competir con otros destinos.
Pero
esta realidad, a la vista de todo el que quiera mirar, está ausente en
demasiadas ocasiones de las valoraciones y análisis de políticos y
empresarios sobre el sector y sus retos, y en consecuencia no se ponen
en marcha medidas contundentes contra ella. Debemos conformarnos con
declaraciones de intenciones, o con nuevos pactos de concertación social
desde los despachos, con su habitual panoplia de mesas, planes,
directivas, mecanismos de seguimiento, observatorios y demás, que quedan
pronto en papel mojado, y que, de momento, no parecen capaces de frenar
la explotación laboral que domina el sector.
A veces, escuchando
el discurso oficial sobre el turismo, pareciera que la dura situación
laboral que lo acompaña no formara parte de la realidad cotidiana de
miles de cordobeses y cordobesas, o que no tuviera nada que ver con la
situación de emergencia social que vivimos.
Por eso, es urgente
sacar a la luz y denunciar esta realidad, cuestionándonos el discurso
dominante sobre las virtudes del actual modelo turístico, que sólo nos
habla de visitantes, pernoctaciones, estancias medias, etc. para que
empecemos a hablar de cómo se reparte reparto del ingreso que el turismo
deja en la ciudad y sobre quién asume las cargas, hipotecas y costes
que implica.
Hay que señalar la total desconexión entre el
aumento de visitantes y pernoctaciones y la creación de empleo de
calidad. Es necesario llamar la atención sobre el porcentaje del
ingreso turístico que es acaparado como rentas y beneficios por las
empresas del sector frente a la parte que se reparte en forma de
salarios, y a su vez investigar que parte del ingreso es acaparado por
los grandes operadores turísticos, cadenas hoteleras, franquicias de
hostelería, etc. y cual queda disponible para la pequeña empresa,
autónomos y otro tipo de proyectos.
Contabilicemos, en suma, que
recursos públicos genera la actividad turística en forma de impuestos o
cotizaciones, en un contexto de precariedad y economía sumergida, y que
recursos e infraestructuras públicas, sufragadas por todos y todas,
demanda.
No olvidemos que no han sido pocas las inversiones
ruinosas, justificadas en la potenciación del turismo, que en forma de
endeudamiento debemos afrontar ahora entre todos y todas, condicionando
la viabilidad de otras alternativas.
El patrimonio histórico,
cultural y popular, el de todos y todas, está siendo transformado, en
muchas ocasiones, en objeto de consumo turístico, con el patrocinio, el
soporte y la colaboración de las instituciones públicas, a beneficio
exclusivo, en muchos casos, de operadores privados que devuelven mucho
menos de lo que reciben, especialmente cuando practican la economía
sumergida y la desregulación laboral.
Cualquier discurso
institucional que se limite a mostrar satisfacción por el crecimiento de
la tarta del turismo, sin valorar como se reparte, o cuánto y a quién
le cuesta elaborarla, solo oculta qué, a buena parte de esta ciudad,
sólo le quedan las migajas.
El sector turístico padece una
situación de dumping social generalizado, tanto a nivel local como
internacional, compitiendo a la baja en salarios y al alza en
desregulación, creando las condiciones para situar en clara desventaja a
quien cumpla la legislación laboral y aplique condiciones laborales
mínimamente dignas.
Si no existen alternativas al monocultivo
turístico, y este se basa en la precariedad y la explotación más
vergonzante, la realidad social de la ciudad queda condicionada por el
desempleo masivo y la pobreza a pesar de tener trabajo, con su secuela
de desahucios, comedores sociales, emigración, etc. Precariedad vital de
la mayoría, a beneficio de unos pocos. No por casualidad, compaginamos
en los últimos años, cifras récord de visitantes turísticos y emigrantes
económicos.
Por eso, y más allá de las inercias institucionales,
nos corresponde a los trabajadores y trabajadoras cordobeses tomar la
iniciativa en la reivindicación de un mayor reparto de la riqueza y en
la apuesta por un cambio de modelo económico más sostenible a medio y
largo plazo y menos dependiente de factores externos.
Para esta
tarea, no hay mejor herramienta de redistribución de los ingresos que
genera el turismo en favor de la mayoría social, ni mejor antídoto
contra la precariedad y la explotación laboral que la implantación
sindical en el sector, empresa a empresa. No hay mejor sello de calidad
turística que el de un sindicalismo activo, de base y participativo
extendido en el sector turístico cordobés.
Por eso, cualquier
institución que quiera, en serio, hablar de sostenibilidad, de calidad,
de diversificación y profesionalización del sector turístico, debería
tener la persecución de la explotación laboral en el sector entre sus
prioridades y el fomento y la protección de la organización de los
trabajadores, como eje fundamental de su política turística.
Es
posible, desde los distintos ámbitos de gobierno, colocar los derechos
laborales como criterio fundamental para la contratación pública, las
subvenciones y el apoyo institucional a iniciativas turísticas. De la
misma forma que es necesario acabar con privatizaciones y
subcontrataciones y actuar también desde la fiscalidad. Objetivo
prioritario deberia ser el refuerzo de las inspecciones de trabajo y la
persecución, sin contemplaciones y ejemplarizante, de quienes incumplan
la legislación laboral.
Hay que construir otro discurso sobre el
turismo que priorice la calidad del empleo y los mecanismos de reparto
social del ingreso turístico sobre el crecimiento cuantitativo. Que
reivindique la dignidad de sus trabajadores y trabajadoras, sin olvidar
que, más temprano que tarde, tendremos que enfrentarnos a los problemas
de sostenibilidad a medio y largo plazo de muchos aspectos de una
industria la turística, dependiente como pocas de factores externos, del
bajo precio de los combustibles, y de infraestructuras de transporte,
en muchos casos, social y medioambientalmente ruinosas, en un contexto,
cada vez más cercano, de escasez de recursos y de cambio climático.