¿Mujer o madre? Los nuevos feminismos replantean el fenómeno
de la crianza y el cuidado de los hijos.
C. del Olmo | Periódico CNT
Ilustración: Fina Venko
Dentro del feminismo existe un discurso muy plural sobre la
maternidad (y casi sobre cualquier otra cosa), de ahí que siempre estemos
hablando de “feminismos”, en plural. Sin embargo, yo creo –aunque es una
opinión discutible, por lo que he pedido ver– que existe algo que podemos
llamar «feminismo mainstream o institucionalizado» en el que la
pluralidad se desvanece. Para ese feminismo, que es el más influyente en
términos políticos (me refiero a política institucional, a influencia sobre las
políticas de las administraciones públicas) la maternidad es, sobre todo, un
punto ciego, igual que para muchas de las teóricas del feminismo clásico (a mí,
desde luego, siempre me ha llamado la atención la cantidad de textos clásicos
del feminismo que pasan de puntillas por un fenómeno tan central para las
mujeres).
Por otra parte, los feminismos han tenido y aún tienen que
librar una batalla muy ardua por el derecho al aborto y la anticoncepción. En
este sentido, es lógico que los esfuerzos se hayan centrado en la lucha contra
la maternidad como imposición. Pero, por el camino, la reivindicación y el
análisis de la maternidad deseada desde una óptica feminista ha tendido a
quedar en los márgenes. Asimismo, el discurso de mi cuerpo es mío y yo decido,
perfectamente razonable en la lucha por el aborto, también nos ha dejado en
mala posición para reivindicar la maternidad como hecho social, o para reclamar
la implicación de toda la sociedad en los cuidados de los hijos. Como decía
Yvonne Knibiehler, una feminista francesa a la que admiro, una vez conquistado
el derecho a no ser madres, nos queda conquistar el derecho a serlo sin
perdernos en el camino. Y creo que somos muchas las mujeres que al tener hijos
nos hemos sentido un poco huérfanas de discurso feminista en el que encajar,
sobre todo cuando algunas hemos decidido que la maternidad “externalizada”
(escolarización temprana, formas de disciplina encaminadas a conseguir que los
críos no estorben, crianza y cuidados entendidos exclusivamente como una
carga…) no iba con nosotras.
Muchas feministas reivindican firmemente su derecho a no ser
madres, y denuncian que en la sociedad patriarcal actual sigue vive la
ideología que equipara el ser mujer con el ser madre y presiona a las mujeres
para que seamos madres antes que ninguna otra cosa. Otras reivindicamos nuestro
derecho a ser madres de ciertas formas que no encajan con el ideario feminista mainstream
y aseguramos que las presiones que hemos recibido han ido más bien en dirección
contraria: trabaja, consigue, trepa, logra, disfruta, goza, sigue con tu vida y
no te enfangues en cosas de críos que no te van a reportar nada bueno. Por
supuesto, cada una sabrá lo que ha experimentado en sus carnes o cuál de las
dos presiones le ha resultado más molesta.
Pero más allá de ese debate estéril que contrapone
experiencias personales, creo que deberíamos hacer un análisis sosegado del
mundo ideológico en el que vivimos. Según mi hipótesis, la presión patriarcal
para identificar a la mujer con la madre es una ideología en retirada, una
ideología secundaria, mientras que la presión antimaternal está en auge. La
primera, la pro-maternal, es muy visible y directa y un tanto, digamos,
ingenua. Y aunque no me extrañaría que en términos estadísticos aún hubiera más
mujeres que se sintieran víctimas de esta presión, me atrevo a afirmar que está
en decadencia en un sentido profundo. La segunda presión, la anti-maternal, es
más ladina y menos fácil de identificar. Está mezclada con la ideología
productivista habitual de nuestras sociedades capitalistas, está mezclada con
el consumismo y el hedonismo en el que nos hemos socializado, y recoge, para
mayor confusión, muchos de los temas y conceptos del discurso feminista, lo que
hace las cosas aún más complicadas. Tal como yo lo veo, al menos, todo conspira
para que “elegir” hijos aparezca como la elección incorrecta.
Desde luego, para mí no tiene sentido que nos dejemos
engañar por el discurso sensiblero, carca y muy de boquilla de “los niños son
el bien más preciado” y “madre no hay más que una”: la realidad es que cuidar
(y por tanto, también ser madre) aquí y ahora es duro y difícil y está muy
desincentivado.
Muchas feministas han identificado –correctamente, en mi
opinión– la maternidad como fuente de opresión y sufrimiento en nuestras
sociedades. Pero en lugar de luchar y denunciar este hecho han preferido dar la
espalda a la maternidad, confundiendo, tal vez, los problemas que entraña la
maternidad en una sociedad como la nuestra con problemas intrínsecos de la
maternidad.
Para muchas feministas las reivindicaciones actuales de una
maternidad intensiva en tiempo y esfuerzo (con sus concreciones en forma de
lactancia prolongada, colecho, escolarización tardía, educación no autoritaria,
etc.) suponen un paso atrás y una atroz pérdida de autonomía. Es curioso,
porque a mí me parece tremendamente evidente que la mayor pérdida de autonomía
que existe en este mundo, y el principal sumidero de tiempo y esfuerzo, es el
trabajo asalariado, y sin embargo no suelo oír tantas quejas…
Creo que si los feminismos
abrieran sus oídos a estas reivindicaciones maternales conseguiríamos entre
todas elaborar discursos mucho más matizados, que no dejaran a tantas madres
huérfanas de feminismo, y podríamos luchar más eficazmente contra los elementos
machistas de estas ideologías maternalistas, sacando a la luz los aspectos
potencialmente liberadores de la maternidad intensiva, y luchando de paso
contra esos estereotipos maternales que nos encasillan, como denunciaba
Brigitte Vasallo en Pikara con tanta razón; estereotipos que, por cierto,
también resultan opresivos para los hombres que asumen la responsabilidad del
cuidado.