A mis amigos de fuera suele extrañarles que, al llegar estas fechas, haga las maletas y me marche lo más lejos posible de Valencia. Cada vez somos más los que nos exiliamos durante unos días. La patronal de las agencias de viaje puede dar fe. Reconozco que es una situación paradójica: el clima es benigno, las calles llanas, todo está lo suficientemente cerca para ir paseando y – pese al empeño puesto en ello por el urbanismo franquista y postfranquista- sigue siendo una ciudad bella. Y además estamos en fiestas.
Pues aún así, yo me marcho. Cuando has visto la misma fiesta más de 50 veces la cosa pierde mucha de su gracia. Ya sólo ves su parte molesta, que aumenta cada año. Yo añoro aquella ciudad íntima de mi niñez y aquellas fallas modestas. Pero no voy a hablar aquí del crecimiento insostenible y caótico de las fallas modernas ni de sus abusos sobre el resto de la ciudadanía no fallera. Este no es un foro vecinal. Voy a centrarme en aquellos aspectos que, por oficio, puedan interesar a la mayoría de lectores habituales del blog.
La pregunta, pues, seria: ¿Por qué un guionista, que además ama – y mama- la comedia sobre todas las cosas, huye de unas fiestas que, se dice, son la apoteosis del humor crítico? Pues muy sencillo, porque nuestro “humor crítico”, sobretodo el vinculado a “manifestaciones populares” es una de las mayores mentiras que le hemos vendido al mundo. Aunque Berlanga sea uno de nuestros más venerados paisanos.
Un poco de etnografía: El 19 de marzo se celebra la fiesta del Patrón del gremio de los carpinteros. Era costumbre aprovechar la ocasión para hacer limpieza general en los talleres. Se sacaban a la calle los restos de madera y enseres viejos. Se amontonaban en una pira y ardían la noche de San José. Un dia alguien vistió alguno de esos maderos con ropas viejas y le puso una peluca. Otro añadió un cartel que nos explicaba que era el alcalde, que nos freía a impuestos. O el tendero del barrio que sisaba en el peso, o el tabernero que aguaba el vino. Quemarlos en efígie era el rito de substitución con el que se conformaban – a falta de una revolución – las clases populares. La cosa, de año en año, se fue sofisticando hasta llegar al monumento de cartón-piedra que hoy conocemos como falla.
Como creador de contenidos hay que reconocer que el panorama es muy sugestivo. Yo mismo he colaborado alguna vez con alguna falla, sugiriéndole al artesano que la construye las escenas que debían formar parte de ella, siguiendo un hilo temático común en todo el monumento. Y, por supuesto, redactando los versos satíricos que acompañaban cada escena. Nunca cobré estos trabajos porque había vínculos familiares por medio. Pero estos encargos no son lo corriente. Surgen si tienes el contacto con alguna comisión. Y siempre en una de esas escasas comisiones que tienen una visión menos casposa que la media.
Las grandes fallas – las carísimas de Sección Especial- aún cuidan estos detalles. Pero daos una vuelta por las pequeñas fallas de barrio. Allí veréis, haciéndose pasar por “humor crítico”, el mayor muestrario de la ideología más reaccionaria. La crítica política, muy escasa, rara vez pasará de ser una alusión genérica al “político”, sin entrar en asuntos ni nombres concretos. Como mucho los ponen a todos juntos criticando que “no se ponen de acuerdo”. Más blanco imposible. Podéis ver la figura del banquero, un tipo gordo vestido “de rico”. Pero rara vez la crítica irá más allá de constatar el hecho evidente de que “siempre hubo ricos y pobres”. No bajará al detalle de decir, por ejemplo: “Se ha enriquecido vendiéndoos la misma casa que ahora os expropia”. ¡Nooo!, eso es “meterse en política” algo que le produce urticaria al fallero medio. O sea, una pseudocrítica completamente inocua. No hay que molestar a nadie. Por eso es muy difícil que en una falla actual aparezcan escenas tan contundentes como ésta:
Pero lo peor nos lo encontramos en el apartado que podríamos llamar “crítica de costumbres”. El hombre, casi siempre, será presentado como víctima de la mujer, obligado a trabajar y darle todo su dinero para que ella se compre sus caros modelitos y esté en casa “sin dar golpe”. Nunca faltará la escena en la que se ridiculiza a la pareja de gays, vestidos como Alfredo Landa en El vecino del 5º, con muchas flores, volantes y puntillas. Pero no esperéis ver un gay tipo oso, musculado y con toques paramilitares. Porque otra de las características de la representación social que se ve en las fallas es que lleva siempre 30 años de retraso. Por ejemplo, la “corrupción de la juventud” (otro tema recurrente) se representaba hasta bien entrados los 90 con toda la iconografía del hippy, y la burla a sus melenas y sus flores, cuando los niños de las flores ya llevaban tres décadas extinguidos. En la actualidad los vemos de punks, como si fuera esta la última novedad en tribus urbanas. La ética y la estética dominante en la falla, por mucho que reclame su “alegría mediterránea”, parece tener como autor a un híbrido de Esperanza Aguirre y Jiménez Losantos. Con la misma mala leche hacia todo lo que huela a “modernidad”.
No siempre fue así. En el siglo XIX y hasta los tiempos de la Segunda República, las fallas sí estaban al hilo de la actualidad. Los criticados, además, eran gente reconocible (personas o grupos) a los que se satirizaba por motivos concretos. Y hubo incidentes como el de los “gomosos” del Fum Club, unos señoritos cursis, hijos de la burguesía local, que destrozaron a bastonazos una falla que los satirizaba como clase. Esta clase de enfrentamientos fueron bastante habituales en las primeras décadas de historia fallera. La falla surgía de los barrios populares y llevaba toda la carga crítica de la gente humilde. Y se señalaba, sin duda alguna, hacia el “enemigo de clase”, explotador y traidor a su pueblo (“Casa donde hay piano, no se habla valenciano”, decía el poeta satírico Bernat i Baldoví). La falla molestaba a las clases pudientes, que siempre consideraron la fiesta propia de gente de baja estofa.
El franquismo acabó con todo eso. Las fallas pasaron a estar sometidas a la autoridad municipal. Se creó un órgano rector, la Junta Central Fallera, en el que recaló lo mejorcito de la Falange valenciana. La primera Fallera Mayor nombrada tras la guerra fue la hija del General Aranda, el “libertador” de la Valencia republicana. En cuatro décadas pudimos ver, recién aterrizadas de Madrid, a unas cuantas hijas más de ministros y a la nieta mayor del mismísimo Franco. En el apartado de curiosidades destaca el año en que lo fue Cayetana, Duquesa de Alba. Y en la lista de las locales podemos encontrar repetidos, en todas las combinaciones posibles, los apellidos de las familias más representativas de la alta – y endogámica- burguesía valenciana.
El franquismo causó un daño a la raíz crítica-popular de las fallas del que aún no se ha recuperado sino muy parcialmente, a pesar de los muchos años ya vividos en democracia. Los tres rasgos que la dictadura dejó en su carácter son, en mi opinión, éstos.
Primero, una modalidad de “apoliticismo” exacerbado, contradictorio y fácilmente manipulable. El fallero medio pertenece a esa especie de “apolíticos” que no es que huyan de la confrontación entre partidos (lo que seria incluso loable), sino que se niega a que se ponga sobre la mesa cualquier tipo de tema crítico. Cualquier actitud que no sea la aceptación callada de “lo que hay”es “politizar” y por tanto algo indeseable. Conversaciones normales entre ciudadanos sobre asuntos que nos afectan a todos no son bien vistas, son como citar la mierda sentados a la mesa.
Curiosamente, este apolítico ve con gran complacencia al político de derecha al que considera un buen padre que, por derecho natural, nos gobierna y vela porque nadie rompa ningún plato. En cambio, su percepción del político de izquierda es la de un revoltoso que viene a perturbar la paz y despertarnos de la siesta. Es incapaz de ver el componente político que tienen las políticas de derecha (eso no es política, es lo que siempre ha sido). Sólo considera “políticas” las propuestas que vienen de la izquierda. Por eso se siente cómodo a un lado y se pone en guardia ante el otro. Por eso, su apoliticismo, que les hace condenar las protestas de estos días “por mezclarlas con las fallas”, no les impidió, en los años de gobiernos municipales y autonómicos socialistas, sumarse – cuando no organizar activamente- a las pitadas, abucheos e incluso agresiones hacia aquellas autoridades, tan legítimas como las de hoy. De esto podría contar mucho el ex-alcalde Pérez Casado (en la foto con las gafas rotas en la mano).
En segundo lugar, el fallero medio siente que ha recibido en herencia una gloriosa misión: ser el garante y único intérprete del “ser valenciano”. Como buen guardián de las esencias que es, no dudará en señalar, denunciar, reprimir… ahí quedan, para la historia, un buen archivo de campañas de prensa, acciones en los tribunales e incluso alguna que otra agresión. Las sufrieron incluso aquellas fallas que, en los años de la Transición, intentaron renovar el modelo. La falla King-Kong o la de Torrefiel, por ejemplo, destrozadas a golpes como en los tiempos del Fum Club. Y las padeció, muy especialmente, la intelectualidad valenciana sistemáticamente acusada de “catalanismo”.
Y en tercer lugar el carácter sagrado de sus personajes simbólicos. En especial la Fallera Mayor, a la que siempre se prefiere soltera y sin compromiso (y aunque el reglamento no lo diga claramente, hay que presuponerle la virginidad). No contentos con que esta mujer florero-represente a las falleras, se pretende que sea la representación de la mujer valenciana – ¡de todas!- y de sus virtudes que sólo un renegado podría poner en duda -¡como si las “no virtuosas”, que las hay doy fe, no fuesen de aquí! – . Las falleras en general y la Mayor en particular, sólo pueden entenderse como asexuadas vestales. Y con eso poca broma. Curioso en una tierra donde el humor popular está plagado de referencias no ya al sexo, sino a la genitalidad más explosiva. Está claro que sus vigilantes de la JCF no entendían la letra (ni por lo visto la coreografía) de la canción con que, desde el balcón del Ayuntamiento, respondieron, “apolíticamente”, a las protestas de la #intifalla hace unos días.
Se comprenderá que muy difícilmente el “humor crítico” sea viable en medio de semejante magma sociológico. Y es que mezclar “sentido crítico” con “defensa de las esencias” es un imposible metafísico. El fallero medio está muy poco dispuesto a reírse de sí mismo: ni como miembro del colectivo festero ni como ciudadano de una tierra cuyo honor inmaculado ha jurado defender hasta el último petardo. Y mucho menos dispuesto a tolerar que sean otros quienes se rían o mantengan algún tipo de postura crítica. Además de los casos ya citados de las fallas díscolas (una operación de limpieza interior, al fin y al cabo) han sacado la artillería pesada hacia el enemigo exterior en múltiples ocasiones.
Para la historia queda el caso Ajoblanco, una revista contracultural que publicó un especial Fallas en el 76. La cosa terminó en cierre de la revista por 6 meses y multas al director y redactores, aunque en los tribunales la petición era de cárcel. El motivo era un desenfadado artículo en el que se contaba la historia de una fallera que, tras la Ofrenda de Flores a la Virgen de los Desamparados, una vez en casa se liberaba de moños y peinetas, lazos y refajos, y se marcaba un saludable polvo con su novio. La caverna local no podía aceptar que una pareja sana de 20 años se comportase como todas las demás. Cuando Carles Mira presentó su película “La portentosa vida del Pare Vicent”, una desenfadada biografía de San Vicente Ferrer, patrón de Valencia, no se conformaron con la denuncia. El hall de la sala en que se estrenó saltó por los aires al explotar una bomba. Ninguna otra sala se atrevió a desafiar el tabú. No quiero hacerlo más largo, pero las muestras de intolerancia han sido numerosas. Ahí están las hemerotecas para quien tenga tiempo y ganas.
Los lectores de 50 años o más, recordarán el intento de plantar una falla “fuera del sistema” en el cauce del rio. Detrás de la Falleta del Riu estábamos estudiantes universitarios y gente de movimientos alternativos. La idea era montar una falla realmente crítica y popular, no tutelada por el Ayuntamiento. Fue el mismo año en que nombraron Fallera Mayor a Sonsoles, la hija pequeña del entonces presidente Adolfo Suárez. Las actividades en el río se complementaban con los gritos de “Si, si, si, Sonsoles a Madrid”, en la Plaza de la Virgen. Pocas veces se vieron tantos antidisturbios en Valencia. Usaron las porras tanto para tundirnos las espaldas como para destrozar la falla que cada día reconstruíamos. ¡Toma humor crítico!
Por cierto, ya veremos como se toman el proyecto del compañero César Sabater, “El marido de mi hijo”. No porque toque el tema del matrimonio gay o la corrupción en la política valenciana… es que, ¡gran osadia!, sitúa su comedia en una familia de falleros tradicionalistas. A su lado, los autores de Crematorio son unos pusilánimes.
Por supuesto todo esto que os cuento es una generalización: hay gente muy normal y muy razonable también en el mundo fallero. Aún queda vida inteligente: algunas comisiones mantienen aún con vida la vieja tradición del teatro fallero, después del vergonzoso y lejano episodio del Concurso que organizaba en los 70 la falla Corretgeria, que tenía a Joan Monleón como presidente, y que fue laminado por la presión conjunta de la JCF y el diario Las Provincias. El año pasado me invitaron a un festival de cortos que se organiza cada año en una falla de barrio, la Lepanto / Dr. Montserrat, y pasé un buen rato con los falleros y con Nacho Ruperez, Óscar Bernàcer y con Álex Montoya, que nos ofreció un repaso comentado de toda su obra. Aún queda actividad cultural y esperanza. Aún hay alguna modestísima falla, como Arrancapins, dispuesta a llamarle a las cosas por su nombre, aunque más de una noche han tenido que montar guardia para no encontrarla destrozada al dia siguiente. Y también se van abriendo paso actitudes impensables hace pocos años, como en las comisiones que se han apuntado a la moda de los calendarios eróticos.
Esta foto, hace algunos años, habría costado sangre. Hay que reconocer que algo se ha avanzado. Pero el sentimiento mayoritario (y, sobretodo, el de sus órganos rectores y demás fuerzas vivas ) es todavía de mírame y no me toques, de puro inmovilismo y puritanismo. Y es el que las fuerzas vivas locales, con el Ayuntamiento en primera línea de fuego, siguen fomentando.
Habrá que buscar los contactos con esas excepciones, escasas pero reales, para intentar, juntos, darle la vuelta a la tortilla y romper la hegemonía del conformismo militante. Que el humor crítico deje de ser un tópico autocomplaciente y sea, de una vez por todas, una realidad de la que podamos sentirnos orgullosos.
Quizá seria buena idea que aquellos de nosotros que queramos pasar por la experiencia de guionizar una falla lo comuniquemos a EDAV. Y desde allí se envíe una circular ofreciendo nuestros servicios a comisiones y artistas falleros. Me gustaría que un año compitiésemos entre nosotros. Imagináos: Gabi escribiendo para el Pilar, Chon para Convento, Martín para La Merced, Rafa para Campanar… y yo me pido Na Jordana, que para eso soy el autor del post. Vale, esto es soñar despiertos… pero seguro que hay alguna pequeña falla de barrio que no le haría ascos a probar qué es eso de un guionista. ¿Cómo lo veis?
Yo lo he vivido un par de veces. Y tengo buen recuerdo de las reuniones con el presidente de la falla y las visitas al artesano en su taller. Pero lo más gratificante ha sido, con la falla ya plantada, quedarse al lado del monumento haciéndome pasar por un simple paseante y escuchar los comentarios de la gente. Cuando alguien reía al leer el cartel me daba tanto subidón como recibir de Geca un buen dato de audiencia. Es una hermosa sensación tener al público a un metro de ti, sin que sospechen quien eres.
Y aún más: podríamos recoger la gran -y casi perdida- tradición de revistas satíricas que hubo en Valencia, vinculadas al movimiento fallero. Florecieron el la República y languidecieron hasta desaparecer cuando la censura no permitía más que el humor blanco oficial. Tenemos Internet, que nos permite ahorrarnos los enormes costes de la publicación en papel. El compañero Toni García ya lo está haciendo en su Rokambol.
Los valencianos críticos hemos sido, con demasiada frecuecia, combustible para fallas: al escritor Joan Fuster lo quemaron en efígie en 1967 por haber publicado años antes un libro que significó el despertar de muchos valencianos a su realidad como pueblo. Eso lo convirtió en enemigo público y digno de morir en la hoguera (y ya en los 80 una bomba destrozó parte de su casa y biblioteca). Fuster dedicó al incidente del 67 un pequeño libro, “Combustible per a falles”, del que tomo prestado el título de este post.
Yo apuesto por una Valencia en la que los practicantes del humor crítico dejemos de ser combustible para fallas y nos convirtamos en proveedores de ese combustible, en pirómanos de tantas cosas que necesitamos limpiar. Oficio no nos falta. Temas, mucho menos. Y nuestra ciudad y nuestra gente merecen algo mejor que lo que desde la “Valencia oficial” les llega tan blanqueado. El dia que las Fallas vuelvan a ser la mosca cojonera del poder, como lo fueron en otro tiempo, me quedaré con mucho gusto a vivirlas en mi ciudad. Y con mis paisanos. Sin tener que volver a ver cosas como esto:
Paco López Barrio, Guionista y realizador de TV de Valencia, en activo desde 1983. Autor de documentales, programas de humor y entretenimiento y series de TV. Artículo publicado también en guionistasvlc.
Fuente: http://losojosdehipatia.com.es/opinion/combustible-para-fallas/