La piel plateada de un niño de Hiroshima
fijó como un icono doloroso el pasado,
un faro de luz en brazos de su madre
Y ni un solo día mi pellejo,
colgado cual abrigo
solitario en el pasillo
me cubría al tener que posar en carne viva
ante los amantes nocturnos de la profesora
Amante madre, si tocabas los dos brotes
despuntados en mi pecho
o si mi bosque aún ralo pasaba
bajo tus ojos golosos,
mi identidad vibraba, sin descubrirse,
como la cuerda tensa del arco de doble cuerno de Ulises
Yo me entregaba en secreto al placer
sin variar en lo fundamental la clase de anatomía
Desde el último pupitre, un enamorado,
esbelto o rudo, moreno o de piel rosada,
me llevaba consigo a fronteras
que cruzábamos cada vez que la bomba de endorfinas
de mi maestra hacía irrespirable el aula
Los verdaderos amores llegaron con los simunes
En idiomas antiguos acudieron a mi llamada
asomando con tiento, surgiendo como gatos
antes de que nada fuera a rodar o a caer,
formas terrenales surcando el océano
con barcas llevadas por largas ramas de ceibo
que aventaban el agua hacia las simas
La espiral se estrechaba. Las continuas horas de uso
astillaban la vara de castigo, y el cuerpo que la sostenía
se hinchaba como una tierra roturada
sin pasar por el mío
Nada es más maleable que un niño y nada lo es menos
que un niño blindándose
Y la puerta de la escuela se cierra
definitivamente tras el sonar de la campana
Ninguna inspección la abrirá
Ni el pringoso áspero pútrido sedimento de humedad
y bulbo reseco
de esta tardía primavera
Rosa Lentini
De TUVIMOS (BARTLEBY 2013)