COLUMNISTAS | ENRIQUE HOZ
No he podido ver en directo la mayor parte de los debates de la moción de censura porque me encontraba trabajando. En el Congreso de los Diputados, sus “señorías” también estaban trabajando, con la diferencia de que a mí me pagan por generar riqueza y a ellos les pagan por… por… ¿gestionarla?. Lo pregunto porque nunca he sabido definir con claridad la profesión de “político”. Probablemente, el problema sea mío debido a algún defecto cognitivo de carácter genético que va a más conforme pasan los años.
Aprovechando la era de las nuevas tecnologías, una vez terminada mi jornada laboral, sí he podido seguir los debates, con retraso, ya que estaban disponibles a través de internet. Con lo del retraso quiero hacer referencia a que los he visto en diferido (utilizo una palabra que la Cospedal hizo célebre en su momento). Aclaro lo del concepto de retraso para que no se lleve al terreno, que he apuntado líneas atrás, de mi posible deficiencia cognitiva.
Lo reconozco, siempre que mi tiempo me lo permite veo debates de este tipo. A mí me resultan divertidos y para nada me supone un ejercicio de masoquismo. El Congreso, como lugar soberano, trata de imponer respeto, así, en abstracto, hacia cualquiera que no esté familiarizado con sus pasillos y dependencias. Nada mejor para perderle ese respeto que ver los debates. En ellos se comprueba cómo no hace falta ser un lince para, primero, estar ahí sentado, y, segundo, salir a hablar desde el estrado. Los diferentes “líderes”, según el turno correspondiente, van haciendo uso de la palabra. Hay intervenciones que me parecen muy respetables y otras que, siendo benévolo, sólo las voy a calificar como impresentables. Se generan momentos de tensión dialéctica, malos modos, ante frases que son medias verdades o, simplemente, mentiras y se deja a la altura del barro esa imagen de sus “señorías” sabiendo estar y comportarse. Ser parlamentario no te hace ni más ni menos humano que quien no lo es. Si se entiende todo esto, ya hemos dado el primer paso para perderle el respeto al Congreso.
El caso es que, imagino que toda la población estará al corriente, Mariano Rajoy ya no es presidente del Gobierno gracias a que la moción de censura ha triunfado y Pedro Sánchez, del PSOE, ha asumido el cargo. Para que se haya dado este vuelco a una velocidad vertiginosa ha sido necesaria la sentencia de la Gürtel y las conversaciones de despacho.
¿Se abre un nuevo período de grandes cambios? Se abre un nuevo período, sin más. Resulta sorprendente la aparente euforia que se ha desatado al echar a Mariano Rajoy como si la solución a los males de la sociedad fuese esa, tan simple. Suele suceder en el imaginario colectivo que el grupo opositor aparece como “revolucionario” cuando desbanca al grupo que ostentaba el sillón. Suena infantil, así es, pero es la forma más directa de explicárselo a una población cuya inquietud sociolaboral es nula.
De movilización en la calle nada de nada. He aquí, en la desmovilización, el gran triunfo del parlamentarismo: tú, trabajador, quieto en casa y obediente en el trabajo que yo, político, desde el Parlamento me encargo de que no se note la mierda y, si se nota, la perfumo. Esa va a ser la tarea del equipo de Pedro Sánchez: perfumar la mierda.
Mientras la clase trabajadora siga adormecida, anestesiada, incapaz de ser consciente de su capacidad transformadora sin la necesidad de Parlamentos, los Gobiernos cambiarán, entrarán unos y otros, se darán debates del Estado de la Nación, incluso puede que nuevas mociones de censura, y en todos sus discursos flotarán palabras como justicia, igualdad, derechos, que adornarán decretos y medidas para que la clase trabajadora siga sometida sin percatarse de ello.