DOSIER Derechos Laborales | Madrid | Ilustración de LaRara | Extraído del cnt nº 427.
Cada 22 de febrero, Día de la Igualdad Salarial, surgen decenas de informes sobre la brecha salarial, los avances y las herramientas para acabar con esta forma de discriminación del hombre sobre la mujer. Cada año leemos lo mismo y nos da la sensación de que todos —trabajadores, empresas, administración—estamos terriblemente preocupados porque la brecha siga siendo de un 22 %. Es decir, que las mujeres cobran una media de 5.726 euros menos al año por el mismo trabajo, la misma formación y las mismas responsabilidades que un hombre. Pero, ¿esta preocupación es cierta?
Excepto este año por el retroceso del Covid —que ya debería ser una alerta de lo poco que nos importa la igualdad, ya que no tiene por qué afectar más a unos que a otros una crisis sanitaria si las cosas previas fueran igualitarias—, cada año nos congratulamos de que un dígito de ese porcentaje bochornoso baje. Ya poco se oye en este día el cálculo de que baja décima a décima la desigualdad cada año, pues tardaríamos ¿décadas? ¿siglos? en cobrar igual independientemente de nuestro género. Tres generaciones, se animan algunos a decir. Y sin tener en cuenta los extras, los pluses, los techos de cristal, los suelos pegajosos, la falta de promoción objetiva, etc. Eso si no pasa nada, claro.
Algo como la pandemia que ha puesto sobre la mesa que la precariedad tiene rostro de trabajador pero, sobre todo, de trabajadora. Según la Organización Mundial del Trabajo (OIT), en la segunda mitad del 2020 en España, se han reducido los salarios de las mujeres un 14,9 % frente al 11,3 de los hombres. Si ya cobraban menos, ahora cobrarán bastante menos. Lo mismo ocurre si analizamos los números de cuántas mujeres han tenido que pedir la jornada reducida para hacerse cargo de los cuidados —recordemos los cierres de colegios y centros de día en el confinamiento total y con el verano a las puertas—, cuántas han visto como su situación laboral no les permitía ni el consuelo del ERTE y cuántas han perdido su empleo directamente. De hecho la pérdida de empleo de las mujeres superó con creces al de los hombres el pasado año: un 18,4 % frente al 14,3 %.
La brecha salarial desde hace años sigue siendo de un 22 %: las mujeres cobran una media de 5.726 € menos al año por el mismo trabajo, misma formación y las mismas responsabilidades que un hombre
Porque la precariedad es el gran impulsor de esta brecha salarial de género. Empezando por los llamados sectores feminizados. Empleos muchas veces tan necesarios que fueron calificados como esenciales en el Estado de Alarma pero que nunca son valorados monetariamente. Ni siquiera con contratos que ayuden a tener estabilidad, conciliar. Como la devastadora situación en la que se encuentran las limpiadoras del hogar, que ni trabajadoras en sí parece que se las considera. ¿Y por qué no hablar de la brecha de género que hay en las tareas del hogar? Que la tasa de mujeres que hay activas en el mundo sea del 45 % frente al 75 % de los hombres también se explica si miramos de puertas para dentro.
Dependiendo de cada país, las cifras cambian, pero siempre tienen el mismo titular: las mujeres trabajan más dentro de casa y reciben menos fuera del hogar. Se trata de un promedio de 2,7 horas al día las que realizan las mujeres frente a los hombres en las tareas domésticas, en el cuidado de dependientes y sin contar con el trabajo de la llamada «carga mental» (estar pendiente de lo necesario para la familia). Si ellas ya realizaban hasta el 75% de las tareas del hogar antes de la pandemia, no es raro imaginarse quién se tuvo que poner al frente de todas las tareas con la crisis sanitaria, social y económica que empezó ahora hace un año.
Como un círculo que se retroalimenta, vemos que cualquier urgencia es suficiente para olvidarnos de la igualdad de la mujer. Si alguien tiene que quedarse en casa y la mujer ya cobra menos, tiene menos jornada o su contrato es menos estable, ya tenemos ganadora (quiera o no) para hacerse con el cuidado de la casa, los hijos, mayores o animales
Como un círculo que se retroalimenta, vemos que cualquier urgencia es suficiente para olvidarnos de la igualdad de la mujer. Si alguien tiene que quedarse en casa y la mujer ya cobra menos, tiene menos jornada o su contrato es menos estable, ya tenemos ganadora (quiera o no) para hacerse con el cuidado de los hijos, mayores o animales. Si esta mujer, sale del mercado laboral para estas tareas, cuando entre tendrá que empezar de nuevo, teniendo peor salario, menos estabilidad, más precariedad. Así que cuando venga la próxima crisis familiar, ¿adivinamos qué carrera profesional va a tener que volver a pausarse?
Se trata de la brecha salarial, además de una desigualdad que es más grande cuanto mayores son las trabajadoras sobre las que lo analizamos. No solo se ha perpetuado la discriminación sexista en sus empleos —rara vez bien remunerados, con posibilidades muy remotas de ascender, con la dificultad de que su criterio sea visto a la hora de coordinar a compañeros hombres, sin importar lo formadas que estén cuando solo quieren secretarias en las oficinas o mano de obra ágil y barata en la fábrica, etc.— si no también en sus jubilaciones. La miseria que arrastran las mujeres que han trabajado toda su vida pero que no cotizaron, las que lo hicieron pero tuvieron que dejar de hacerlo cuando fueron madres por mandato de la sociedad, las que tuvieron que soportar humillaciones, degradaciones y violencia porque el sustento de sus hijos dependía de ese trabajo precario.
Todas ellas cuentan ahora con una pensión de viudedad, una pensión contributiva, una prestación asistencial. En el mejor de los casos, cuando su retribución por jubilación dependa del trabajo, esa brecha salarial representará que cobren menos pensión que sus compañeros de empresa. Una media de 883 euros para ellas, 1225 para ellos. ¿Quién recibe pensiones de viudedad? El 90 % son mujeres. Es cierto que son datos que las generaciones anteriores han arrastrado, pero ¿significa que las nuevas generaciones están libres de sexismo en el trabajo?
Este espacio se queda corto para tratar todos los mecanismos patronales para discriminar a las mujeres, toda la falta de solidaridad de los demás compañeros ante estas situaciones patriarcales e, incluso, la falta de visibilización de este sexismo. Tanto como haría falta para desgranar el lavado de cara que se está haciendo en la llamada economía digital o los eufemismos en inglés que impulsan desde la prensa burguesa para tapar que los jóvenes tienen lo mismo que lo mayores: precariedad. Y nosotras seguimos siendo las peor paradas.